Epílogo

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Lola Gutiérrez

Aunque en un inicio yo y él nos llevábamos terriblemente mal —sí, de chiquitos también nos pasó lo mismo—, estamos destinados a unirnos, sin importar qué nos separe.

Quizás por eso, viendo tiempo atrás cuando no éramos tan jóvenes, pero nos reencontramos, la nostalgia me llena el alma. ¿Cómo puede haber odio por quien amaste toda una vida? Solo el resentimiento es válido, porque es la prueba del dolor de no tener cerca a esa persona o de sentir que te lastimó.

Muchas veces en la vida que me sigue tras ese viaje a Estados Unidos, Emanuel me lastimó, tanto como yo también lo lastimé a él.

El amar involucra también dañar al otro, incluso si no lo queremos de esa manera, porque estamos expuestos a nuestros sentimientos más desagradables.

Claro que tenemos buenos momentos, nos cagamos de risa o nos ponemos a reflexionar mientras tomamos mate, pero también somos personas individuales que piensan demasiado en el tiempo que pasó entre nosotros.

Aunque a veces llegue a molestarme Emanuel porque tiene sus traumas que lo transforman, yo no sé quién sería sin él.

Soy una diseñadora con éxito, una mujer que es amada por muchas personas, que tiene amigos, metas y ha recorrido el mundo. Realmente viajé por muchos lugares, incluso de Argentina. Tuve experiencias, más de lo que me imaginaba cuando lo reconocí.

Yo soy lo que soy por él. Él también es lo que es por mí. Somos personas que están creciendo aún. No dejamos nunca de ser humanos.

La vida no siempre es una comedia, pero me agrada ver que formé una familia, que me rodeo de amigas que no temen decirme la verdad y que sigo siendo distraída. Aún, con cuarenta y un años, sigo resbalándome, haciendo mal algunos ejercicios del gimnasio y me pierdo por los laberintos a los que me invitan mis hijas.

Sigo siendo yo incluso si crezco, pero he cambiado. Logré dejar mi cabello largo de lado, empecé a vestirme con un nuevo estilo, algo hippie, y he logrado que la gente me note. No tengo una vida miserable y es así gracias a Emanuel.

Oh, Dios, estoy aburriendo a mis dos hijas, lo noto cuando bostezan a la hora de escuchar mi historia. Y yo que me puse tan emocional.

—Bueno, chicas, no me dejen expuesta como una señora aburrida.

—Es que ya contaste la historia antes de ayer.

—Y hace dos semanas también.

—Hace cuarenta días de nuevo.

—¡Ah y hace dos meses!

—Bueno, ya entendí, está bien —digo un poco frustrada, acariciando la cabeza de ambas chicas y encontrándome con sus sonrisas—. Es que soy feliz al lado de su padre, aunque a veces me saque de quicio.

—¿Él te molestó más en ese primer viaje juntos? —pregunta Zaira, la de once y que está más interesada en mi historia de amor.

—Sí... Evidentemente no cumplí con mi palabra.

Mora, la de siete, se ríe a carcajadas al escuchar eso y yo le sigo la corriente. Es hermoso lo que resulta del amor. A papá le encantaría verme como madre o siquiera tener nietas.

Aunque a veces todo se vuelve difícil cuando tenemos que hablarle de sus abuelos, porque mi madre murió cuando Zaira tenía dos años y obviamente consideramos no hablarles del padre de Ema aún, ellas son muy felices. No tienen "nonos", algo que nosotros hemos tenido, pero hay amor en casa y eso es lo que vale. Estamos lo que debemos estar y tenemos amigos que cumplen una función hermosa como tíos.

Las ocurrencias del diseño | ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora