Capítulo 20

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EL HOMBRE DE LOS SUEÑOS

El mundo en el que vivía desaparecía y reaparecía continuamente, y yo con él. Todo dependía de cuando mi Persie se dormía.

Como sueños que eran , nunca adoptaban una forma definida. Al principio recuerdo haberlo encontrado desorientador, pero tras diecisiete años de existencia intermitente me había visto obligado a apreciar su extraña belleza. Al fin y al cabo, aquel lugar irreal era el fruto de la imaginación de Persie, y a veces de la mía propia. Hilos de pensamientos desconocidos incluso para nosotros mismos se entrelazaban incomprensiblemente de formas singulares, cada noche yo abría los ojos para encontrarme en un efímero escenario distinto. Cuando todo se deshacía en niebla, me confinaba en un rincón de su mente, a la espera de otro sueño que me permitiera una salida.
Junto a la niña a la que he cuidado, nadé en océanos de sombras, rodé por prados de bruma, salté en caídas sin fin, caminé por el cielo estrellado, hablé con personajes sin rostro, contemplé tormentas hipnóticas, volé sin rumbo, visité los páramos más sombríos, corrí sin moverme y me enfrenté a docenas de miedos que no eran míos. Sin ser consciente de que, para ella, nada de eso tenía sentido. Ese mundo, esa vida, era todo lo que había conocido jamás.

O eso creía.

Viví mucho tiempo creyendo no ser más que el producto de la imaginación de una niña que necesitaba a alguien que la cuidara. Por mucho que la quisiera, y lo hacía con todo mi corazón, era lo único que tenía. Aceptaba mi vacío porque pensé que formaba parte de mí. Desde que la magia de Persie despertó, desde que descubrí que era algo más, he comprendido que no lo és. Nunca fui algo imaginario o inexistente, al menos no una vez, y eso me ha hecho sentir mi soledad, la sensación de todas esas cosas que me faltan, como algo real. Saber que poseo recuerdos de una existencia que me ha sido velada todo este tiempo me desespera al tiempo que me alivia, me llena de impotencia y determinación. Mi nuevo objetivo era recuperar todo aquello que me hacía formar parte de la realidad, quería pertenecer a ella en la mayor medida posible. Pera ello sólo había una cosa que pudiera hacer: sacar por la fuerza todos los recuerdos aprisionados en lo más profundo de mi alma, sacar a flote mi identidad, mi realidad, porque después de saber todo esto no iba a continuar pensando en mí mismo como una presencia imperceptible, no me volvería a considar imaginario. Quizá, de esa manera, podría estar ahí para mi pequeña. Aún cuando empezaba a saber de mí mismo, ella era todo lo que me importaba.

La miré, sentada a mi lado. Ambos estábamos sentados sobre una imagen que nos rondaba a los dos por la cabeza: unas rocas que formaban el lecho de un río. El agua, que reflejaba luz multicolor sobre su suave corriente, no nos provocaba ningún frío. Con el paso de los días había llegado a la conclusión de que la metáfora que había usado la última vez que hablamos era errónea. Mi memoria no era el lecho de un río, sino una cantera. Una cantera de la que, por el momento, no había sacado más que guijarros.

Persie estaba siendo muy valiente, pero la notaba cansada. Su alma se metamorfoseaba ante mis ojos, estaban emergiendo elementos que yo ya pensaba que habían desaparecido. Sus ojos, dos estrellas muertas duras como diamantes, estaban fijos en el horizonte brillante e infinito. Las ondas del agua ascendían por su camisón blanco como si formara parte de la corriente.

Recuerdo que, cuando era muy pequeña. antes de que aparecieron todos esos traumas y pesadillas, hubo un par de veces que me llamó "papá". Por aquel entonces sus sueños no me aportaban los suficientes detalles de su vida como para que supiera que estaba terriblemente sola y que no tenía a nadie más, pero me gustó que me llamara aquello un par de veces. Me consideraba poco más que una invención de su mente, y sin embargo me sentí conmovido como nunca y me juré a mi mismo que protegería a esa niña todo lo que pudiera.

Más tarde, comprendí que no podía protegerla en absoluto.

Llegaron pesadillas llenas de oscuridad, de dolor, de miedo todo por culpa de ese hombre que, en el mundo real, fingía ser su padre. Fue entonces cuando me di cuenta de que Persie sí que estaba sola, porque yo no podía ayudarla. Era inútil. No podía evitar todas las cosas horribles que le esperaban fuera de sus sueños. Conforme su mirada se iba apagando día tras día, no volví a oírle llamarme de esa manera.

El reflejo de la Reina: ExilioWhere stories live. Discover now