Capítulo 27.

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Estoy en clase de historia y muerdo nerviosamente el capucho de mi bolígrafo. Miro el reloj que está colgando en la pared y cómo las agujas se van moviendo mientras escucho el sonido que hace al pasar los segundos.

El sueño empieza a reinar y quiero despejarme. Alzo mi mano y le pregunto a mi profesor si puedo ir al servicio. Salgo corriendo de allí junto con mi teléfono y entro en el baño. Me miro al espejo y deshago el moño que llevo, me peino y voy del servicio.

Al salir, voy caminando por los pasillos solitarios cuando escucho unos pasos que vienen de uno de ellos. Me asomo a la esquina y veo que está allí él, mi profesor. Me acerco lentamente a Federicco por su espalda y deposito un beso en su hombro. Voltea y me mira frunciendo el ceño, pero cuando sabe quién soy, sonríe. Rodeo su torso con mis manos y acaricio su abdomen.

-Lucía, aquí no.

Le cojo de la mano y me meto junto a él en las escaleras de emergencia que nadie usa. Lo estampo contra la pared, le agarro de las solapas de su camisa y lo atraigo hacía mí.

-¿Qué, eh?¿No me quieres besar ya?

Sonríe y me besa mientras posa una mano en mi mejilla. En aquellas escaleras, al no haber nadie, tan sólo se escucha el sonido de nuestros besos y nuestra incomodidad al estar en el suelo.





***




El tiempo junto a él pasa rápido y sin problemas. El instituto cada vez me gusta más, ya que en cada lugar que estoy me viene a la mente nuestros encuentros. En las escaleras, en el escritorio, en su despacho... Cada parte del colegio es testigo de nuestro amor, de lo que nos queremos.

Acabo de llegar a casa tras el instituto y me tiro al sofá con la esperanza de descansar un rato, pero unas voces me lo impidieron.

-¿Lucía, ya has llegado?

-Sí, mamá.

Me incorporo y me dirijo al lugar de donde provienen aquellas voces, la cocina. Al entrar me encuentro a Eric allí, sentado junto a mi madre y la suya. Cuando le veo, algo se remueve dentro de mí. No sé que es aquello, tal vez aprecio hacia él o atracción.

-¡Eric!- exclamo.

Voy corriendo hacia él, que me espera de pie y con los brazos abiertos, y nos fundimos en un abrazo que dura un largo tiempo. Tras saludar a su madre me siento con ellos para escuchar de lo que hablan, pero Eric me entabla conversación conmigo.

-¿Cómo estás, perdida?

-Bien - río.- ¿Y tú?

-Hombre, pues la verdad que un poco cansado.

-Eso se arregla con un poco de siesta - bromeo.

-¿Te parece bien ir a dar una vuelta?

Asiento con la cabeza y nos despedimos de nuestras madres para emprender camino hacia ningún lugar en concreto. Mientras caminamos, hablamos de cosas sin sentido y reímos.



Paso toda la tarde junto a Eric y después me marcho a estudiar. En aquel tiempo que estoy con él, noto algo que antes no notaba. No puedo confirmar si es atracción, u algo por el estilo. Pienso en él y en lo diferente que es de mi profesor, refiriéndome en el físico.

Eric es un chico que ronda los veintitrés años, rubio y de ojos verdes. En cambio Federicco es un hombre de treinta y dos años, de pelo castaño y ojos oscuros. No tiene comparación alguna, pero aún así el rubio me atrae de una forma extraña.






***


- Entonces me pidió el teléfono - relata Cristina.

-¿Y qué le dijiste? - pregunta intrigada Nuria.

-Hombre, claro está. Que no.

Cristina cuenta la historia de cómo conoció ayer a Pablo, el chico que la trae loca hoy. Según Nuria, intenta hacerse la difícil pero lo fastidia. Yo, en cambio, me limito a mirar a ambas discutir y comer mi bocadillo.

-Me dijo que me quería...- susurra Cristina.

-No me lo creo.

-Tampoco seas así - riño a Nuria.

Cristina se encuentra enredando su pelo rubio con su dedo sumergida en sus pensamientos mientras Nuria y yo discutimos sobre cómo actua.

El timbre suena y nos levantamos para dirigirnos hacia nuestra respectiva aula. Por el camino, Nuria nos cuenta como este fin de semana se ha acostado con tres hombres después de un tiempo. También me pide cómo es mi vida sexual con Federicco.

-¿Pero lo hacéis mucho?-repite.

-Sí, Nuria, lo hacemos mucho - respondo agotada.

Cada una se sienta en su asiento y seguimos hablando sobre otro tema diferente. Puedo notar como en la mirada de Cristina hay un brillo especial desde que conoció a Pablo, tras haber acabado mal con su anterior pareja es bonito verla feliz de nuevo.

En un instante me quedo sumergida en mis pensamientos y empiezo a pensar en lo diferentes que somos. No solo por el color de pelo, si no por el carácter y la forma de ser.

Nuria es una persona extrovertida que habla hasta con las piedras. Le gusta comer, criticar, hacer la loca y, sobre todo, el sexo. En cambio Cristina es una persona reservada con sus asuntos, es extrovertida pero no le va contando sus problemas a cada uno. Y después estoy yo, Lucía. Creo que con el tiempo he empezado a contagiarme de ambas personas, por un lado hablo hasta con las piedras pero no cuento mis problemas a todos. Soy una pequeña mezcla entre Nuria y Cristina.

-Lucía - Me llama Cristina.- Ya ha venido.

Salgo de mi trance y observo a mi pareja en el umbral de la puerta. Observa a toda la clase y espera paciente a que todos tomen asiento. Un escalofrío me recorre la espalda y hace que tenga frío en pleno mes de mayo.

Federicco camina hasta llegar a la tarima, sube a ella y se dirige hacia el escritorio. Aquel escritorio que fue testigo de nuestro amor... Y como siempre, deja el maletín en él y saca el libro de matemáticas.

-Buenos días. Abran el libro por la página 234 y hagan los ejercicios 1-3-4.

No dice nada más y cierra el libro, espera a que todos empecemos y se sienta en la silla de su escritorio para empezar a corregir exámenes.

La hora transcurre y no me ha dirigido la mirada en ningún momento, y eso me aterra. Miles de cosas pasan por mi mente queriendo saber el por qué no me mira.

-Ts, Nuria - llamo a mi amiga.

Ella gira la cabeza y me mira, le cuento todo lo que pienso y ella tan solo se limita a decirme que quizás está ocupado o tiene algo en mente. Le vuelvo a mirar con el ceño fruncido e intento averiguar lo que piensa, pero no soy médium.



***




El timbre suena y da a entender que la clase ha finalizado. Todos recogen sus pertenecias y se van del aula, pero cuando queda a penas gente, me llama.

-Rodríguez, quédese cuando todos se vayan.

Extrañada, asiento con la cabeza. Nunca me ha llamado por mi apellido.

Cuando la gente se va, me acerco a él temerosa y con el corazón latiendo a mil.

-¿Qué quieres, Federicco?

-Esto se ha acabado.

Quiéreme, profesor.Where stories live. Discover now