Capítulo 6.

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Saco los libros de literatura de la taquilla mientras voy tarareando una canción que escucho a través de los auriculares y, de repente, una mano toca mi hombro.

Al principio, doy por sentado que se trata de Nuria o Cristina, pero cuando me volteo, estoy completamente equivocada.

Es él.

Observo su rostro sin preámbulo alguno, notando como el corazón se me para, la boca se seca y mi mente se queda en blanco.

No sé qué hacer.

Observo con detenimiento su rostro: tiene el pelo revuelto, sus gafas de ver se deslizan por el puente de su nariz y sus ojos se encuentran... ¿enfadados?

Mariposas en mi estómago empiezan a revolotear cada vez más y más hasta el punto que mi corazón pide a gritos que le bese.

- Lucía, tenemos que hablar - me dice, rotundamente-. Acompáñame a mi despacho.

Observo como se intenta dar media vuelta, pero yo tomo su muñeca, impidiéndoselo. La extraña fuerza que me atrae hacia él, la siento en este mismo instante al tomarle. Causa en mí una aceleración en el corazón hasta el punto de creer que saldrá de mi pecho.

-Todo lo que tengas que decirme me lo puedes decir aquí - le respondo, más seca de lo que imagino.

-Vale, de acuerdo -acepta, girándose y posando sobre mí tal mirada, la cual jamás había visto antes por parte de él—. Tus padres te pagan segundo de bachillerato, por no decir que si no te apetece venir a mi clase, haberte ido al social o al humanístico para no tenerme y poder aprender con otro.

>> Estás faltando bastantes horas a mi asignatura, las cuales vas acumulando y llegarán a un punto que tendré que darte como no apta y no podrás ni graduarte ni aprobar mi asignatura por abandono. Es tu decisión hacer lo que quieras.

Me mira por nos segundos más, quedándose en mis ojos mientras la gente entra de la calle y se dirige a las aulas a las ocho de la mañana.

Se gira y veo su espalda, alejándose de mí mientras se pierde en el pasillo.

Idiota.

***

Febrero llega y con él aún permanecen mis sentimientos por Federico, los cuales he querido olvidar durante todo este tiempo.

Me he hecho creer que solo era una obsesión, que todo ha sido fruto de mi imaginación y que nunca se ha fijado en mí de la manera en la que me gustaría. Pero nada.

Observo mi cansado rostro en el espejo, aplicándome aloe vera y, después, rímel. Mientras tanto, repaso en voz alto la teoría de historia de España.

Nada más acabar y estar frente a la parada de bus, noto como mi estómago se contrae con el mero hecho de pensar en que, tal vez, lo vea hoy en el bus.

Nada más pararse éste frente a mí, tomo una profunda respiración y me subo. Tras haber pasado la tarjeta, observo el interior buscándole hasta que lo veo. El corazón, al instante, se dispara y me obligo a apartar la mirada de él.

Me pongo los auriculares, subiendo la música al máximo mientras camino hacia el centro del autobús, pasando por su lado. Y, cuando eso sucede, veo de soslayo como tan siquiera me mira o me saluda. Y eso, me fastidia.

Aún así, aquello no impide que su aroma entre por mis fosas nasales y me embriague por completo. Los pelos se me ponen de punta y un escalofrío me recorre la columna mientras tomo asiento.

[...]

La puerta de nuestra aula es tocada por alguien, abriéndose después para aparecer tras ella una mujer que ronda los sesenta años. Le dedica una sonrisa a mi tutor, con el que tenemos clase ahora, y nos saluda a los demás mientras sube a la tarima para hablar con él.

Conversan durante unos segundos y, durante ese tiempo, mi tutor deja sobre la mesa los papeles que nos iba a entregar. Pilar, la profesora que acaba de entrar, se gira hacia nosotros y habla.

-Este jueves que viene tendréis un examen de literatura, tan solo os tenéis que estudiar lo que hemos explicado, incluyendo las hojas que os dije qué descargaseis de la página web del colegio.

De repente, nos miramos entre todos nosotros completamente confusos ante lo que dice, ya que el jueves no tenemos clase con ella.

-Pilar, nosotros no te tenemos el jueves —le comenta uno de mis compañeros.

Dirige su mirada a él y, a continuación, asiente con la cabeza.

-Lo sé —afirma, sonriendo después—. Por eso le he pedido a vuestro profesor de matemáticas si podría coger su hora y guardaros. Bueno, hasta mañana. Gracias, Rubén.

Nos va a guardar él.

No me jodas...

Cierra la puerta tras ella y se va. En ese momento, todos empezamos a murmurar nuestra desaprobación ante aquello que acaba de decir.

¿A quién se le ocurre poner un examen tres días antes de tenerlo y encima en la hora que no toca?

-Chicos, silencio —nos pide Rubén.

Espera unos segundos a que la clase quede con un silencio total para así continuar con lo que iba a decir antes de que nos interrumpiera la profesora.

-Ahora os entregaré estas circulares. Las tenéis que entregar a vuestros padres, tienen que estar firmadas por ellos y haberlas entregado antes de día 15 de febrero. Son para selectividad —nos comunica.

Hago caso omiso de lo que dice él y, mientras habla, busco en mi cartapacio los ejercicios de física que tenía que haber hecho supuestamente. Y no los he hecho.

-Mierda...

Alzo mi mirada, buscando entre toda la gente de mi clase a ver si alguien podría dejármelos. Y, cuando visualizo a una chica, me pongo en pie mientras me dirijo hacia ella.

-Julieta...

Ella tan solo se gira para mirarme y frunce el ceño.

-Déjame física y química.

Ella niega con la cabeza exasperada y busca en su cartapacio los ejercicios, los saca para luego entregármelos. Nada más dármelos, me voy corriendo hacia mi pupitre.

-¡De nada, eh! —exclama.

-Te quiero más que a mi vida, Julieta, ¿quieres casarte conmigo? —le digo mientras le lanzo un beso en el aire.

Ella ríe y niega con la cabeza.

Quiéreme, profesor.Where stories live. Discover now