Capítulo 21

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Ver la expresión de asco y espanto de Loana no era lo peor que me había pasado ese día, pero eso no hizo que me enfureciera menos.

-¡L-Lady Persie! ¿Qué...?

-Calla y dame eso.

La habían enviado a mi habitación con una bandeja con vendas, tijeras y un ungüento. Ya debía de haberse imaginado lo que iba a encontrarse, pero eso no la había preparado para la visión de mis palmas en carne viva. Toda mi piel estaba levantada por donde la vara de Scilla la había desgarrado, y así habían permanecido cuando se cansó de castigarme y me hizo pasarme toda la mañana encadenada mientras ella se paseaba por el claro maldiciendo inteligiblemente. Había destapado los espejos para seguir con el entrenamiento sin soltarme, pero cuando conecté con mi magia, dispuesta a matarla con ella, había comprobado que, cuando el el cristal mi pelo encaneció y mis ojos se tornaron metálicos, mis manos seguían aprisionadas en las cadenas. Quizá alimentándolo con mi ira podría haber conseguido que se soltara, pero mi maestra tapó los espejos de nuevo antes de que pudiera hacerlo e hizo que los reclutas se marcharan. Al parecer, mis entrenamientos no dejaban de ser abruptamente interrumpidos por los arranques de ira de Scilla.
En todo ese tiempo no había podido dejar de sentir el escozor de las heridas abiertas y cómo mi sangre se deslizaba por mis muñecas y goteaba sobre el suelo, pero ella no tuvo intención de curarme en ningún momento. De modo que pasé esas horas con la vista clavada en el suelo, imaginando mil formas distintas de acabar con su vida y tratando de ignorar el dolor. Mi imaginación de vez en cuando se desviaba y acababa pensando fugazmente que estaba en un valle de niebla plateada con el Hombre de los Sueños, e incluso llegué a sentir la mano de Lokih acariciándome la mejilla. Al final, eso sólo lo hizo más infernal.

Cuando volví a la casa, Fyodor simplemente echó un vistazo a mis manos antes de ordenarme que me fuera a mi cuarto.

Con una brusquedad que, la verdad, necesitaba en aquel momento, le arrebaté de las manos la bandeja a Loana y corté la venda yo misma.

-P-Pero... ¿qué ha pasado?

-Te diré lo que ha pasado: han buscado para entrenarme a una maldita loca.

-Pero...

-Márchate.

-Lady Persie, no puedo...

-¡¡¡Fuera de aquí!!!

La luz blanca que mis ojos desprendieron fue tan potente que se reflejó en los de la criada, que huyó sin volver a replicar. Cuando cerró la puerta, abrí el tarro de ungüento y me apliqué un poco en las palmas. Escocía como ácido, pero lo último que necesitaba era que se me infectaran más de lo que ya estaban. Una vez terminé de aplicarlo, me rodeé las manos con las vendas. Tenía práctica, no era la primera vez que tenía que encargarme yo sola de mis heridas.

La sangre no tardó en ensuciar los blancos vendajes, y ya no pude más. Mi visión se volvió plateada y, con un grito, agarré la jarra con flores que tenía en mi mesilla de noche y la arrojé contra la pared. No contenta con verlo destrozado en el suelo, tiré la mesilla también. Lo mismo le ocurrió a la silla, a la mesa circular, al taburete. Al golpear este, me hice daño en las manos. Gemí de dolor y caí de rodillas, mirándome impotente las manos vendadas, el rojo extendiéndose sobre la tela y, antes de darme cuenta, una lágrima ya se había desprendido de mi ojo aún plateado.

Ya tenía suficiente. Puede que aquella fuera una isla, una rebelión que simbolizara el bien y la libertad, pero las personas que la dirigían no lo hacían. Eran hipócritas, crueles, desalmados, farsantes. Mi odio hacia ellos y todo lo que representaban superaba lo concebible, Era más grande que yo misma, un secreto pesado como una inmensa roca que llevaba años amarrada a mi espalda y había estado arrastrando una y otra vez todo aquel tiempo. Ese secreto estaba saliendo a la luz, revelándose como oscuridad desmesurada.

El reflejo de la Reina: ExilioWhere stories live. Discover now