10. Blanco y en botella...

493 56 16
                                    

10. Blanco y en botella...

Francess Blake

Cuando vuelvo a casa, tengo una sonrisa en la cara y tres mil dólares en el bolsillo. Gané la carrera, como... Realmente gané. 

Creo que nunca me había sentido tan bien conmigo misma, tan orgullosa. No desde que era una cría, por lo menos. Sin embargo, mi felicidad desaparece cuando, al entrar a mi cuarto, veo a Calix sentado en mi cama mientras juega con un mechero. 

Mis ojos vuelan a la pequeña llama que se apaga y enciende en la penumbra de mi cuarto. Enciendo la luz y solo entonces Calix me mira. 

—¿Qué haces aquí? —pregunto en seguida, a la defensiva. 

—Esperarte —se encoje de hombros, levantándose de la cama y dando un par de pasos hasta mí—. ¿Dónde has estado?

Su mirada escanea mi cuerpo entonces y parece notar mi vestuario, nada parecido al que suelo llevar. Sus ojos se quedan un par de segundos de más en mis pechos antes de que una pequeña sonrisa ladina aparezca en su rostro. 

—Eso no te importa —respondo a su pregunta, cruzándome de brazos para que aparte su mirada de mí. 

—Deberías ponerte escotes más a menudo, a puesto a que mis hermanos lo disfrutarían tanto como yo —murmura—. Y, respecto a lo que has dicho, sí que me importa. Eres mi diabla. 

Ruedo los ojos con una pequeña punzada atacándome al corazón. 

—No, no lo soy. 

—¿Ah, no?

—No. 

Su mano vuela a mi mejilla, acariciándola con una ternura que no veía en él desde hace mucho tiempo. Su mirada se ve frágil y yo quiero llorar, recordando lo felices que fuimos. 

—Calix —susurro con la voz débil. 

—¿Hmh? 

—No me toques. 

Él parece bloquearse cuando las palabras salen de mi boca, llenas de rabia. Una pequeña sonrisa agria se dibuja en sus labios y aparta la mano de mi cara. 

—¿O qué? —gruñe, apretando en un puño los dedos que antes me acariciaban con delicadeza. 

Yo suelto una pequeña risita, aún más agria que su mueca. 

—¿Quieres que te odie? ¿Aún más de lo que ya lo hago? —ataco, sin importarme cómo debe estar sintiéndose. Yo me he sentido una mierda durante cuatro años y él nunca ha hecho nada al respecto— ¿Sabes? Puede que el otro día me besaras, pero no creo que cuente como primer beso si yo no quería. ¿Tú qué piensas? —alzo una ceja— No sé, quizá me busque a alguien que me dé un primer beso y en el que yo participe. 

—Ni se te ocurra. 

—Entonces aléjate de mí, Greco. ¿No te cansas de joderme la vida? —mi voz tiembla un poco, pero la rabia me hace seguir hablando sin echarme a llorar— ¿No te cansas de ver como me estoy hundiendo? 

Él parpadea lentamente, una sola lágrima rueda por su mejilla. Coge aire antes de volver a mirarme. 

—No —dice, pero su expresión triste demuestra lo contrario—. ¿Qué puedo decir? Me gusta verte llorar. 

Sonrío un poco, notando una segunda lágrima salir de sus ojos. 

—Lo entiendo —murmuro, sin apartar mis ojos de sus lágrimas—. Ahora lo entiendo. 

Aprieta la mandíbula, una tercera gota cayendo hasta el suelo. 

—Bésame —pide—. Por favor, Frankie, bésame. 

Sin poder evitarlo, una pequeña risa rabiosa escapa de mi garganta. 

—¿Quieres que Frankenstein, el gordo y estúpido monstruo, te bese? —me burlo— Qué bajo has caído, rey. 

***

Al día siguiente, me siento entre Calix y Aaron a la hora del almuerzo. Me siento un poco mejor al ver que Calix no me mira, sino que se limita a conversar con sus compañeros de equipo. Una parte de mí, la parte que todavía los ama, se siente mal por haberlo tratado así ayer por la noche. La otra parte de mí, esa que ha sufrido demasiado, está saltando de alegría por haber ganado esta batalla. 

Estoy tan contenta que me termino el plato de pasta entero y ni siquiera siento ganas de vomitar. 

Cuando voy hacia mi clase, escucho a varios hablar sobre Halloween y Horrorland, que es la semana que viene. Es muy probable que Calix quiera que vaya con él y, aunque me emociona ir (llevo queriendo ir a ese sitio desde que descubrí la festividad), no voy a ir a que se burlen de mí y me hagan pasar un mal rato. Creo que puedo sobrevivir sin conocer Horrorland. 

El día parece pasar sin incidentes y, por primera vez en cuatro años, nadie me molesta. Cuando digo nadie, es nadie: ni Calix, ni las animadoras, ni nadie. Es un tanto sorprendente, pero ahora consigo darme cuenta que, desde que me siento con los reyes, la gente parece haber dejado de molestarme. 

Un rato después, cuando las clases ya han terminado, me encuentro con Destiny en la salida. Está concentrada en su teléfono, con el ceño fruncido y una mueca que parece preocupada. ¿Tiny, la misma mujer que pasa de 0 a 100 en segundos cuando está tras un volante, preocupada? Sin duda, debe ser algo malo. 

—¿Todo bien? —pregunto al llegar, con la duda de que haya habido algún problema con nuestras identidades o algo parecido rondando por mi cabeza. 

Ella levanta la mirada del aparato un tanto sobresaltada por mi interrupción. Luego, apaga el teléfono y me mira con una pequeña sonrisa tensa. 

—Sí, más o menos. 

Le alzo una ceja. 

—Somos amigas, Destiny —le recuerdo. La palabra pesa en el fondo de mi estómago, amigas, tengo una amiga—. ¿Qué pasa? 

—Creo que tengo un acosador secreto o alguna mierda así, está mandándome mensajes anónimos —masculla entre dientes, dejando caer su móvil en el bolsillo trasero de su pantalón—. Probablemente solo sea algún imbécil de las carreras que quiera asustarme. No sabe con quién se mete. 

Me congelo, asimilando sus palabras. Ella parece completamente segura de que es alguien de las carreras. De hecho, parece bastante segura de que puede partirle la cara como siga molestándola. Sin embargo, cuando giro la cabeza, llámalo instinto, puedo ver como Aaron nos observa. La observa. Y tiene el teléfono en la mano. 

Podría ser una coincidencia, sí, pero, en este mundo, las coincidencias no existen. 

Y a Aaron le hace falta una diabla. 

Blanco y en botella: leche. 

CALIX (SDR 3)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt