Capítulo 25

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La Princesa fue destapando las botellas de licor una a una, y olisqueó su contenido. Los ethryn eran conocidos por preparar tantas bebidas como gustos, y ella se consideraba una entendida al respecto. Arrugó la nariz ante el ácido olor especiado del contenido de los recipientes.

—Qué mal gusto —se quejó, pero llenó uno de los vasos para Mylod.

—Es lo más fuerte que vamos a encontrar.

Ese pensamiento hizo que la joven se encogiera de hombros y se sirviera uno. Se lo bebió tras sentarse sobre el inmenso escritorio mientras observaba el cuadro que ocupaba toda la pared de detrás. Era el retrato de una familia: cuatro adultos y tres niños. En el centro había dos hombres, ambos con el mismo pelo escaso y facciones regordetas, con sus esposas a cada lado y sus respectivos hijos entre ellos.

—¿Cuántos años tiene este cuadro?

—Bastantes, supongo. Nilisan es ese niño de la izquierda.

—Bastantes, sin duda.

Mylod se paseaba de arriba a abajo, ojeando los títulos de los libros que ocupaban las estanterías.

—Aquí hay unos cuantos libros de cuentas, quizá deberíamos echar un vistazo antes de que llegue.

—Se los llevaremos a Vanir, él entiende de estas cosas. Haré que los examine a ver si encontramos algo interesante.

—Sí, y luego harás que Hienrrick le ayude, ¿verdad?

—Les hago un favor. Algún día esos dos me lo agradecerán.

—O puede que no, y que estés arrastrando a dos consejeros a constantes situaciones incómodas que terminarán desembocando en la inestabilidad del Consejo.

Hecathe soltó una carcajada.

—No digas tonterías, a Hienrrick le...

No había terminado de pronunciar esa frase cuando la puerta del despacho se abrió para dejar paso a un tipo que era una versión más joven y con algo más de pelo que los hombres del retrato, y más vieja de la del niño al que habían señalado, ataviado con pesados ropajes para protegerse del inminente invierno, que se daba golpecitos en la frente con un pañuelo. Cuando alzó la vista, abrió los ojos como platos.

—¿Quiénes...? —empezó a decir, pero cuando vio a la Princesa encaramada a su mesa, pegó un casi cómico respingo. — ¡Su alteza! ¡Qué-Qué honor!

Ella chasqueó la lengua, depositando el caso sobre la madera al tiempo que Mylod se cruzaba de brazos.

—Señor Argos.

—Me honra con su presencia, alteza, pero, ¿a qué debo...?

—Disculpe la intromisión, y también no haber avisado al servicio de nuestra presencia. No hemos entrado por la puerta principal.

De hecho, ella, Mylod y unos cuantos Inferna se habían colado trepando la verja y entrando por una ventana, asegurándose de que ninguno de los criados de Nilisan Argos les viera y pudiera avisarle.

—¿Y por qué...?

—Hemos echado un vistazo a su despacho y hemos encontrado su alijo —le interrumpió de nuevo, señalando las botellas cristalinas de las que habían bebido. — Espero que no le importe.

—También hemos mirado en las estanterías —comentó Mylod. Nilisan tragó saliva, pero sonrió cordialmente.

—De verdad que no entiendo la razón de su visita.

—"Señor Argos —empezó a leer Hecathe, alzando un pedazo de papel rasgado. —, el general empieza a impacientarse. Los retrasos de sus envíos empiezan a resultar inaceptables. No estamos dispuestos a tolerar semejantes irregularidades, en especial con los tiempos que nos esperan. Si no es más eficiente con sus negocios, tendremos que tomar medidas y reconsiderar nuestros tratos".

El reflejo de la Reina: ExilioWhere stories live. Discover now