03. No es para tanto

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03. No es para tanto

Francess Blake

El flash salta, guardando para siempre la imagen de los del equipo de natación preparándose para saltar a la piscina. La habían estado arreglando, porque un par de azulejos del suelo estaban rotos y uno de los chicos se hizo un corte en el último entrenamiento así que el director se vio obligado a arreglarla. 

Ya me imagino el titular: LA PISCINA VUELVE A SU FUNCIÓN. ¿Jodidamente aburrido? Sí. ¿Nadie leería el artículo? También. Pero es un periódico escolar, no la prensa rosa, así que mis temas se limitaban bastante. 

Me gusta trabajar en el periódico escolar. Soy la única que se interesa lo suficiente, así que me encargo de redactar, hacer las fotografías y cualquier otra cosa que pueda haber. Me mantiene entretenida y eso me hace quedarme aquí fuera del horario escolar, cosa que disfruto vagamente; no estoy en casa, sola, y tampoco estoy rodeada de acosadores. Así que, a pesar de que odio Blue High en horario lectivo, cuando las clases terminan me gusta bastante estar por aquí. 

A veces, incluso, charlo con Destiny Sallow, que también pasa mucho tiempo en el instituto. Destiny no es mi amiga, o eso dice ella, pero es la única que no trata de humillarme todo el tiempo, así que su compañía es agradable. 

Un rato después, me preparo mentalmente para enfrentarme a mi siguiente clase y entro al aula. Nada más poner un pie en el interior, el grupito que ya está aquí empieza a murmurar y a reírse. 

Me siento delante, cerca del profesor, porque eso evita un poco (solo un poco) sus burlas. 

—Oye, Frankie, ¿puedes ayudarme con esto? —escucho que me dicen un rato después. 

Mi cuerpo se tensa como si lo hubiesen congelado y me giro para mirar a Chudson, uno del equipo de baloncesto, dedicándome una pequeña sonrisa. 

Ay, no. Uno del equipo no, ellos son los peores. 

—Sí, claro —murmuro, porque si le digo que no reaccionará peor. 

Sorprendentemente, Chudson solo me escucha mientras le explico el ejercicio de química. Cuando termino, me dedica una pequeña sonrisa que nunca nadie me había dedicado dentro del instituto. 

—Vaya, eres muy inteligente. 

Se va a burlar de ti, Frankie. Probablemente ahora te insulte o te pegue o algo. 

—No es para tanto —digo entre dientes antes de, con mis manos temblando de miedo, devuelvo la vista a la profesora. 

Chudson no hace nada, pero siento su mirada en mí. A su vez, también siento otra mirada puesta sobre mí y, cuando miro de reojo, veo a Killian con sus ojos grises puestos sobre mí sin ningún tipo de disimulo. 

Vuelvo a centrarme en la clase con rapidez. Jesús, lidiar con todo esto es agotador. 

***

Cuando llego a casa, no hay nadie. 

—Francess, he dejado tu comida en el microondas —me dice amablemente la cocinera—. Yo ya me voy a casa. 

—Muchas gracias, Morrigan —le sonrío antes de que ella se despida de mí y se vaya.

Ignoro completamente la cocina, subiendo a mi habitación. Ya comeré después, me digo a mí misma, aunque sé perfectamente que es mentira. 

Gorda, gorda, gorda. 

Me tiembla la barbilla cuando, al subir a mi cuarto, me veo a mi misma en el espejo de cuerpo entero que tengo en la puerta del armario. Lanzo mi mochila contra él, queriendo que se rompa y estalle en mil pedazos. 

Sintiendo que me falta el aire, abro la ventana por primera vez en mucho tiempo y saco la cabeza por ella. Me fijo en el suelo, en la caída, y una parte de mí se siente atraída ante la descarga de adrenalina. 

Luego, levanto la mirada y veo a los tres reyes en el cuarto de Calix, todos con sus ojos puestos en mí. Trago saliva, cerrando la ventana con fuerza y tapándola con las cortinas. 

¿Los tres juntos? Nada bueno pueden estar tramando.

De todas formas, a mí me da igual. Sus vidas no me importan. 

No tienes la fuerza para ser una diabla, Frankie. 

Calix Greco

Que Frankie abriera la ventana después de cuatro años sin hacerlo (además de cuando los de limpieza la abren para ventilar la habitación) me deja bastante claro que está llegando a su límite. 

—Te digo que Chudson está demasiado interesado en ella. 

Gruño ante las palabras de Killer, intentando a travesar con la mirada las gruesas cortinas del cuarto de mi chica. 

—Voy a pegarle una paliza a Chudson. 

—Podemos hacerlo en el entrenamiento —me dice Aaron, siendo él siempre la voz de la razón. 

—Calix —me llama Killian—. Frankie no va a soportar esto mucho más. 

—No, ella tiene que poder con nosotros.

—Ella ya puede con nosotros —asegura. 

—No. Necesita más dolor, necesita... —mi voz se rompe—. No podría soportar que ella se fuera cuando nos convirtamos en monstruos, Killer. Ella necesita hacer suyo el infierno. 

—No come, Lix —Aaron me habla con voz tranquila, como si no quisiera alterarme demasiado—. Si no come en el instituto, rodeada de personas, ¿crees que lo hará en su casa, dónde esta sola prácticamente todo el tiempo? ¿Cuánto tiempo crees que lleva sin comer? ¿Cuánto tiempo crees que aguantara su cuerpo antes de colapsar?

Me paso las manos por la cara, agobiado. 

—¡¿Y qué se supone que tengo que hacer, eh?!

—Encargarte de tu diabla, dejar que nos encarguemos de nuestra diabla —me gruñe A—. Tenemos que hacer algo, Calix. 

Vuelvo a mirar a su ventana, sellada con esas estúpidas cortinas. Voy a quemarlas. Una pequeña sonrisa tira de mis labios ante un recuerdo, cuando Frankie casi provoca un incendio por jugar con fuego.

—¿Creéis que siga gustándole el fuego? 

Escucho a mis hermanos resoplar a mis espaldas. 

—Sé que es tu decisión, Lix —empieza Killian—, pero Frankie ha vivido mucho tiempo en el infierno. Demasiado. Y que todo el mundo piense que puede pasar por encima de nuestra chica empieza a trastocarme. 

—No sé tú, pero yo pienso pegarle un puñetazo al próximo que la insulte —asegura Aaron. 

—Solo... —exhalo aire—. Dadme unos días, dejadme pensar. 

—Tienes una semana, Calix, o actuaré yo.

Aaron se larga de mi habitación, claramente enfadado con mis decisiones. Killian es más suave, dándome un apretón en el hombro antes de marcharse. 

Cuando éramos pequeños, los tres nos enamoramos de Frankie. Y, cuando la pubertad hizo su magia, los tres estábamos loquitos por meternos entre sus piernas. Sin embargo, mis hermanos me dejaron tenerla a mí, siempre que aceptara compartirla de vez en cuando. Ellos me dejaron marcarla como mía, más mía que de ellos, a pesar de que fue el primer amor de los tres. 

Y ahora, con toda esta mierda, los estoy defraudando. La estoy defraudando. 

Piensa, Calix. Tienes que hacer algo. 

CALIX (SDR 3)Where stories live. Discover now