Capítulo 4

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Lola Gutiérrez

Esta vez, llego a mi trabajo lo más puntual posible y me encargo de actuar con muchísima más seguridad, levantando un poco la cabeza y recordando dónde queda el despacho del jefe.

Me es agradable ver que el ascensor es para todos, incluso si solo tengo que subir un piso. ¿Qué habrá más arriba? Sería más lógico que en la punta estuviera el despacho, pero así debe ser más fácil de llegar.

No es sencillo perderse en Aurora porque las personas que están en recepción están dispuestas a ayudarte y todos los lugares tienen algo mínimamente diferente o que te indica qué habrá.

Quizás no me vea a largo plazo en este lugar, pero por ahora me siento cómoda acá. Al menos es así, hasta que las puertas del ascensor están por cerrarse y una pelirroja lo frena. Jessica Di Angelis, la chica de ayer y también la del mail. Ni siquiera parece de este mundo por lo bella e imponente que es.

Me tiro bien para atrás, a pesar de que hay espacio como para veinte personas más, y toqueteo mi pollera. Encontré un traje nuevo y más cómodo, pero con el sueldo podré comprarme ropa más agradable.

Solo no tengo que meterme con esta mujer, ya que tiene el poder de quitarme el trabajo y la ropa también... Ay, no, ¿por qué pensé en lo de la ropa?

—¿Tienes calor? —me pregunta al notar que me abanico la cara.

—Eh, sí, hace mucho calor... Afuera, acá no.

—A veces falla el aire.

—¿Sí? No me di cuenta, aunque igual soy nueva, pero...

Antes de que pueda terminar de dar mis palabras con todos los nervios del mundo, el ascensor se abre y ella se va caminando con sus tacos resonando en todos lados. Ni siquiera parece que huye de la conversación, solo está alejándose como si le diera lo mismo.

Odio que las personas me ignoren, pero bueno, son cosas de la vida. Esta chica no es tampoco muy simpática, así que me tiene que dar lo mismo.

—Préparame un café —dice de inmediato Emanuel en cuanto paso la puerta.

"Hola, ¿cómo estás?" no es un saludo digno para mí, evidentemente. Aparte sigue sonriendo. No tuve que haberlo insulto anoche. Tampoco tendría que haber tomado. ¿Se habrá dado cuenta? No, lo dudo. Si me conoce tanto de antes, no se da una idea de cómo tomo. Total, hace diez años no me agradaba mucho la idea de ponerme en pedo.

Estoy por salir del despacho para ir a pedir el café, pero su voz me detiene al momento en el que murmura "préparame".

—No sé usar la cafetera que tiene.

—Ahí mismo tenés un manual. Ah y que haya una forma de corazón.

—¿Es necesario eso de forma de corazón?

—Sí y añadile brownies.

—No me digas que esa es tu dieta balanceada.

—Recordá que soy tu jefe.

Lamentablemente no puedo decirle "recordá que soy tu diseñadora". Maldito Emanuel que sonríe como si no fuera un niño caprichoso en el cuerpo de un adulto.

—Los brownies los tengo que ir a buscar a la cafetería, ¿cierto? —pregunto mientras leo el manual que parece escrito en chino.

—Obviamente.

Qué descarado

Hay una barra impecablemente limpia, creo que Emanuel la debe lustrar todos los días, donde se encuentra la cafetera en la que debo de moler granos y todo eso. Hay parece que tiene veinte botones y funciones diferentes. No quiero romperla, pero tampoco deseo preguntarle mucho.

Las ocurrencias del diseño | ONC2024Where stories live. Discover now