Capítulo 17

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Mi grito de sorpresa murió en mi garganta, y durante un segundo ni siquiera pude reaccionar. Sólo cuando los labios de Eneas se movieron sobre los míos y una de sus manos aferró mi cadera, procesé lo que estaba pasando. El hombre que más detestaba me estaba besando.

Le puse una mano en el pecho en un intento de hacer que se apartara, pero él me mordió con fuerza el labio inferior, haciéndome daño. Cuando deslizó una mano por un lado del corpiño empapado de mi vestido, aparté el rostro, le di una patada en la rodilla y le empujé lo más fuerte que pude. Conseguí que se alejara, me levanté de la silla y adopté una posición defensiva. La boca me sabía a sangre.

Eneas trastabilló y me miró fijamente, con una aterradora rabia contenida. Yo también la sentía, pero a él le mostré una actitud temblorosa con algo de temor, lo justo para no arruinar mi actuación de antes, pero también para que se lo pensara dos veces antes de acercarse a mí. Eso no quería decir que, si alguna vez se le ocurría intentar aquello de nuevo, no me defendería con uñas y dientes sin importar las consecuencias. Estaba completamente asqueada por lo que acababa de pasar, y horrorizada al pensar cuáles podrían haber sido sus intenciones. Los metros entre nosotros no me parecían suficientes, pero justo entonces alguien tocó la puerta.

—¿Alteza? Estamos a punto de atracar, lady Persie deberá subir en breve.

—Así se hará —respondió él, sin quitarme los ojos de encima. Se dirigió a la puerta y, antes de salir, dijo: — Tú y yo tenemos una charla pendiente.

Una vez sola, volví a sentarme y me puse una mano sobre el corazón, que me latía desbocado. Nunca, ningún hombre que no fuera Rodion había osado besarme o tocarme de ese modo. Y yo, acostumbrada a la calidez y la suavidad, estaba descolocada por el desdén y la brusquedad que el príncipe me había mostrado.

No me esperaba otra cosa si me casaba con él. El odio entre nosotros no cambiaría nunca, no desaparecería. No iba a pasarme toda la vida siendo tratada así, decidí. No iba a permitirlo.

Mi mano pasó de mi corazón al lado del corpiño que Eneas no había tocado. Sentí al instante la dureza que delataba el espejo que había debajo. ¿Me habría tocado simplemente porque quería... o para comprobar si le había mentido? ¿De verdad era tan recorcito? Tuve claro que la respuesta a esa pregunta era un sí.

No le dije nada al bajar del barco, ni tampoco hablé con ninguno de los Aursong de camino a la casa, donde me esperaba una reprimenda de Gracelia sobre el comportamiento de una dama, la dignidad de la familia y lo tremendamente poco merecedora que era del honor que me había sido concedido. Lo aguanté impasible, apenas escuchando: lo ocurrido en el barco me había embotado la mente, y no podía pensar en otra cosa, por lo que el estómago se me revolvía una y otra vez.

Ya en mi habitación, hice marcharse a Loana. Sólo por haberme vuelto noble no había olvidado cómo desvestirme, y, además, no iba a arriesgarme a que viera el espejo que, en cuanto salió, metí debajo de de mi colchón, junto al de Loki. Ya tenía dos objetos prohibidos en mi poder, y pensaba acumular más.

Nada más tenderme en la cama aquella noche, supe que no lograría conciliar el sueño. Tenía demasiadas cosas en las que pensar, y en las que no quería pensar. Si esto me hubiera pasado hace unos meses, me habría escabullido hasta el cuarto de Clariess, ella habría encendido una vela, y nos habríamos pasado horas hablando en voz baja. A la mañana siguiente, ella alegaría una migraña para estar más tiempo en la cama, lo cuál significaría librarse de sus lecciones, y yo iría a fingir cuidarla para reírnos todo el día. Pero, claro, eso era cuando yo no tenía apellido, vestía de marrón, y no dormíamos en la misma ala de la casa.

Traté inútilmente de dormirme para poder hablar con el Hombre de los Sueños, pero, para cuando la luna ya estaba en lo alto del cielo, como una perla engarzada en terciopelo negro, aún seguía completamente despierta. Mi insomnio aún me atormentaba sin piedad, y probablemente al día siguiente tendría sombras bajo los ojos y dentro de ellos, que harían retroceder a cualquiera que pretendiera acercarse a mí. Estaba acostumbrada, ya que ese era prácticamente mi estado natural.

El reflejo de la Reina: ExilioWhere stories live. Discover now