UNO

10K 451 65
                                    


1

May arrastró su mochila por el pasillo en dirección a las escaleras. En los jardines, Evie y Carol conversaban animadamente y no parecían haber tenido una mala experiencia con sus profesores de derecho común.

Al parecer ella era la única en toda la facultad que había logrado la desafortunada hazaña de ganarse el odio de un profesor en la primera clase. Encima, derecho común era una de las asignaturas más importantes de la carrera.

¿Cómo se suponía que siguiera en esa escuela si no aprobaba esa condenada asignatura?

Carol fue la primera en percatarse de que algo no andaba bien cuando May se dejó caer como peso muerto junto a ellas.

Con una lúgubre expresión, May comenzó a explicarles lo que había ocurrido. Desde el desagradable mensaje en el pizarrón hasta las mal intencionadas preguntas que el profesor le había hecho durante la clase con el solo propósito de revelar a los demás estudiantes que ella era, además de impuntual, una chica ignorante. Para rematar, el egocéntrico profesor le había preguntado casi con saña si estaba segura de la profesión que había elegido, en un claro afán por humillarla.

— No creo que hayas controlado tu larga lengua después de ese comentario — intervino Evie.

May deseó responder que sí, que se había callado como la señorita que era. Pero no habría sido cierto. Su orgullo estaba bien plantado sobre sus pies y no pudo controlarlo cuando este salió en su rescate.

Con cierta vergüenza, confesó.

— Le dije que me parecía poco profesional de su parte juzgar a sus estudiantes sin conocerlos.

Carol ahogó una expresión de horror mientras que Evie, que conocía muy bien los arranques de May, se echó a reír un buen rato.

— Sabes que, si no apruebas derecho común, no podrás inscribir las demás asignaturas del tercer semestre, ¿verdad? — preguntó Carol, por encima de la estridente risa de Evie.

Bel guardó silencio, pero en el fondo lo sabía muy bien. Por esa razón era que estaba tan deprimida; porque la suerte había decidido de un día para otro darle la espalda y enseñarle el culo.

La sola idea de perder un semestre le causaba un desagradable revoltijo en el estómago.

¡Y todo por culpa de ese cretino de William Horvatt!

2

May corría desesperadamente por las calles. ¡Iba tarde de nuevo! Maldito despertador por no sonar y maldita ella por haberse dormido pasada las dos de la mañana.

Cuando finalmente llegó al frontis de la facultad ya eran pasada las ocho y media de la mañana. La fachada de escaleras le pareció por primera vez eterna, a pesar de que en menos de un minuto sorteó los escalones y se precipitó hacia los elevadores. Frenó de súbito al identificar la figura impecablemente vestida de su maestro de derecho común.

Por fortuna, él estaba ocupado consultado su carísimo celular y apenas notó cuando ella se ubicó a su lado. Continuó deslizando un dedo sobre la pantalla táctil mientras movía los labios de forma casi imperceptible. Casi, pero como May estaba demasiado cerca, lo notó. Y la suavidad de aquel movimiento le produjo un circunstancial embotamiento.

Lo cierto era que, si no hubiere comprobado ya que se trataba de un cabrón de la peor calaña, ella se habría enamorado de ese sujeto por completo. Después de todo, era el perfecto sueño adolescente con aquel porte aristocrático que bordeaba el metro noventa; el cabello castaño y peinado de tal forma que parecía mera casualidad; los ojos negros que destacaban aún más gracias al cremoso tono de su piel, y la construcción perfecta y simétrica de cada una de sus facciones, empezando por la nariz recta y terminando por la generosa, aunque no exagerada, carnosidad de sus labios.

EL DEBIDO PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora