Capítulo 16

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La isla de Rislock era el principal aliado de la Insurrección. Desde el éxodo, sus gobernantes se habían ocupado de nuestra ocultación y protección, por lo que a los nuestros les convenía mantenerlos contentos. Cavintosh no aparecía en los mapas, y siquiera en la era de los Kraeman, porque en Rislock habían querido aprovechar esos recursos por su cuenta y esconder allí lo que no querían que los reyes encontraran, incluso tenían una flota que impedía que cualquier otro navío se acercara. Eso dio mucho poder durante generaciones a aquella isla considerada una provincia ethryn.

Asomada desde la cubierta del barco de Eneas, no lograba figurarme cómo lo habían conseguido. Todos los que vivíamos en Cavintosh sabíamos que había sido un gran logro ocultar semejante secreto al rey Honir, y, sobre todo, a la Reina Furya, que era quien con más ahínco nos buscaba. Ahora que sabía cómo se las gastaba la Insurrección, sospechaba que había corrido la sangre. No me quejaba: si no siguiéramos ocultos, Cavintosh no aparecería en los mapas porque no quedaría nada, todos cuantos vivíamos aquí estaríamos muertos, y la Reina podría gobernar con total impunidad sabiendo que no había nadie que se atreviera a enfrentarse a ella ni ninguna elegida capaz de matarla. Aquella era una existencia demasiado apacible como para permitir que aquella mujer la tuviera.

Sabía lo que quería que pasara cuando llegara el momento. Me había imaginado muchas versiones de lo que podía pasarme durante la guerra, pero la noche anterior había vislumbrado la que se había convertido en mi preferida.

Estaba en medio de una batalla rodeada de los cadáveres de los Galatean. Arrodillada ante mí estaba esa mujer pálida como la nieve, cuya blancura se veía eclipsada por el rojo intenso de la sangre derramada. Me inclinaba sobre su oído para decirle: "Esto es por mi padre", y, para cuando me separaba, su cuello ya estaba roto, se desplomaba y mi reflejo sonreía triunfante. Me daba la vuelta y regresaba con las filas de la Insurrección. Alzaba ambas manos y tenía lugar un tremendo revuelo. Poco después, mi reflejo me entregaba dos corazones supurantes: los dos que más deseaba para completar mi venganza.

Uno de ellos aún latía en el pecho del hombre que charlaba con Rodion en la proa. Supuse que hablaba de Rislock, ya que hizo un gesto hacia la mancha que se alejaba en el horizonte. Nuestro barco no iba a acercarse a la isla vecina: ninguna embarcación lo tenía permitido, para no dar pasos en falso. Ladeé la cabeza. No había querido imaginar lo que sucedería después de esa escena, porque de todos modos dudaba que tuviera lugar. Pero, de todos modos, sonreí como lo haría si sostuviera un corazón en cada mano. Tenía mis sentimientos divididos al respecto. La dama de compañía silenciosa estaba escandalizada y horrorizada, y sabía que no podía ser capaz de hacer tal cosa.

Pero la bruja sentía el ritmo en el que la magia se retorcía en mí como un impaciente remolino, y fue la bruja la que sonrió.

—Hace un tiempo agradable —comentó Clariess, acercándose a mí. La brisa marina arrastraba sus rizos y las cintas de su peinado. Me reí para mis adentros y respondí:

—Clariess, creo recordar que una vez me dijiste que empezar una conversación hablando del tiempo es la más obvia muestra de desesperación.

—Y-Yo no recuerdo haber dicho eso.

—Pero estás de acuerdo.

Me di la vuelta, apoyando los codos en la baranda de madera de estribor.

—En toda nuestra amistad, no hemos hablado del tiempo para romper el hielo.

—No, de eso te encargas tú con tus gruñidos —murmuró ella, bajando la vista con una sonrisa tímida. La dejé planear qué decir en silencio. — Siento lo de ayer.

—¿El qué?

—No le pedí a Rodion que fuera a hablar contigo, sé que las cosas entre vosotros están... mal.

El reflejo de la Reina: ExilioWhere stories live. Discover now