TREINTA Y SIETE

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...

La secretaria del departamento de derecho privado no tuvo que llamar al decano de la facultad para que este se enterara de la presunta relación entre el docente William Horvatt y la estudiante May Lehner. Recibió la noticia de primera fuente, la tarde del día martes, mientras se preparaba su acostumbrado latte con un toque de caramelo. Su teléfono comenzó a sonar, interrumpiendo el sagrado proceso de preparación de su café, por lo que frunció el ceño y cogió el teléfono dispuesto a desviar la llamada. Sin embargo, algo le dijo que debía atender. Era un número desconocido, que resultaba, por alguna extraña razón, sospechoso. Más tarde diría que se trató de una corazonada, como cuando decidías no embarcarte en ese vuelo destinado a estrellarse.

Del otro lado, la voz grave de un hombre lo llamó por su nombre.

— ¿Hablo con el señor Roman Grunberg?

Roman se arregló la corbata de forma automática, queriendo mostrar algo de autoridad a pesar de que no podían verlo.

— Decano Roman Grunberg — dijo, con parsimonia.

Del otro lado se oyó un carraspeo.

— Mis disculpas señor decano, espero no haberlo interrumpido.

— ¿Con quien hablo? — preguntó Roman.

— Con Benjamin Horvatt, el padre del profesor William Horvatt.

El recuerdo de un hombre alto, de gestos marcados y semblante impasible llegó a la memoria de Roman. Conocía a Benjamin Horvatt muy bien, a pesar de que nunca había tenido, hasta entonces, la oportunidad de hablar personalmente con él.

Cambió el tono de voz de inmediato.

— Señor Horvatt, buenas tardes, disculpe mi acritud. ¿Cómo está usted?

— Recuperándome de una pequeña lesión sin importancia, ¿y usted?

— Muy bien, gracias a dios. ¿En qué puedo ayudarlo? ¿Le ha ocurrido algo al profesor Horvatt?

Del otro lado se oyó otra vez aquel carraspeo. Parecía tener cierta dificultad para hablar, seguramente como consecuencia de esa pequeña lesión a la que había hecho referencia.

— Bueno, es un tema delicado. Mi hijo... — Benjamin hizo una pausa que obligó a Roman a llevarse el teléfono a un más cerca de la oreja. La curiosidad lo carcomía. Más aun a él, un hombre curioso por naturaleza.

— Lo escucho — instó, sin aguantarse.

— Mi hijo mantiene una relación con una de sus estudiantes, señor decano. Y me temo que no es solo un rumor.

Roman sintió de pronto la corbata demasiado ceñida alrededor de su cuello, por lo que la aflojó de inmediato, mientras en su cabeza se repetían episodios en los que él estuvo casi seguro de que descubriría algo, pero que finalmente terminaban en nada. Una sensación de vergüenza lo embargó. O no era vergüenza, Roman pronto comprendió que se sentía humillado, casi ultrajado. En su propia facultad estaban ocurriendo hechos gravísimos y él ni siquiera había podido descubrirlo por sus propios medios.

William Horvatt estaba involucrado emocionalmente con una estudiante. Y él sabía perfectamente de quien se trataba.

— May Lehner — pronunció, con las mejillas acaloradas.

— Desconozco el nombre de la muchacha, señor decano.

— Sí, sí, es ella. Esa muchacha pelirroja que pasaba mañana y tarde en la oficina del señor Horvatt. Y en mis narices, por el amor de dios....

EL DEBIDO PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora