TREINTA Y CINCO

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En los hechos, se desperezaron poco después. En un silencio cómplice comenzaron a vestirse y él salió del establo primero que ella.

De camino a la casa, donde pretendía darse un baño y cambiarse de ropa, se topó de frente con el amigo de May, el enorme muchacho de nombre Lesta y con quien no tenía una relación cordial precisamente. La mirada de Lesta fue asesina, como si acabara de toparse con su peor enemigo.

Ni siquiera se molestó en saludarlo. Pasó a su lado tan cerca que podrían haberse tocado y siguió su camino en dirección a los establos. Tras él, con la misma aura de pocos amigos, iba un gran danés de avanzada edad.

William observó al perro con cierto temor. Lesta podía querer echarle el animal encima solo para escarmentarlo un poco. Afortunadamente, nada de eso ocurrió. Ambos siguieron su camino en silencio y se perdieron dentro de los establos. William meneó la cabeza y decidió olvidar el asunto.

Una vez en la habitación de invitados, fue al baño y mientras aguardaba un poco a que el agua se calentara, contempló su reflejo en el espejo. Todavía tenía paja en el cabello y la camisa era un salpicón beige en lugar de impolutamente blanca como debía ser. En cuanto a la herida, esta ya mostraba mejor aspecto. Tenía una leve protuberancia en el labio inferior pero el color ya se asemejaba a su tono de piel en lugar del azul verdoso del día anterior.

¿Cómo estaría su padre? No era algo que en realidad le interesara, a pesar de que tal vez le había agravado la lesión con el derechazo que le había dado. Ni siquiera había querido revisar su celular para constatar si el asunto había llegado a mayores o no. Prefería no saberlo. Su familia nunca se había caracterizado por ser un soporte a los problemas. Por muy el contrario, cada uno se rascaba con sus propias uñas y prefería no saber de los problemas del otro. William había permanecido emocionalmente callado toda su vida.

Hasta ahora.

El agua había alcanzado la temperatura ideal, así que puso el tapón, junto un poco de agua en la tina y se metió con el propósito de recuperar las energías. En los hechos, se quedó dormido con el agua hasta los hombros y no despertó hasta que una voz se metió dentro de su oído.

May Lehner.

Una sonrisa apareció en sus labios mientras abría los ojos. Efectivamente, allí estaba la muchachita que lo hacía temblar de emoción con solo tocarlo. Con ella, por primera vez, sus emociones eran ruidosas e intensas.

— Lo siento, me quedé dormido.

Ella ya se había bañado y vestía una blusa a cuadros y unos jeans desgastados. En la cabeza, llevaba un sombrero de paja que había cogido hacia un rato. Su aspecto era tan campestre que William sintió deseos de reír. Los contuvo porque ella metió una mano dentro del agua y comenzó a acariciarlo con el único propósito de estimularlo.

William la apartó con suavidad.

— No con tus padres aquí.

— Bill, ya deberías haberte dado cuenta que a mis padres no les importa lo que hagamos. La libertad es esencial en la vida en el campo. Anda, relájate de una vez.

May siguió con su trabajo hasta hacerlo acabar. Luego, comenzó a quitarse la ropa y se metió a la tina con él. William le hizo espacio, para luego abrazarla con fuerza contra él y besarle el cuello, justo donde había descubierto que era más sensible.

— No quiero volver a Menfis — murmuró él. Con ella era demasiado fácil ser honesto.

— No lo hagas — replicó.

— May, estoy tratando de tener una conversación inteligente.

May le echó una mirada enfadada.

EL DEBIDO PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora