17. Freddy Krueger es sexy

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17. Freddy Krueger es sexy

Francess Blake

Las luces apagadas y los sonidos fuertes de la televisión me tensan con emoción. Siempre he disfrutado del miedo y la adrenalina, desde que era pequeña cuando me lanzaba con el monopatín por rampas casi suicidas, y las películas de terror son un golpe de ambas sensaciones. 

Tal vez por eso me han gustado siempre. 

A mí lado, Ginny se apoya contra mi hombro. La miro, ella me dedica una pequeña sonrisa antes de volver a centrarse en la película. 

—Freddy Krueger, en realidad, es sexy —opina Virginia a mí lado en un murmullo bajo—. No soy la única loca, ¿cierto?

—Cierto —asiento en respuesta—. Si le quitamos las quemaduras, medio mundo estaría enamorado de él. 

—Exacto —sonríe la rubia, pareciendo emocionada por que coincidamos en esto—. Es más una cosa de... actitud. 

Ginny y yo compartimos una mirada rara y el ambiente se vuelve un poco tenso, aunque nosotras dos parecemos ser las únicas en notarlo. Es cuando Freddy Krueger empieza a perseguir a la protagonista que la tensión se vuelve prácticamente insoportable. La mano de Virginia sube por mi pierna de forma lenta, tortuosa, y un suspiro exhalado escapa entre mis labios. 

—¿Sigo? —me pregunta al oído, llegando a la cinturilla de mi pantalón de algodón. 

Decido concentrarme solo en Virginia. No en los trillizos, que nos miran atentamente. No en la película, donde los gritos de terror se escuchan. Y mucho menos en mi inseguridad, porque Ginny me ha visto en situaciones peores. Además, ella y yo compartimos marca, y eso es una unión inexplicable. 

—Sí —exhalo—. Por favor. 

Su delgada mano se cuela por mis pantalones y despega la ropa interior de mi piel, haciéndome notar ahora lo húmeda que esta se encuentra. Un jadeo ahogado sale de mi garganta cuando sus dedos fríos entran en contacto con mi clítoris. 

Primero pasea su mano de arriba abajo, acariciando mis labios con una delicadeza casi dolorosa. Luego, pone un poco de presión en mi entrada, antes de subir hasta mi clítoris y empezar a trazar círculos lentos.

Un gemido escapa de entre mis labios cuando introduce dos de sus dedos en mí, de forma lenta. Su palma se presiona contra mi nudo de nervios mientras que da estocadas con su mano. 

—No —niega la rubia cuando uno de los chicos, Calix, intenta tocarme—. Si queréis mirar, bien, pero solo somos ella y yo. Si no tenéis autocontrol, ya sabéis dónde está la puerta. 

Acto seguido, me besa. Mis muslos se sacuden violentamente y mi grito se pierde en su boca cuando el orgasmo me arrasa. Jadeo, intentando recuperar mi respiración, y obligo a Virginia a colocarse bien en su asiento antes de arrodillarme delante de ella. 

—Oh, joder —escucho decir a uno de los chicos, pero no me importa. 

Levanto su falda, con las manos un tanto temblorosas del orgasmo y los nervios. Nunca he hecho esto antes, ni siquiera sé si voy a hacerlo bien. 

Ginny parece notar mi duda porque me acaricia la mejilla con delicadeza y me sonríe suavemente. 

—Está bien, Frankie, no tienes que hacer esto —me susurra, inclinándose para besarme. 

Le devuelvo el beso, nuestras lenguas se juntan de forma vaga y pacífica. Sin rabia, sin rencor, sin emociones fuertes. Y, aunque amo los besos enfadados y llenos de adrenalina, un beso tranquilo tras todo este caos se siente bien. 

Deslizo mis labios por sus muslos con tranquilidad antes de apartar su ropa interior con un dedo y besar su clítoris hinchado. Virginia suelta un gemido tembloroso, llevando sus manos a mi cabeza. Me sujeta, pero no me fuerza a moverme ni nada parecido. El incentivo me viene bien para coger confianza, porque lamo su raja de arriba abajo. 

Presiono mi lengua contra su agujero, adentrándola con lentitud y escuchando a Ginny jadear de fondo. Levanto los ojos, viendo como muerde el cuello de Killian, probablemente para contener un grito, y lamo todo su centro de mil y una formas posibles. 

—Oh, Dios, sí, así. 

Finalmente se corre, chillando contra la carne de su novio. Luego, nos besamos y su sabor almizclado se hace más intenso cuando lo comparto con su lengua. 

Ginny me ayuda a levantarme del suelo mientras alguien en la película agoniza hasta la muerte. Veo a los chicos mover sus manos sobre sus miembros con prisa, de maneras descontroladas, y Calix es el primero en correrse con sus ojos únicamente enfocados en mí. 

Trago saliva, todavía con los restos del orgasmo de la rubia en mi boca, y inhalo hondo antes de centrarme de nuevo en la película que ya está terminando. 

—¿Alguno se ha enterado de lo que ha pasado? —inquiero, mi voz suena ronca y temblorosa. 

Killian suelta una fuerte carcajada y también escucho a Aaron resoplar una risa.

—Ay, Frankie —susurra Calix, todavía con sus ojos puestos al cien por cien en mí—. Nunca cambies. 

Una pequeña sonrisa tira de mis labios, es casi nostálgica, porque por primera vez en mucho tiempo me siento parte de algo. De un grupo. De una familia. 

Es lo único que entiendo sobre La Manada. La unidad. Mataría por estos tres, por Ginny y por Destiny. A partir de ahora y hasta el día en el que me entierren, ellos son mi familia y haré hasta lo imposible por ellos. 

Calix se levanta, una mancha pastosa cubre sus pantalones y hace una pequeña mueca ante eso. 

—Voy a darme una ducha —murmura—. Monstruo, ¿vienes?

El apodo trae recuerdos tal vez demasiado subidos de tono a mi memoria. 

"Abre las piernas, monstruo". 

Creí que su apodo me molestaría, probablemente debería odiarlo, pero que Calix me llame como a un igual a él, un monstruo, solo me hace sentirme extrañamente orgullosa. 

Puede que no tenga sangre de monstruos, pero estoy enamorada de un monstruo. Supongo que eso me convierte en uno a mí también. 

Así que, con ese pensamiento en la cabeza, acepto la mano que me extiende y le sonrío con suavidad. 

—Seguro. 

En la ducha, Calix no me toca en un sentido sexual. Él solo me enjabona, acariciando mi piel con una delicadeza que nunca, nunca, vi en él. 

—Calix... —lo llamo con suavidad, sin estar demasiado segura de decir lo que tengo pensado. 

—¿Huh?

—Yo también te amo. 

No es que Freddy Krueger sea sexy. Es que los monstruos son sexys. Como dijo Ginny, es una cuestión de actitud. Y tal vez de saber que matarían por ti sin siquiera pestañear. 

Sí, estoy y siempre estaré orgullosa de ser un monstruo. 

—Gracias, Frankie —su voz tiembla, casi llorosa—. Gracias por amarme. 

Y entonces me besa, con las lágrimas corriendo por su cara y un sentimiento rompedor uniendo nuestros corazones. 

Supongo que realmente nunca dejamos de amarnos. 

CALIX (SDR 3)Where stories live. Discover now