22. El deseo enloquece

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ADVERTENCIA: Capitulo largo (3890 palabras), puede contener escenas sexuales así que, si eres sensible y no te gusta leer estas cosas, no pasa nada si decides saltarte esa parte. No afecta para nada la trama.

Aura Miller

—¿Que tal?— le pregunto entre risas cuando toma otro pedazo de pizza. Ya es el tercero que coge en menos de cinco minutos.

—Si me pudiera casar con una pizza...— empieza, hace una pausa y luego niega con la cabeza—. Olvídalo, me casaré contigo para cenar esto todos los días.

—Ey, que primero tienes que convencerme— me quejo y le doy otro mordisco a mi porción.

—Tu tranquila y yo nervioso, preciosa— me guiña un ojo felizmente y deja la corteza de lado para tomar otro.

—¿No comes corteza?— inquiero.

—La verdad es que no.

—¡Largo de aquí!— bromeo—. Ninguna persona que no coma corteza tiene derecho a probar mi pizza.

—Ya empezamos— murmura—. ¿No puedes pasar ni cinco minutos sin discutir conmigo?

—La verdad es que no— lo imito y él pone los ojos en blanco.

Todas mis expectativas en esta cita eran completamente distintas a lo que en realidad tenemos esta noche. Desde la guerra de harina mientras hacíamos las pizzas, pasando porque Aren casi quema mi nuevo departamento y terminando en este momento.

Creo que es una de las mejores citas que he tenido nunca y eso que no es para nada corriente. De hecho, es súper original.

Estamos sentados en el piso de la sala de estar viéndonos las caras mientras comemos una porción de pizza hecha en casa. No hay velas, ni restaurantes finos y elegante. Y tampoco hay restricciones. Únicamente somos dos personas hablando y comiendo cómo si no hubiera un mañana.

—¿Cómo fue tu primer beso?— pregunta de repente.

—Horrible— confieso—. Tenía quince años,  yo usaba aparatos para los dientes y nos quedamos atorados. Él, era unos años mayor que yo e hijo de los socios de mis padres, fue un verdadero desastre cuándo salieron y nos encontraron luchando por nuestra libertad.

Aren esta muriendo literalmente de la risa, se tumba de espaldas sobre la alfombra acolchada del salón y se ríe durante tanto tiempo que ya deja de ser gracioso y se vuelve molesto.

Cuándo se reincorpora tengo la cara roja tanto por la ira como por la vergüenza; él tiene los ojos brillosos y le cuesta respirar luego de pasar cinco minutos enteros burlándose de mí.

—Eres un idiota.

—Y tu eres hermosa— dice con tranquilidad—; sobretodo cuando te enojas.

—¿Y el tuyo?

—Regular— hace un gesto para restarle importancia—. No fue tan malo como el tuyo, pero tampoco uno de esos besos dignos de películas en los que todo encaja. Tenía trece y ocurrió mientras jugábamos siete minutos en el cielo con la prima de mi mejor amigo.

—Wow, todo un acontecimiento— me burlo.

—¿Cómo aprendiste a cocinar?

—¿Vamos a hacer esto toda la noche?— inquiero—. Porque esto de las preguntas y respuestas ya me está aburriendo.

Prohibido Enamorarse Where stories live. Discover now