Capítulo 59.

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La luz del sol entra por la ventana de mi habitación causando así que me moleste y acabe despertándome. Gruño y me incorporo de la cama para después ponerme una bata y dirigirme hacia la ducha.

Tras ducharme y vestirme, voy hacia la cocina y allí están Nuria, Carlos, Pablo y Cristina. Me acerco sonriente a ellos y saludo a cada uno.

-¿Cómo se encuentra nuestra pequeña Lucía? - me pregunta Pablo.

Cojo una barrita de cereales de un estante, la abro y pego un bocado para después responder:

-Muy bien, ¿por qué?

-Nos contaron que te despidieron.

Dirijo mi mirada a Cristina y ella me señala a Nuria, la cual me echa una mirada para que le perdone la vida.

-Igualmente me iba a marchar de allí -miento.

-¿Has encontrado alguno nuevo, enana?- me pregunta Carlos.

Niego con la cabeza.

-Qué va, tengo que ponerme a buscar.

-Venga, te ayudamos los dos machos alfa del apartamento - me dice Pablo con una sonrisa socarrona.

Las tres chicas reímos y yo niego después con la cabeza.

-Sobre todo machos - murmura Nuria sobre los labios de Carlos.

-Prometida mía, que te tengo loquita por mis huesos.

Nuria sonríe y le besa para que después yo ponga los ojos en blanco y me dirija hacia a mi habitación a por el portátil.

-Se me sube la dosis de azúcar - me dice Cristina desde el umbral de mi habitación. - Están muy melosos.

Sonrío y la miro.

-Están enamorados, y me dan una envidia...

Mientras la miro, la escaneo de arriba a abajo y veo como su pelo rubio está más largo que de costumbre. Ella se acerca y se sienta en la silla de mi escritorio.

-¿Algo que contar?

Dudo si contarle o no el sueño, pero al final opto por no decirlo.

-No. Nada, ¿por qué?

Se encoge de hombros y sonríe.

-Por saber.

Asiento y ambas nos dirigimos hacia la cocina de nuevo.

-Ya tengo el portátil, Pablo.

Pablo se encuentra sacando una cerveza de la nevera, y cuando le llamo, se voltea y me sonríe para después asentir y dirigirnos a la mesa del comedor.

Enciendo el portátil y Pablo va buscando por internet diversas ofertas de empleo que se adapten a unos horarios concretos, y hay muy pocas. Carlos, a la media hora, se nos une y empieza a buscar por el periódico si hay alguno.

-Encontré uno.

Pablo me señala con el dedo la pantalla del ordenador y leo el anuncio. Me gusta.

El trabajo trata de ser vigilante de un museo, todo me parece perfecto exceptuando los horarios, que son por la madrugada. Asiento y empezamos a navegar por internet y buscar el lugar donde se halla el museo y todo lo que necesito para ir hasta allí.

-Tengo que hacer de nuevo el currículum - digo abatida. - Me da una pereza...

-Lo tienes guardado aquí - me dice Carlos señalando la pantalla de mi ordenador.- Lo puedes retocar y lo imprimes, o mándalo por correo.









***






Los meses transcurrien rápidamente hasta que llegamos al mes de octubre. Hace cuatro meses que ya he empezado a trabajar en el museo, y no miento diciendo que me tiro toda la mañana durmiendo.

A penas puedo ver a mis amigas, exceptuando de las siete de la tarde a las diez, que es cuando ellas vuelven del trabajo, cenamos y yo me voy a trabajar.

Me sigo manteniendo en contacto con Marina, ella también ha dejado de trabajar en Starbucks y ahora ha encontrado un trabajo de secretaria en una pequeña empresa en el centro de Barcelona. Ninguna sabe nada más de Rodrigo, exceptuando que él la llama constantemente pidiéndole disculpas.

Con respecto a Samuel, no sé de él nada más desde cuando dejamos nuestra relación, y tampoco quiero ni ansío saber nada.

También desconozco el paradero de Federicco, cosa que me alegra ya que llevo cuatro meses, casi cinco, sin recordarle y estoy fantástica.

Mentiría si digo que no me gusta estar soltera, porque me encanta. A pesar de que ya no tengo pareja y no tengo relaciones sexuales desde junio, poco me importa, yo estoy bien como estoy ahora y no necesito hombre alguno.






***









Abro la puerta de mi departamento y me adentro a él. Me dirijo somnolienta hacia la cocina y miro la hora que marca el reloj. Son las ocho de la mañana.

Dejo mi abrigo en el perchero de la entrada y voy corriendo hacia mi habitación, - no literalmente-, y me dejo caer sobre mi cama. No me desvisto ni me desmaquillo, solo me dejo llevar en los brazos de Morfeo.
















El rugido de mi estómago provoca que me despierte y me dé cuenta de que he dormido completamente vestida y maquillada. Suspiro abatida y me dirijo hacia el baño, me desmaquillo y me meto en la ducha.




Tras ducharme y vestirme, me hago el desayuno para luego bajar al supermercado de al lado y hacer la compra.

Son tan solo las doce del mediodía y he dormido cuatro asquerosas horas. ¿Cómo puedo todavía mantenerme de pie? Entre quejas y murmuraciones que ni yo entiendo, paso por la sección de compresas y tampones y cojo dos cajas de cada uno para después seguir emprendiendo camino por el pasillo.

Llego a mi antigua parte favorita, los condones, los miro como si añorase sentirlos dentro de mí, pero al final acabo negando con la cabeza para dirigirme después a la sección de lavandería y reñirme internamente por anhelar algo que tan solo me trae recuerdos pasados.










Tras acabar de comprar, me dirijo a mi apartamento, cuando entro dejo mi chaqueta en el perchero y llevo las bolsas del supermercado a la cocina. Tras haber colocado todo, enciendo la estufa del salón y me preparo un café.


Me siento en el sofá y enciendo la televisión mientras sostengo en mi mano izquierda mi café caliente en una taza.


Mientras veo mujeres desesperadas en Divinity, el teléfono fijo de mi casa suena. Suspiro y dejo la taza de café en la mesilla que hay junto al sofá, me incorporo y me dirijo hacia el teléfono.

-¿Si?

-¿Me podéis dejar hablar con Lucía, por favor? ¡Dejarme hablar con ella! No sé qué he hecho para que intentéis alejarla de mí.

Frunzo el ceño confusa.

-¿Federicco?

Quiéreme, profesor.Where stories live. Discover now