Capítulo 21.

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No digo nada, las palabras no me salen. Los nervios y esa oración hacen que me quede como una estatua. Federicco creo que intuye lo que me sucede, así que se sienta en el banco junto a mí con cierta distancia entre nosotros. No me mira, más bien contempla el suelo absorto buscando algo que decir.

-¿Por qué me besaste?- pregunta confundido después de un tiempo.

Respiro profundamente; tengo que decir algo.

-No lo sé.

Giro la cabeza y le miro. Tiene su mirada al suelo, pero tras haberle contestado, me mira como se encuentra ahora mismo. Sus ojos marrones me penetran con la mirada.

-Eso no es una respuesta, Lucía. Dime el por qué.

-Fue un impulso.

No miento. Le besé porque tuve como un impulso, como una fuerza que me empujó hacia él para besarle.


Federicco asiente y sigue mirando el suelo de nuevo. No puedo seguir allí con la persona por la que me había ilusionado y que se plantea ahora lo que había sucedido hacia tres semanas.

Me incorporo del asiento con la intención de irme, pero a unos cuantos pasos de llegar a la puerta, una mano me coge de la muñeca, me giro para verle enfrente de mí y, me besa.





Noto como sus labios son cálidos y se mueven al compás de los míos, porque le he correspondido. Apoyo mi mano izquierda en su pecho mientras que con la otra agarro su mano para comprobar si era verdad, a lo que él me responde un pequeño apretón.

Mi corazón empieza a latir sin censura mientras la mente se me nubla y las mariposas en mi estómago reviven como el ave Fénix. Por Dios, me está besando.

Él rodea con el brazo que tiene libre mi cintura y me junto más a él, así haciendo más profundo el beso, pero a causa de la falta de aire nos tenemos que separar.

-¿Te tendré que besar siempre para que no te vayas?

-No me iré nunca - confieso.

Él sonríe y me abraza rodeando mi cintura con sus brazos mientras yo rodeo su cuello con los míos.

Yo ya no estoy ilusionada, y ahora me he dado cuenta.

Estoy profundamente enamorada de él.















***















Al día siguiente vengo feliz, con ganas de encontrármelo por los pasillos y compartir miradas cómplices, o incluso alguna que otra sonrisa.

Entro por la puerta principal de mi instituto y me dirijo a mi taquilla, saco los libros que necesito para las tres primeras horas y voy a mi aula correspondiente.

Al llegar, saludo sonriente a Nuria y Cristina, ambas me preguntan el por qué de aquella sonrisa que inunda mi cara, y yo tan solo respondo:

-¿Vamos al baño?

Las dos asienten y esperan a que deje todo en mi pupitre. Al acabar, emprendemos camino hacia el aseo, entramos y miro mi atuendo junto mi pelo con la intención de esperar que solo quedamos las tres.

Me coloco el jersey y los vaqueros, después me peino el pelo con las manos y, cuando me doy cuenta de que nos hemos quedado solas, hablo.

-Me besó.

Nuria y Cristina se miran entre ellas con el ceño fruncido.

-Federicco - aclaro.

Mis amigas me acorralan dentro del pequeño cuartito donde se encuentra el váter. Empiezan a preguntarme cómo sucedió lo ocurrido, y entre risas y miradas pícaras, me felicitan por conseguir lo que quería desde hace tiempo.













Salimos del baño y nos dirigimos a la segunda hora de clase, ya que la primera hora la pasamos allí.

Al entrar, nos sentamos cada una en sus respectivos asientos, nos sonreímos cómplices y esperamos a que llegase el profesor de historia.






***











Falta tan solo una hora para el descanso, pero lo bueno es que esta hora que toca ver a Federicco. Saco de mi mochila el libro de matemáticas junto su cuaderno y espero con ansias su llegada.

Nuria y Cristina entran a clase mirándome cómplices e indicando con la cabeza que mire detrás de ellas. Inclino mi cuerpo hacia un lado para ver a mi profesor favorito entrar al aula. Se queda parado en la puerta esperando a que la gente tome asiento, y cuando nadie está de pie, revisa toda la clase con la mirada.



Cuando su mirada se posa sobre mí, sonrío como una tonta, pero él me mira secamente y desvía la mirada hacia otro lado.





La indignación que tengo es superior al amor que siento por él, ¿al menos no me podría haber guiñado un ojo? Me paso toda la clase de mala leche. Varias veces creo notar su mirada en mí pero no alzo la vista para comprobarlo, no me apetece.

Al acabar la clase me dirijo a su pupitre con la intención de que me explique las cosas, pero él no quiere eso.

-Señorita Rodríguez, es la hora del patio. Salga hacia allí, por favor - me indica la puerta.

-Déjate de formalidades, Federicco. ¿Qué coño te pasa?

Dejo de guardar las cosas en su bandolera y me mira.

-No me pasa nada, ¿a qué viene esa pregunta?

-¡Por qué ayer nos besamos!- alzo la voz.- ¡Y hoy vienes ignorándome y como si no hubiese pasado nada!

- Ah, sí. He pensado sobre eso, y lo mejor es acabar con todo. Nada puede salir bien, Lucía.

Me quedo paralizada, noto como el corazón deja de latir y el blanco inunda mi rostro. No me lo puedo creer.

-Me estás tomando el pelo, ¿verdad?- pregunto con voz quebrada.- ¿Cómo me puedes decir eso después de todo?

Resopla y se pasa una mano por su pelo, tirándolo.

-Es algo muy complicado, Lucía.

-¿Complicado? ¡Pero yo te quiero, joder, te quiero, Federicco!- confieso.- ¡Y tú ayer me dijiste lo mismo!

-Lucía, cállate, por favor. Y no te dije nada.

La rabia inunda todo mi cuerpo. No puedo más.

-¿Qué me calle? ¿Quieres qué me calle?

-No, Lucía. No es eso...

-¡Tengo sentimientos por ti, joder!- interrumpo.

-Todo esto está mal, fue bonito pero está mal. Muy mal. No creo que tengas sentimientos por mí.

-¿Qué no tengo sentimientos por ti? Sé que tengo sentimientos por ti. Porque los sentimientos no se niegan, no se confunden y no se borran. En el fondo, nunca cambian.

Estoy al borde de las lágrimas. El corazón me late apresurado, mi labio inferior tiembla sin cesar y mis lágrimas amenazan con salir.

No puede pasar. No puede estar pasando.

-No, Lucía, no - niega tras unos segundos.

-Vete a la mierda, cabrón - espeto.

Salgo del aula con los libros en la mano, los dejo en la taquilla y me dirijo al baño. Al entrar, apoyo mis dos manos en el lavabo y contemplo mi rosto. Tengo los ojos rojos y ya las lágrimas han empezado a salir.

-¿Por qué solo me pasa esto a mí? ¿Por qué?- sollozo.

Miro mi rostro de nuevo y veo como las lágrimas se deslizan por mis mejillas y caen de mi barbilla hacia el lavabo.

Todo esto lo ha causado un profesor. Un simple profesor me ha hecho todo esto y yo lo he aceptado, pero esto no va a continuar así. No, hoy voy a empezar a olvidarle. Lo prometo.





Quiéreme, profesor.Where stories live. Discover now