Capítulo 18

17 5 0
                                    

Lola Gutiérrez

Tengo aún dudas sobre lo que contó Ema, desearía saber muchísimo más, enterarme de absolutamente todo lo sucedido, pero guardo mi curiosidad en el medio de la cena, mientras resuelvo mis conflictos con Jessie, aún sin saber muy bien la razón por la que no le agradaba o agrado —aún no estoy segura de qué siente conmigo—. Me da un poco lo mismo, la realidad es que no es mi prioridad.

Mantenemos un buen ambiente gracias al vino y logro escuchar a esta chica reírse sin parar, tanto que, a la hora de irse, Emanuel me pide que lo espere acá, que él la va a llevarla y vuelve. A pesar de que debería preguntarle por qué lo esperaría, me quedo con las palabras en la boca y solo asiento con la cabeza.

Es todo muy confuso, creí conocerlo y pensé que sabía lo que le sucedía en todo momento, al menos cuando éramos unidos, pero nunca se me pasó por la cabeza que sufriera maltrato. A ver, sí, no creía que se llevara bien con sus papás, pero tampoco pensé que rozaba ese extremo.

Me paseo por su departamento y me sorprende la cantidad de retratos de él en Italia junto a Jessie. Hay una sola con una señora muy parecida a Jessie y él sonriendo como si sufriera... Hay mucho de su pasado cercano, pero nada de aquel entonces, ni siquiera fotos de nosotros dos. ¿Yo seguiré siendo importante para él? ¿Habré sido muy dura?

Lo último que debería preguntarme es eso.

Ni siquiera me puedo fijar en los hermosos detalles del lugar, porque él me preocupa tanto que no me siento libre de caminar como si nada. Es más, vuelvo a sentarme y lo espero mientras jugueteo con mi celu.

Estuve preocupándome tanto por mí, que no pensé en lo que estaba pasando. A veces podemos ser personas muy egoístas si nos lo proponemos.

Me sobresalta escuchar cómo abre de repente la puerta y dice con una media sonrisa que mañana va a llover.

—¿Sos meteorólogo? —hago un chiste, animándome a pararme cuando lo veo.

—Sí, algo así. Soy de todo un poco.

—Qué engreído...

Y el silencio incómodo vuelve a aparecer, pero él lo evita mientras se acerca a la cafetera y, sin preguntármelo, prepara café. ¿Es una buena mezcla la que hacemos? No sé, pero, como estoy inquieta, le permito hacer lo que se le dé la gana.

No vamos a ponernos a tomar mate justo ahora, así que da lo mismo... Aunque podríamos tomar mates.

—Como estuviste mucho tiempo allá en Italia, ¿te olvidaste de tomar mates? —le pregunto, realmente interesada y él se gira arqueando una ceja.

—Un argentino no olvida a su mate, corazón.

—¿Y por qué no tomás en la oficina?

—Porque me gusta imitar a los jefes yankees, se ven serios.

—Patético.

—Dale, hermana, nadie se pone a tomar mate en mi empresa, simplemente es... ¿debería anunciar que se puede tomar mates?

—Serían un 45% más felices.

—Lo voy a anotar.

Me río de esa conversación tan estúpida y hasta me alegra ver que me muestra sus veinte mates para diferentes ocasiones —intactos, por cierto—. Me sigo burlando de él un poco más hasta que me trae el café y me inclina la cabeza para señalar que me siente en el sofá amplio. Lo sigo y le hago caso. Él se cruza de piernas mientras bebe y yo hago lo mismo, ambos mirándonos a los ojos como si tuviéramos la confianza de siempre.

Pero se nota que aquel vinculo no va a volver a ocurrir. Ahora renace, se transforma, cambia.

Y no está mal. Me doy cuenta que el cambio no es tan feo cuando me empieza a explicar todo. Noto que yo necesito cambiar.

Las ocurrencias del diseño | ONC2024Where stories live. Discover now