Capítulo 35 - Cosa de dos

29.7K 2.5K 1.8K
                                    

Línea para decir hola 🩷

⋅༺༻⋅

35 | Cosa de dos

Daphne Barlow

Cuando el partido termina, Isaac tiene una anécdota a medias sobre sus labios. El grupo que se ha formado a nuestro alrededor mira con decepción hacia el campo al darse cuenta. Incluso si se trata de la victoria de su propio equipo, más de uno mira hacia Isaac esperando a que termine de hablar.

Es curioso, después de lo que vi en el partido al que vinieron, esperaba ver a Isaac realmente indignado cuando los suyos han empezado a perder, pero, en vez de eso, se ha estirado para preguntar a los chicos del banquillo por la comida que han traído (y la razón por la que uno de los suyos había justificado haberse acercado a ese banquillo) y, tras conseguir que le lanzaran unos dulces, ha apoyado la espalda en la barandilla y me ha preguntado: "¿Quieres saber quién usa menos el cerebro de todo el equipo?"

Luego ha empezado a hablar. De forma animada, gesticulando en exceso, y con una divertida expresión mientras dramatizaba cada anécdota, cada cotilleo, cada recuerdo de sus amigos. Me ha vuelto parte de ellos con su teatralidad y no he sido la única que ha terminado cautivada por ese marcado carisma.

Ahora son los mismos a los que ha ido uniendo con cortas preguntas o comentarios al verles curiosear los que tuercen los labios en nuestra dirección como si su equipo no acabara de ganar el partido. Su felicidad no está ahí todavía e Isaac levanta las manos para llamar su atención.

—Lo sé, lo sé, también me gustaría seguir contándoos con todo lo que tengo que lidiar día a día por culpa de esos desgraciados —señala a sus compañeros—, pero han sonado las campanadas y tengo que asegurarme de que esta Cenicienta llegue hasta su príncipe azul antes de que él se convierta en un Gremlin porque, eso, nunca es agradable de ver.

Alcanza mi hombro y nos encamina hacia la salida de las gradas. Su "Adiós, mis amados plebeyos" no pasa desapercibido, pero al menos tampoco le pone una diana en la espalda.

Incluso si todavía no he podido quitarme del todo la preocupación del todo de encima, Isaac ha ayudado, y sé que lo recuerda cuando mis pensamientos se alejan al llegar al aparcamiento porque tira de mí de vuelta a la conversación de forma muy literal.

Apoya la mano detrás de mi cabeza y me vuelve hacia la puerta exterior que conecta con el campo y acaban de abrir. Me roba la atención, si no es con su voz es con sus gestos, tan exagerados que no puedes obviarlos.

Te lleva con él.

Te traslada a sus historias aunque intentes resistirte.

—Así que aceptamos, es decir, es hockey, ¿qué podía salir mal? —sigue contando al pisar el campo. Mi inquietud crece aunque intente esconderlo—. Obviamente; todo.

—Nunca habíais jugado, ¿no? —pregunto.

—¿Jugar? Ni pisar el hielo. Pero Adam, bendito Adam que no es capaz de pensar con claridad aunque su vida dependa de ello, decidió que, si sus otros amigos jugaban, él también podía y, por supuesto, ¿a quién iba a arrastrar allí?

—A vosotros.

Isaac tuerce los labios.

—El pobre se olvidó de que los deportes son diferentes e intentó patear el disco después de veinte minutos allí. Nadie sabe cómo lo hizo, pero clavó la punta del patín en el hielo. Lo que es todo un mérito porque los patines de hockey no tienen tan abierta esa zona, pero él lo hizo.

Las mentiras que nos atanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora