02. La bondad no existe

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02. La bondad no existe

Francess Blake

—Foca —me gruñe alguien cuando salgo del instituto. Ni siquiera distingo quién es. 

Y lo agradezco, esta clase de insultos son mejores que cuando se centran en hacerme sentir mal durante un buen rato. Mejor que cuando me acorralan y me insultan o me golpean. Muchísimo mejor.

Por suerte, el día escolar ha terminado y parte del infierno que vivo día a día se acaba tras él. Parte del infierno, por supuesto, porque mi casa (o mi mente) no son un sitio más agradable. 

Camino por las calles a paso tranquilo, sin ganas de llegar pronto a lo que llamo hogar. Veo el coche de los trillizos pasar por mi lado, me parece incluso que la velocidad disminuye un poco cuando están junto a mí. 

Seguramente solo se rían de lo ridícula que eres. 

A mitad de camino me desvío, deteniéndome en un parque dónde una mujer mayor le da de comer a unas palomas. Sonrío suavemente, viendo a los pequeños animales alados y a la señora con su arrugado rostro en una mueca serena. 

Agarro mi cámara que cuelga con una cinta de mi cuello y enfoco a dos de los animalitos, que están volando para llegar a por un trozo de pan. A través del visor observo como una paloma está un poco por encima de la otra, volando ambas en círculos. 

El flash salta y el vuelo queda inmortalizado. Sonrío, viendo la imagen en la pantalla. 

Decido volver a casa, con la imagen de las palomas volando en mi cabeza. Tan libres que duele no ser como ellas. 

Mi casa es el segundo lugar que más detesto en el mundo, después del instituto. Cuando entro, me recibe un profundo silencio más ruidoso que cualquier escándalo. Subo por las escaleras de forma vaga, sin detenerme a comer. Sé que la cocinera debe tener el plato preparado, pero tras ver la cintura de Virginia se me ha quitado el hambre de todo el día. 

Estando en mi habitación, observo a través de mi ventana cerrada (siempre está cerrada, ni siquiera en verano me permito abrirla) el fuerte árbol que lleva allí desde que me mudé me hace sonreír un poco. 

Sigue allí. El árbol, digo. A pesar de los años, de la lluvia, el viento, la nieve... A pesar de todo, el árbol sigue ahí, fuerte, alto, duro. Resulta admirable, solo Dios lleva la cuenta de la cantidad de fotografías que le he hecho a la planta. 

Veo por la ventana abierta de Calix como él entra a su habitación. Sus ojos se clavan en los míos y cierro las cortinas al instante, con rabia. 

Eres ridícula, Frankie, y no tienes el perfil de una diabla. 

***

Nunca me he sentido realmente cómoda en el instituto, pero siento que ahora mismo quiero vomitar de los nervios. 

Acompañé a Archie Lennox, el chico nuevo (que es bastante agradable, al contrario de su hermana), a la cafetería tras una clase que compartimos e insistió en que me sentara con él y unos amigos que había hecho. Así que ahora estoy sentada con los hermanos Font, que ya se han encargado de dedicarle una mirada juzgadora a las patatas fritas de mi plato. 

Sí... Hoy no voy a comer. 

Ellos prácticamente me han ignorado todo el tiempo y los únicos momentos en los que he participado en la conversación ha sido cuando Archie me ha incluido. A lo lejos, veo a Virginia dirigirse hacia nosotros. 

Me pregunto cómo está, la han golpeado con una pelota en clase de gimnasia. Luego, me recuerdo a mí misma que Virginia Lennox me ha tratado horrible y no se merece (y probablemente tampoco quiera) mi preocupación. 

—¿Puedes quitar la mochila? —inquiere, sin siquiera saludar antes. Yo bajo la mirada a mi plato, fijándome en las patatas y rezando para que no comente nada al respecto. 

Aunque debería decírmelo, debería decirme que comer patatas fritas con mi peso es una irresponsabilidad. Gorda, gorda, gorda. 

—Hijo de puta —la escucho gruñir, solo entonces levanto la mirada. Su batido se le ha caído encima, manchando el blanco de la camiseta que lleva con rosa. 

Se va con enfado y miro a su hermano, esperando que diga algo o vaya a pedirle perdón, como mínimo. Cuando Dara Font suelta una risita tonta, me levanto y salgo sin despedirme. 

Sé perfectamente lo que es que se rían de ti y, por muy mal que pueda caerme Virginia Lennox, no voy a ser cómplice de algo así. 

A mitad de camino me detengo en mi taquilla y agarro una camiseta de recambio que suelo tener antes de dirigirme al baño más cercano, suponiendo que está en ese. Acierto, ya que me la encuentro allí lavando su camiseta, pero cuando mis ojos pasan por la parte superior de su cuerpo que es únicamente cubierta por su sujetador me arrepiento horriblemente de entrar allí. 

Dios, es preciosa. Tiene un cuerpo de escándalo, uno de esos que vuelve loco a todo el mundo. Uno de esos cuerpos que no te hacen llorar, ni sentirte insegura, ni te hacen ponerte fajas cada vez que alguna prenda se apriete a él. 

¿Cómo se me ha ocurrido llevarle una camiseta mía? Debe quedarle como un saco de basura. 

—Probablemente te quede enorme, pero es mejor que ir con la ropa mojada. 

Mi mano tiembla cuando se la extiendo. Tengo miedo de que la rechace, se ría de mí y me golpee la cabeza contra el lavamanos o algo así al grito de gorda asquerosa. 

Virginia se mantiene en silencio unos segundos, antes de hablar con un tono débil. El tono más débil que ha usado desde que la conocí hace un par de días. 

—Deberías estar grabándolo y subiéndolo a redes sociales, no ayudándome. 

Y tal vez tenga razón, tal vez se merezca las risas y las burlas, pero no soy así. Sé lo que duele, no soy tan mala. Por desgracia, no soy tan mala. 

—Creo que todo el mundo tiene algo de bondad —confieso aquello a lo que llevo tanto tiempo aferrándome. Porque no me creo que toda esta gente que se burla de mí lo hace solo por diversión, deben hacerlo para sentirse mejores o algo. Todo el mundo tiene sus propias batallas. 

Y, principalmente, porque quiero seguir pensando que los reyes a los que conocí una vez, mis reyes, siguen ahí a pesar de todos estos años de maldad. 

—Esa creencia te llevará a la muerte —me dice y sé que no es mentira, sé que tiene razón—. Yo no soy buena, Frankie, nadie lo es. Y que tú lo seas no hará que los demás sean buenos contigo —suspira, agarrando finalmente la prenda—. Pero gracias. 

Se la pone, tapando su perfecto cuerpo, y como deduzco le queda demasiado grande. Sin embargo, me dedica una pequeña sonrisa suave, una sincera, y sale del baño. Yo me quedo ahí, mirándome al espejo, y una lágrima rueda por mis mejillas. 

Gorda, gorda, gorda. 

Es definitivo, no voy a comer hoy, me da igual si mi estómago está gruñendo en contra de la idea. 

Gorda, gorda, gorda. 

CALIX (SDR 3)Where stories live. Discover now