Capítulo 10

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Durante la que fue hasta el momento la peor noche de mi vida, no pude pegar ojo ni un solo minuto. Para mí supuso una tremenda decepción, ya que esperaba poder encontrarme con el Hombre de los Sueños. Si me hubiera dormido, habría tenido incontables pesadillas, pero habría escogido enfrentarme a todas ellas si eso significaba encontrarle al final.

Si las miradas mataran, ya estaría escondiendo los cadáveres de las criadas que acudieron a levantarme bastante temprano. No era culpa suya, pero aquel fue un detalle que no tuve demasiado en cuenta. Me entregaron un vestido verde grisáceo, sencillo y largo, pero más elegante que los que tenía en mi armario, y una bandeja con un desayuno cuyo olor me habría levantado el ánimo cualquier otro día.

Capté una sombra de ojeras bajo mis ojos en la superficie, pero tras mi experiencia de la noche anterior, la imagen me pareció decepcionante. Cuando las dos criadas se marcharon tras indicarme que bajara al vestíbulo cuando hubiera terminado, saqué de debajo de mi cama el espejo de Lokih. Comprobé rápidamente que, efectivamente, tenía unas ojeras horribles, y cerré la caja a toda prisa. No quería arriesgarme a que mi otro reflejo apareciera, aunque la última vez había tenido que llamarlo. Aún podía sentirlo. Estaba ahí, en alguna parte, contenido. Era como si al mirarme al espejo hubiera despertado de una especie de hibernación en la que dudaba que fuera a volver a sumirse.

Cuando recordé la conversación con Rodion la noche anterior, apreté los dedos en torno a la caja. Me quería, sabía que lo hacía, pero al parecer estaba tan convencido de que no podría impedir el compromiso que ni siquiera iba a intentarlo. No tenía ni idea de cuánto le habría contado a su padre, o qué le habría dicho él para convencerle de que aquello era algo bueno, pero Rodion nunca había sido capaz de ignorar una orden de Fyodor. Yo había sido la gran excepción. Él se había criado como el predilecto de su padre, su sucesor en el título, y por lo tanto siempre había estado acostumbrado a la disciplina militar y la obediencia férrea. Además, el príncipe y el general eran las figuras a las que más admiraba. Debí haber sabido que no podría desafiarles, y por lo tanto tampoco a la Insurrección, pero eso no me hacía estar menos enfadada y triste. Sin embargo, si seguía prefiriendo luchar por Eneas a hacerlo por mí, pensaba concederle su deseo: lo que había habido entre nosotros durante los últimos dos años se acabaría. Me llevaría bastante tiempo dejar de sentir el amor que había profesado por él desde que era una cría. La verdad, preferiría no sentir nada en absoluto.

Scilla me esperaba en el vestíbulo, con el pelo oscuro recogido en un moño y gesto impaciente. Daba golpecitos con el pie en el suelo, y al verme bufó y dijo:

-¿Has dormido acaso?

Ni siquiera me molesté en contestar. Mis ojeras ya lo decían todo.

-Bueno, me basta con que te tengas en pie. El primer entrenamiento no será muy duro, pero no olvides que te estás preparando para una guerra.

-Una guerra en la que sólo me enfrento a un enemigo, ¿no es así? -murmuré. Al peor de todos.

-Preferiblemente dos. Tu destino es acabar con Furya, pero esperemos que también puedas matar a su bastarda.

Dicho esto, Scilla me dio la espalda e indicó con apenas un gesto a los criados que abrieran las puertas. Fruncí el ceño. Al hacer eso, pareció casi aristocrática. Y, ahora que me fijaba, su forma de moverse y su acento no sugerían lo contrario.

Para mi sorpresa, la mujer me hizo seguirla hacia el bosque que cubría la montaña. aunque no tenía ni idea de a dónde me llevaba, me negué a preguntarle. No tenía energías para hacerlo tampoco. Aquella situación me recordó dolorosamente a aquellas en las que recorría esos caminos entre risas risueñas junto al chico al que amaba. Apreté los dientes sin dejar de caminar.

El reflejo de la Reina: ExilioWhere stories live. Discover now