Capítulo treinta y dos.

12K 619 48
                                    

Años atrás

Ginger

Me levanté rápidamente sintiendo las náuseas matutinas, mientras quitaba el brazo de Eros de mi cintura y corría hasta el baño.

Me hinque en la inodoro, vaciando todo mi estómago, al momento que me sentí mejor lave mis dientes y lave mi cara mientras me miraba en el espejo, me miraba algo pálida, debía de admitirlo.

—¿Estás bien? —Escuché la voz de Eros, me miró con fijeza se miraba preocupado.

—Todo bien, creo que me cayó algo mal. —Mentí.

—Dices que llevas días sintiéndote mal, deberíamos de ir al médico.

—Todo bien. —Dije nuevamente, mientras pasaba por su lado y me acostaba en la cama, él se acercó a mi y me abrazo por la cintura, acercándome más a él y sintiendo su calor corporal.

—Si sigues así deberíamos de ir al médico.

—Lo prometo —Susurré mientras cerraba los ojos, estaba cansada.

Al despertar no sentí a mi novio a mi lado, me estire y camine hasta el baño para ducharme y realizar mis necesidades. Al salir noté que es encontraba en la cocina sin camisa preparando el desayuno. Debía de admitir que se miraba tan sexy haciendo algo tan simple.

—Buenos días. —Lo saludé.

—Buenos días, mujer preciosa. —Se acercó a mí y beso mi frente, cerré los ojos. —Sientate prepare el desayuno.

Me senté y me tendió un tazón con avena y fruta.

—Tienes que desayunar algo ligero ya que te sientes mal. —Besó mi sien mientras pasaba por mi lado y se servía su desayuno.

—Gracias.

Ambos desayunamos en silencio mientras pensaba en como decirle que estaba embarazada.

—¿Irás a la universidad? —Me pregunto después de un gran rato en silencio.

—No, no me siento muy bien. —Le recordé.

—¿Te quieres quedar aquí?

—No, me iré a mi apartamento.

—Bien. —Besó mi frente.—Me iré a arreglar para ir a la universidad y te llevo a tu apartamento.

—Esta bien. —Murmuré.

Él despareció y yo terminé de desayunar para después ponerme a limpiar la cocina, necesitaba una distracción muy urgente, al terminar de limpiar camine hasta la habitación y Eros ya estaba listo.

—Podemos irnos.

—Si, pero antes yo debo decirte algo.

—Venga, dime qué es. —Tomo un mechón de mi cabello y comenzó a enrollarlo en su dedo, sin quitarme la mirada de encima.

Finge que me odias Donde viven las historias. Descúbrelo ahora