Sueños Salvajes

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Es otro día más

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Es otro día más. Los pájaros embellecen el ambiente con sus trinos de voz de miel y el viento se mezcla con el polen. Dejé la ventana abierta para escuchar los sonidos de los animales, a veces, en el árbol que está a mi frente, aparecen ardillas y esconden sus nueces en el hueco, son adorables.

Yo me quedé adentro a esperar la visita de una persona, no cualquier persona, si no una que conoce una faceta de mí que no muestro del todo al completo, una persona que cambió mi modo de ver y a la que le debo mucho por el conocimiento que me brindó.

Caemundi.

Ese es el nombre verdadero del mundo, los seres humanos comunes y corrientes no tienen ni idea de que esa palabra existe, son contadas las personas que tienen información sobre la verdad. Existen secretos que van más allá de la compresión de la persona promedio, a los preferiría llamar escépticos porque no creen en la magia ni en lo que pueda estar fuera de lo humano.

Este conocimiento, desde luego que es oculto, pude acceder a él gracias la líder del grupo cuyo nombre prometí no mencionar jamás, cuando tenía quince años, me otorgó un par de libros sobre lo que las sociedades y letrados denominan: Orbe Secreto del Caemundi, los dejé guardados en una de las habitaciones más ocultas de la mansión de cual solo existe una copia.

Mis recuerdos de ella se mantienen tan frescos hasta hoy. Todo comenzó un día en el que era una niña pequeña que no se podía separar de sus padres excepto si es que había algo que le llamase la atención, esa niña fui yo. Los tres estábamos de paseo por las calles de Estorné, papá me compró todos los dulces que le pedí, algodones de azúcar, tartaletas y un caramelo duro. Mamá, en cambio, se molestó con él, pero, son asuntos de relleno, lo que importa es que no sería lo que soy de no ser porque en una pequeña plaza, cerca de una feria de identidad cultural jeervalyana, encontré a una chica, ella tendría unos 17 o 18 ese momento.

Estaba parada sobre el borde de roca de una pequeña área verde de decoración, con una fuerza y entonación increíbles, batió al aire unos folletos, además llevaba un megáfono.

—El Caemundi existe, nosotros estamos dentro de él. Los seres humanos no somos sus únicos habitantes, las criaturas que decimos que nada más existen en los libros, las hadas, los duendes, los unicornios, también son parte. La magia es real, abran su mente ¡ábranla!

—Yo, yo creo en las hadas y en los unicornios.

Recordé a la perfección sus palabras y lo que dije para llamar su atención, ella entregó folletos a las personas que se le acercaron, en ese momento me alejé de un poco más de lo que debí de mis padres.

—Sí de verdad crees en la magia y en lo que dijiste, tú y yo nos volveremos a ver —la pequeña rubia y la mujer ya adulta cruzaron sus miradas—. No solo va para la niña, si no para todos los que de verdad crean. Para ustedes, yo les revelaré las verdades que sé, crean, crean y no dejen de creer.

Juego de un MilnombresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora