14. Prométemelo

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14. Prométemelo

Francess Blake

Observo desde mi habitación como el sol desaparece en el horizonte y estoy mirando el cielo oscurecido durante horas. Calix no está en su cuarto, debe estar por ahí celebrando la victoria y viéndose con alguna chica más bonita que yo. 

Intento contenerme. Juro que intento no hacerlo. Y las lágrimas que caen de mis ojos mientras la navaja atraviesa verticalmente mi muñeca son de rabia, rabia porque no merezco esto, nunca lo merecí, y rabia porque voy a irme sin haber ganado. 

He perdido. 

He... Perdido. 

—¡Fuego! —grito la palabra que me dio Calix, la palabra que él prometió que detendría todo. La grito una y otra vez, hasta que me quedo sin voz y mis sentidos se nublan— Fuego. Fuego. Fue... go.

Cierro los ojos y dejo que el dolor y el olor a sangre me cieguen y amparen hasta la paz. Al contrario que Ginny, yo no me arrepiento. Ni siquiera por un segundo. 

Solo veo fuego. 

Calix Greco

He pasado todo el día sin hablar con Frankie. Tal vez no debería haberlo hecho (a nadie le gusta que le ignoren tras perder la virginidad), pero necesitaba pensar y aclararme las ideas.

Acostarme con Gin ayuda. Veo como la mira mi hermano, como ella lo mira a él, a nosotros, y termino por aceptar que quiero tener así a Frankie el resto de mi vida.

Así que por eso me escapo de la fiesta sin que nadie me intercepte y camino a paso tranquilo por las oscuras calles de Blue City.

Estoy un tanto agotado de esta ciudad. Solo quiero terminar el instituto y llevarme a mis diablas y mis hermanos lejos de aquí. Nuestros padres nos recomiendan ir a la universidad, aunque nunca nos lo han exigido, pero a mí me parece la excusa perfecta para largarme de aquí.

Cuando llego a nuestra calle, le echo un ojo a su cuarto. Las cortinas están cerradas, como siempre, y me encargo de decirme a mí mismo que, en cuanto formalicemos nuestra relación, la obligaré a quemar esas malditas telas. O, como mínimo, dejarlas abiertas.

Entro a mi casa y subo las escaleras de dos en dos hasta llegar a mi cuarto. Escucho a mis padres reír desde su habitación y no me quedo a averiguar qué hacen despiertos a las doce de la noche.

Una vez en mi cuarto, salgo por mi ventana abierta y utilizo el árbol entre nuestras casas para llegar hasta la ventana de Frankie. La abro y entro, la total oscuridad es lo único que me recibe.

Hay un olor raro en el aire y tanteo hasta llegar a la luz. Cuando la enciendo, mi alma (si es que tengo) escapa de mi cuerpo a punto de soltar un grito desesperado.

—¡Frankie!

La encuentro tendida en su cama, con ambas muñecas sangrando y los ojos cerrados. Troto hasta ella y miro su pulso, que está débil.

Llamo a una ambulancia al instante, mi cuerpo se siente entumecido y las lágrimas ruedan por mis mejillas antes de que pueda contenerlas.

Cuando cuelgo, con la voz de la mujer que me atendió diciendo que llegarían lo antes posible todavía rodando por mi mente, acaricio suavemente el rostro de mi chica.

—Por favor, Frankie... —susurro una súplica— No puedes morirte ahora, iba a dejar que te burlaras de mí por tardar tanto en entender lo muy enamorado que estoy de ti.

La ambulancia no tarda en llegar y tengo que separarme de Frankie para bajar a abrirles la puerta ya que sus padres no están en casa. Probablemente sigan trabajando.

A veces pienso que ellos están tanto tiempo en el trabajo para no tener que ver a Frankie. Muchas veces han comentado lo mucho que se arrepienten de haber tenido una hija.

Me subo a la ambulancia con ellos y los paramédicos me obligan a mantenerme alejado de ella para que puedan trabajar. Por primera vez en toda mi vida, obedezco a alguien que no sea alguno de mis hermanos.

En el hospital, se la llevan corriendo y a mí me piden que espere en la sala de espera. Con las manos temblando, saco mi teléfono y marco el primer contacto de mis hermanos que me aparece. Pronto, la voz de Killian, rodeada de música, me atiende.

—Hey, Lix, ¿dónde estás?

—En el hospital —mi voz suena rota. Muy rota—. Frankie ha intentado suicidarse, yo... Ni siquiera sé si va a sobrevivir...

Antes de poder pedirles que vengan, él ya ha dicho que llegará en cinco minutos y ha colgado la llamada. Una chica de recepción se acerca, preguntándome si soy el acompañante de Francess.

—Sí, soy yo. ¿Por qué?

—Estamos intentando ponernos en contacto con los padres de la señorita Blake pero no hay respuesta, ¿usted sabe algo al respecto?

Aprieto los dientes con rabia. Su hija está en un maldito hospital y ni siquiera son capaces de contestar al puto teléfono.

Jodidos hijos de perra.

Le respondo a la mujer que no sé nada, que pruebe a llamar un poco más tarde o mañana por la mañana, y ella se aleja agradeciéndome.

Camino de un lado a otro, sintiendo como el fuego en mi interior crece y crece hasta el punto de destruirme. Pierdo la noción del tiempo por completo y ni siquiera soy consciente de lo que sucede a mi alrededor.

Killian no tarda en aparecer, viéndose agitado. Prácticamente corre hasta mí, abordándome con preguntas.

—No sé qué ha pasado. Y, no, los médicos aún no han dicho nada.

—¿Cuánto tiempo lleva así?

—No sé, cuando llegué estaba inconsciente —mi voz se rompe y un sollozo escapa de mi garganta sin poder evitarlo—. No quiero perderla, Killer...

—Está bien, no vamos a perderla.

Abrazo a mi hermano, porque no se me ocurre otra manera de consolarme, y rompo a llorar como un crío sobre su hombro.

Mis hermanos y yo nunca hemos sido mucho de abrazos, por lo menos no entre nosotros, pero Killian me acerca más a su cuerpo y me apretuja entre sus brazos.

—Todo irá bien —vuelve a susurrar, aunque casi parece que quiere convencerse más a él que a mí—. Frankie es la persona más fuerte que he conocido nunca, ella superará esto.

—Prométemelo —suplico y no me importa verme como un bebé.

—Te lo prometo.

CALIX (SDR 3)Where stories live. Discover now