Tercera Impresión

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Cuando la noche cayó, la oscuridad y el silencio se lucieron en una mezcla uniforme en toda Nueva Asturia, la más pequeña de las regiones de Jeervalya, pero, no tan pequeña como la Isla Menor, ubicada a unos días en barco desde ahí. Lo malo es que no había botes cerca.

A no ser que se tratase de un ricachón con una fortuna para ir en un avión privado a la isla, el acceso era limitado. Ese no era el caso del Milnombres, molesto por estar en dos mentes a la vez, deseaba que todo se terminase. Incluso si podía dejar un fragmento —o hasta tres que era lo que le permitía su rango— de sí con esencia de su mente imbuida en él y tomar un descanso o concentrarse solo en uno, todos estos años le fueron un desafío. Comenzó a dudar de si su trabajo valía la pena o no.

Quería tomarse un tiempo para sí, dejar el mundo de los humanos y volver a sus dominios.

El trabajo era primero. No podía correr el riesgo de enfrentarse a dos seres cuyo nivel de poder le era desconocido. Ni siquiera sabia el nombre de la criatura que eran. Estaba con ellos por una promesa y la iba a cumplir.

Se vio un rastro de él, señal de su cansancio. No era bueno que lo viesen. Subió a una altura por encima de la copa de un árbol de treinta metros, lo suficiente para pasar desapercibido por la mayoría de seres. Excepto algunas especies animales que al sentir su presencia emitían gritos o defensa en alerta del intruso.

El Milnombres terminó por esconderse en lo que antes fuera la madriguera de un animal que vivió entre las rocas. El cadáver no fue hallado porque hace tiempo que fue presa.

Juego de un MilnombresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora