Capítulo 33

34 2 2
                                    

Cuando abrí los ojos, me arrastraban a través de un pasillo lujoso e iluminado, tanto que tuve que volver a cerrar los ojos, aturdida. No tardé en volver a abrirlos, y al hacerlo me di cuenta de que estaba de vuelta en la mansión de Eneas, y de lo que estaba pasando.

—No... ¡No! —grité, revolviéndome contra los soldados que me tenían sujeta, pero fue inútil. Aún me notaba los brazos débiles, y, sin espejo, volvía a ser nada más que una chica inofensiva. Eso no me impidió patalear y resistirme todo lo que pude hasta que me llevaron por las mismas escaleras que había bajado para llegar a las mazmorras. Esta vez, fueron varios niveles más abajo, hasta el refugio.

Me arrojaron al interior y cerraron la puerta tras ellos. Di un golpe furioso contra el suelo de piedra al oír el chasquido de una cerradura.

—¡¡¡Persie!!!

Clariess estaba encogida en una esquina, pero cuando me vio, se lanzó a abrazarme. Tenía el rostro pecoso cubierto de lágrimas, estaba hecha un desastre. Varios rizos broncíneos se habían escapado de su peinado, y tenía una de las mangas del vestido rota, lo que me hizo suponer que no la habían traído hasta allí con demasiada delicadeza.

—Clariess... Oh, no...

—¿Qué está pasando, Persie? ¿Por qué no nos dejan marchar?

—Todo irá bien, Clariess, tranquila.

—¿Qué te ha pasado en la cara? ¿Estás bien?

—No te preocupes por mí, ahora tenemos que encontrar la manera de salir de aquí.

—Ya lo he intentado, la puerta está cerrada y hay guardias fuera, no he podido abrirla.

Maldije por lo bajo, mirando a mi alrededor. El refugio era una estancia amplia, pero la ausencia de ventanas y luces que no provenieran de las antorchas la volvían un espacio agobiante. A los lados había cajas y barriles que supuse que contenían provisiones. Allá donde mirara, no veía ninguna posibilidad de escapar.

—Persie, tengo miedo... —sollozó Clariess, y más lágrimas asomaron de sus aterrados ojos. No quise que ella lo viera, pero el pánico también empezaba a invadirme. Había vuelto a fracasar, había vuelto a dejar que me atraparan. ¿Dónde estaría Lokih ahora mismo? ¿Estaría buscándome, se habría reunido con los Inferna? ¿Podría, de algún modo, encontrarme? — Los Inferna están aquí, ¿verdad?

Asentí lentamente, abrumada por la situación.

—Dijeron que íbamos a huir, ¿por qué nos han traído aquí? ¿Dónde están los demás, por qué no podemos huir?

—Es cosa de Eneas, Clariess. — Prefería decirle la verdad, por desagradable que sea. Ya era hora de dejar de ocultarle las cosas por miedo a herirla. — Te tiene como rehén. Si yo no dejaba que me trajeran aquí, te habrían abandonado para que los Inferna te encontraran.

—Oh, por los creadores...

—Lo siento, ha sido culpa mía... No quería huir, no con tu familia, no podía... Por eso liberé a Lokih, quería escapar con él y alejarme de todo esto... Pero Eneas me encontró, y ahora las dos estamos atrapadas.

—No, Persie, no es culpa tuya, Eneas no...

Enmudecimos cuando la puerta se abrió para dejar paso al príncipe de la Insurrección. No había en él nada de su habitual fanfarronería ni burlas, sólo una profunda seriedad que resultaba infinitamente más aterradora. Cerró la puerta tras de sí y se dirigió hacia nosotras, que retrocedimos hasta el fondo del refugio, abrazadas la una a la otra.

—Nunca dejarás de darme problemas, ¿verdad, zorra?

Se acercó a nosotras, amenazador.

—No vas a dejar de desafiarme, nunca harás por una maldita vez lo que te digo. Eres una sucia bastarda ingrata, y ya he tenido suficiente.

El reflejo de la Reina: Exilioजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें