Capítulo 29

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Clariess me estaba esperando en la sala de estar en la que ella, su madre y yo solíamos practicar costura. Había echado a Fern, con quien me había cruzado por el pasillo echando humo. Estaba sentada en uno de los sillones, con la expresión sorprendentemente seria y las manos cruzadas sobre el regazo, gesto que yo sabía que empleaba cuando se tomaba algo tremendamente en serio.

—Gracias por venir —le dije, sentándome a su lado.

—Llevamos una semana sin vernos, estaba impaciente por hablar contigo. No te imaginas cuánto te he echado de menos, que hubo momentos en que creí que habías muerto.

—No creo que corriera nunca ese peligro. Los mercenarios tenían intención de venderme como esclava en Jarnile.

El horror de Clariess fue evidente cuando cogió mis manos entre las suyas.

—¡No quiero ni pensar qué habría pasado si no te hubieran encontrado! ¡Qué gente tán espantosa, espero que no te hicieran nada malo!

Negué con la cabeza, sin sentirme afortunada.

—No, no me hicieron nada. Tenían un sótano bajo una bodega, y me tuvieron allí encadenada varios días, nada más, de verdad. Tampoco fue tan horrible. Era mucho peor pensar en lo que podría pasar después.

Las noches que pasé dormitando sobre el suelo duro estuvieron llenas de pesadillas sobre lo que me esperaba en el Continente del Norte, pesadillas en las que el Hombre de los Sueños nunca había aparecido. Llevaba desde aquel último recuerdo sin entrar en mis sueños, y, aunque no había pensado demasiado en ello mientras estaba con Lokih, me tenía preocupada.

—Pero ahora estás a salvo, estás bien, y aún así... Nunca te había visto tan triste.

Me levanté del sofá, airada, y empecé a caminar de un lado a otro.

—¿Por qué iba a estar contenta de estar aquí, Clariess?

—Ya no estás en manos de esos...

—¡Ya no sé si lo preferiría! ¡Siempre he odiado esta casa, siempre he odiado esta vida!

En la mirada celeste de la joven pude apreciar que mis palabras la habían herido.

—¿Qué quieres decir? ¿Siempre?

—Todo empezó a mejorar cuando me hiciste tu dama de compañía, y creo que nunca te lo he agradecido lo suficiente. Aunque durase poco, me salvaste. Antes no tenía nada más que dolor y soledad. Todo lo que te dije en casa de los Guntheron era verdad.

—¿Todo? — En su voz había una mínima nota de esperanza que pisoteé sin piedad.

—Todo. ¿Sabes cuándo fue la primera vez que tu padre me arrastró a los establos para golpearme? Hace trece años. Yo no era más que una niña — Anegaron mis ojos lágrimas de ira. — , estaba indefensa y no había hecho nada malo. Pero a él le dio igual, porque resulta que él nunca quiso que yo pisara esta casa y me odiaba porque sabía lo que yo era. Un monstruo.

—No, Persie, tú no eres un monstruo.

—¡A lo mejor quiero serlo! ¡A lo mejor quiero que tu padre pague por todo lo que me ha hecho, aunque todos vosotros me odiéis después!

—¿E-Estás segura? ¿Es... verdad?

Solté una carcajada.

—Créeme, estoy de lo más segura. ¿Te parece que podría bromear con lo que te estoy contando ahora mismo? ¿Acaso tienes ganas de reír, Clariess?

—¡Claro que no! ¿Pero qué estás diciendo? ¿Cómo puedes decir algo así? —replicó, escandalizada, y probablemente se habría levantado también si se hubiera sentido capaz de mantenerse en pie.

El reflejo de la Reina: ExilioWhere stories live. Discover now