Capítulo uno.

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El exterior del edificio ya no era de ladrillos, los cuales estaban pintados con miles de nombres de personas que habían estudiado aquí a lo largo de los años. Ahora era de un blanco impoluto que realmente llamaba la atención. Las ventanas ya no estaban cubiertas por viejas rejas -algo que únicamente le daba al instituto una irónica imagen a cárcel-, ahora eran grandes y amplios ventanales. Las pesadas puertas de hierro rojas que daban paso al interior del edificio ahora eran enormes puertas de cristales, y por último, el enorme muro que rodeaba la instalación, lleno de plantas trepadoras, había sido completamente eliminado. Un pequeño aparcamiento al lado del instituto recibía a los estudiantes que tenían coche o moto, y donde había unos cuantos grupos de personas.

-Estás empezando a asustarme - la voz de mi hermana me sacó de mis pensamientos.

-Oh, lo siento... Solo observaba como ha cambiado. - digo, comenzando a caminar de nuevo.

Solo había entrado por la puerta y ya me había ganado una gran variedad de miradas raras. Pero no me iba a dejar intimidar. Intenté poner la expresión más seria y segura que pude, y levanté bien la cabeza. Sandra y yo nos dirigimos hacia las taquillas -las cuales ahora estaban enumeradas- y sonreí al ver que mi madre había conseguido la misma taquilla que tuve antiguamente. Dentro de la taquilla dejé prácticamente todos los libros, y solo cogí los de las primeras materias que iba a tener hoy.

Esperé a que mi hermana terminase de hacer lo mismo, y me dispuse a acompañarla a su clase, puesto que ella nunca había dado clases en este instituto y no sabía donde se encontraba. En todo el trayecto solo conseguí miradas acusadoras de los más mayores -los que ya estaban en el instituto cuando me fui-, y por suerte los compañeros de mi hermana no lo eran.

-Luego nos vemos - dije, besando su frente.

-Adiós.

Partí de nuevo hacia la planta baja, donde tenía mi primera clase. Las grandes puertas del gimnasio se encontraban abiertas de par en par. Fui al departamento de gimnasia y toqué la puerta, ganándome la atención del profesor.

-Disculpe, soy el chico nuevo y me han dicho que tenía que pedir aquí el uniforme de deporte.

-¡Oh! Entonces eres Guillermo Díaz, ¿Cierto? - asentí -. Encantado -dijo, tendiéndome su mano -, yo soy Borja Luzuriaga, tu nuevo profesor de Gimnasia.

Estreché su mano mientas el sonreía. Luego se puso a rebuscar en un armario que había al fondo de la sala, y unos segundos después me dio unos pantalones y una camisa de deporte.

-Creo que esto sera de tu talla. Cámbiate rápido, si empiezo mi clase un solo minuto tarde el director sería capaz de matarme.

Durante unos segundos me permití observarle. Tenía el pelo algo largo hacia un lado, y era un poco más bajo que yo, aunque algo más fuerte. Le sonreí antes de irme y casi corrí hacia los vestuarios. Me cambié todo lo rápido que pude y guardé mi ropa en mi mochila, para después guardar la mochila en una de las pequeñas taquillas. Entre de nuevo al gimnasio justo a la vez que Borja, y este me sonrió. Miré a mi alrededor. Poco más de quince personas estaban repartidas por todo el gimnasio, pero mi mirada se clavó en el pelirrojo que colgaba de las barras. Estaba más alto, más fuerte, más guapo, más inalcanzable. Miré mis zapatillas mientras mordía mi labio y espere a que el profesor dijera algo.

-Diez vueltas a la pista corriendo, cuando acabéis hacer calentamiento articular. - dijo, y se sentó en un banco a la sombra con una tablet sobre las piernas.

Comencé a correr pensando en que todos los profesores de gimnasia hacían lo mismo. Mandaban hacer mil cosas, pero ellos nunca las hacían. Ni corrían, ni calentaban, ni pasaban calor. Un empujón por atrás me sobresaltó, haciendo que casi cayese de boca al suelo, pero fueron unos brazos los que evitaron esa caída.

Atrévete a dominarme {Wigetta} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora