Capítulo 11

27 6 0
                                    

Lola Gutiérrez

Al llegar a mi departamento, marco rápido el número de Florencia y me pongo a llorar sin freno alguno al ser atendida. Ya todos saben lo que pasó con Emanuel, ese pelotudo que me sobrepasa.

—¿Estás libre para hablar? —pregunto sin poder disimular mi llanto.

—¡Ay, hermana! Sí, sí, estoy en mi descanso. ¿Qué pasó? Eh, no puedo salir a buscarte como la otra vez, ya sabés que puedo perder mi trabajo si hago eso —lo último lo dice en un murmullo—, pero estoy acá, acá de forma virtual. ¡No importa! ¿Qué pasa?

—Siempre lo mismo con Matías...

—¿Matías...?

—Emanuel.

—¿Matías Emanuel?

—¡Emanuel, Florencia!

—Bueno, no entendí. Sí, tu jefe y tu ex mejor amigo, ¿qué pasa con eso?

—Él volvió a hacerme lo de siempre. Siempre le gusta lo que hago, pero nunca me lo toma en cuenta, jamás me puede recomendar. ¡No cambió una mierda!

—Eh, no conozco mucho la situación, Lo, pero vamos a calmarnos, ¿sí?

—No puedo... Siempre me hace sentir como que nunca voy a llegar lejos. Cuando me arriesgo con él, no obtengo nada, así que ¿qué obtendría de personas que ni me conocen? Quizás ni siquiera haga buenos diseños. Si tan solo hubiera terminado de estudiar una puta carrera...

No puedo parar de sollozar. Siento que se me cierra el pecho de tan solo pensar en que voy a terminar siendo una don nadie. Ya tengo la edad suficiente para diferenciar todo y miráme acá, dando pena con mi amiga que tiene una carrera y solo llegó a ser moza de un bar lujoso. Y yo me atrevo a decir que quizás hubiera terminado mejor con una carrera.

—Escuchá, yo sé que vas a poder resolver esto. La principal falla en todo lo que me comentás, es que no hay comunicación.

—¿Y yo tengo que resolver eso?

La escucho titubear. Siempre Flor me dice lo que no va a hacer que peleemos. Hasta cierto punto es cómodo que nunca explote.

—No, Lo, él debería. Siempre hay una falta de respuesta de su parte, ¿no? Eh... Pero ahora tendrías que resolverlo vos.

—Pero no quiero.

—Entonces no lo hagas. Igual es su culpa. Es un boludo total, Lo.

¿Pero en serio es todo su culpa? Bueno, es más fácil pensarlo así que considerarme el problema.

Lo peor es que, cuando corto la llamada, no puedo dejar de pensar en todo esto, en el hecho de que ni mi amiga puede ayudarme.

Al día siguiente, vuelvo a repetir mi típica rutina, pero llego a la oficina extremadamente cansada, porque apenas he podido dormir y como no tengo nada de maquillaje —porque se me ocurrió ser "única y diferente" en el 2012 y no me aprendí nunca a maquillar—, se me notan demasiado las ojeras.

Lo bueno es que no soy la única que no ha podido dormir, ya que Emanuel también tiene la misma pinta que yo. Me divierte verlo tan mal, porque me hace sentir que estamos en la misma situación.

Incluso en la radio que prendo para él, que apenas me saludó —sin esa sonrisa rara—, suena "Me gusta" de Ciro y los Persas, una versión en vivo que me hace sentir un poco más aliviada a la hora de desenvolverme en el trabajo.

—Hace dos cafés —dice la voz extrañamente sombría de mi jefe.

—Okey.

Me niego a tener que preguntarle qué es lo que pasa. Como a él no le importa en lo absoluto hacerme ilusiones, a mí tampoco me importa mucho preguntar, ni aunque me surjan dudas.

Las ocurrencias del diseño | ONC2024Where stories live. Discover now