08. ¡Felicidades!

602 58 15
                                    

08. ¡Felicidades!

Calix Greco

—Te lo he dicho, no está en casa —Aaron insiste a mis espaldas, mientras yo sigo mirando la habitación vacía de la casa vecina desde mi ventana. 

—Son las tres de la mañana, ¿dónde demonios está? —gruño y me preparo para coger una chaqueta y salir a buscarla cuando la puerta de su cuarto se abre. 

Es cuando la veo. Frankie entra con una sonrisita divertida y el pelo revuelto, como si hubiese corrido. 

—Ahí está —señala mi hermano. 

—Ya, ya la he visto —gruño con sarcasmo—. ¿De dónde viene?

—No lo sé, yo solo la he visto salir —se encoje de hombros. 

Maldiciendo entre dientes, salgo por mi ventana abierta y utilizo el árbol que hay entre nuestras casas para desplazarme. Escucho a mi hermano llamarme imbécil, o alguna cosa así, pero me importa poco cuando abro la maldita ventana de Frankie y me cuelo en su cuarto mientras ella está en el baño. 

Me encargo de dejar la jodida ventana abierta, bastante tentado a romperla para que el trozo de vidrio no pueda seguir separándonos. 

Cuando sale del baño, un rato después, yo estoy sentado en su cama y ella solo se cubre con una toalla mientras que varias gotas de agua caen por su clavícula. Jesús, desearía lamer ese agua. 

Al verme suelta un jadeo. No sé si de sorpresa o de miedo.

—¿Qué mierda haces aquí, Calix? —me gruñe, aferrándose con más fuerza a su toalla. Distingo rabia en su tono y eso me agrada un poco. 

—¿De dónde vienes?

Ella me dedica una pequeña sonrisa juguetona, como cuando éramos niños, y me encuentro a mí mismo deseando atrasar el tiempo para volver a esos días en lo que mi única preocupación era salir a jugar con Frankie. 

—Te lo dije, tengo una vida fuera de ese instituto. 

La agarro, estampándola contra la pared de su cuarto. Ni siquiera pienso demasiado antes de hacerlo, solo sigo mis instintos. Acerco mi cara a la de ella, intentando oler algún tipo de alcohol o colonia masculina, pero solo me recibe su aroma y el jabón de ducha. 

—Por tu propio bien espero que esa vida no involucre a un hombre. 

—No eres mi dueño.

—La marca de tu cintura dice lo contrario. 

—¿Te refieres a la marca que voy a tatuar para que ya no se vea? 

—Ni se te ocurra —amenazo, mi rostro cada vez más cerca del suyo. Bajo mis ojos por su cuello, pero no veo ninguna marca de beso. 

—Le dije que no dejara marcas, si eso es lo que estás buscando —a veces, detesto lo bien que me conoce. Lo bien que puede leerme. 

Pero no, me niego a que Frankie se haya ido con otro. Mis hermanos o yo debemos ser los primeros, ¡nos lo prometió!

—Bueno, conozco otra forma de comprobarlo. 

Y antes de que pueda decir nada, la beso. Mis labios devoran los suyos con rudeza y ella se bloquea, intentando empujarme lejos de su cuerpo. La aprieto más contra la pared, pegándome más a ella, mientras noto como sus mejillas se sonrojan y su lengua parece no saber que hacer. 

Cuando me alejo, me relamo su sabor, solo el suyo, en mis labios. 

—Eres una buena mentirosa, bonita —le susurro al oído, pasando un mechón de su pelo tras su oreja—. Pero no lo suficiente. 

Veo el momento exacto en el que sus ojos se nublan de rabia y odio, pero realmente no esperaba lo que sucede después. 

Su mano se estampa contra mi mejilla con fuerza, mucha fuerza, y mi rostro se ladea levemente cuando el sordo dolor me impacta. La mejilla me palpita y, por el calor que siento, sé que su mano debe haberse quedado marcada. 

—No vuelvas a tocarme si yo no te pido que lo hagas, Calix —me da un empujón, haciéndome trastabillar hacia atrás—. Y te aseguro que eso no sucederá nunca. Puedo tener tu estúpida marca, pero te aseguro que, si apago la luz, ningún hombre se fijará en ella. 

—¿Apagarás la luz por la marca o por tus inseguridades, Frankenstein? —acuso y sé que eso le molesta. Le duele. 

—Vete de mi casa o llamaré a la policía. 

—¿A qué policía, Frankie? ¿A la misma policía a la que nosotros controlamos?

Ella suelta una risa agria. 

—¿Que vosotros controláis? —cuestiona irónica— Querrás decir que tu familia controla. 

Aprieto los puños, un tanto enfadado porque tenga razón, pero le suelto entre dientes: 

—Es lo mismo. 

—No, no lo es —sonríe por lo bajo, sabe que ha tocado un punto débil—. Me molestas por mis inseguridades, Calix, pero hace cuatro años tú eras un niño llorón que no quería convertirse en un monstruo —da un paso hacia mí, levantando el mentón con superioridad—. Eres un monstruo, ¡felicidades! Ahora, vete de mi habitación antes de que llame a tu mami y le diga que tres monstruos muy malos me están acosando —hace un puchero, poniendo voz infantil. 

La agarro de la nuca, apretándola contra mi cuerpo y pegando mis labios a los suyos con rabia. Ella suelta un pequeño jadeo, su valentía se esfuma y parece temorosa por lo que vaya a hacer. 

—Vas a tragarte todas tus malditas palabras, Francess. 

—¿Ah, sí? —murmura con desdén, pero su cuerpo tiembla con miedo y no puede disimularlo— ¿Qué vas a hacer, eh?

—Si te lo digo, pierde el factor sorpresa —me burlo, con una sonrisita tonta—. Pero voy a encargarme de que no puedas vivir sin estos monstruos, de que nos necesites como el jodido aire para respirar. Voy a enamorarte tanto que estar lejos de nosotros será un dolor físico.

Ella suelta una carcajada. Como, una fuerte carcajada llena de diversión. Creo que no la escucho reír así desde que éramos unos críos. Y ahí está, riéndose frente a mi cara por algo que no debería hacerle gracia. 

—Vas muy tarde, Calix, ya me has jodido mucho como para que me enamore de ti. 

—¿Sabes qué pasa realmente, Frankie? Que tú ya estás enamorada de mí. Créeme cuando te digo que va a ser más fácil de lo que piensas. 

—Qué te jodan —vuelve a empujarme—. Vete o gritaré, Calix, no estoy bromeando. 

—Oh, ¿piensas que alguien te haría caso? ¿Tus padres, por ejemplo?

Una lágrima se escapa de sus ojos y me siento mal al instante, pero me mantengo firme. Luego, aprieta los dientes con rabia y da dos pasos atrás, alejándose de mí. 

—Haz lo que quieras, Calix, yo me voy a dormir. Estoy cansada de esta mierda. 

Y, frente a mis ojos, deja caer la toalla al suelo. Su cuerpo desnudo se muestra ante mí y noto como otra lágrima se escapa de sus ojos antes de que se meta en la cama y se tape hasta el cuello. 

Me quedo unos segundos mirándola mientras llora sin ningún tipo de pudor por mi persona. Quiero ir, consolarla, decirle que voy a protegerla del mundo pero que necesito que ella sea la que se proteja de nosotros. Sin embargo, solo camino hasta la ventana en silencio y me voy, encargándome de dejar la maldita cosa abierta. 

CALIX (SDR 3)Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu