Capítulo veintinueve

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Mis nudillos se estaban volviendo blancos debido a la presión que estaba ejerciendo sobre el pomo de la puerta. Casi podía sentir mi cara ponerse roja, entre la vergüenza y la rabia que me daba el echo de que aquel insoportable hombre no cesara en sus estúpidos intentos de ¿conquista?

El repartidor estaba parado frente a la puerta, tendiéndome un papel y un boli con un brazo mientras que con el otro sujetaba un, a mi gusto, demasiado extravagante ramo de rosas. Su cara de desinterés, haciendo esto solo por algo de dinero para poder mantenerse, con su cara de frustración por andar por las calles junto con el tremendo calor que hacía.

Hasta el pobre muchacho ya estaba cansado de venir tan repetidamente a mi casa, y de seguro debía saberse la dirección de memoria.

Suspirando pesadamente hice una rápida firma sobre el papel y casi arranqué el ramo al repartidor antes de cerrar la puerta.

¿Me podía alguien explicar, como cojones había terminado así? Tampoco es como si yo fuera un chico extravagante como para tener a tres puñeteros vampiros, dos de ellos con pinta de psicópata, tras de mi. Indignado rebusqué entre las múltiples flores rojas y amarillas una de las usuales notas que solían dejar, y la leí.

"Día 26.

No cesaré en mi empeño, morenito. No te obligaré, pero algún día serás mio, y todos lo sabemos. "

Já.

Me dirigí a la cocina a la vez que suspiraba realmente harto de la situación, y bajo la atenta mirada de Samuel metí el ramo de flores en un jarrón de mi madre lo suficientemente grande como para que no se cayera.

-Voy a reventarle la cara a ese pedazo de mierda con piernas - murmuró Samuel antes de levantarse precipitadamente de la mesa.

Corrí hacia la puerta, consiguiendo interceptarle en el último momento. Me puse ante él, empujando su pecho con mis manos, sintiendo como este se movía rápidamente.

-Dejame encargarme a mi de esto, Samuel - dije, empujándolo hacia el salón, sentándome sobre su regazo cuando este se dejó caer en el sofá. - Dejame encargarme a mi - repetí, intentando buscar su mirada, la cual me rehusaba.

-No aguanto más con esto, Guillermo - murmuró, quitándome de sus rodillas y sentándome a un lado.

-¿Que?

Lo mumuré tan bajito que ni siquiera estaba seguro de haberlo dicho en voz alta. Mi corazón estaba comenzando lentamente a acelerarse.

¿Por que no me mira?

Su mirada estaba clavada en el suelo, sus codos apoyados en sus rodillas, manteniendo sus piernas ligeramente abiertas. De repente agarró fuertemente su cabello, atropellándome con sus palabras.

-Ya no puedo continuar así, Guillermo. Aunque tu no te des cuenta me estas matando lentamente cada vez que dejas que él te envíe un ramo más. Puedo sentir como mi corazón está cayendo poco a poco mientras le permites cortejarte de esa manera, por dios, si hasta al principio sonreías cuando un nuevo ramo llegaba, con una nueva carta con tontas palabras pegajosas y cursis, para luego dejar las flores en un florero, recordándome lo sumamente jodido que estoy. ¿Que no lo entiendes?

Levantó su mirada, sus ojos rojizos, su labio inferior temblando levemente, mordiéndole.

-¿No lo entiendes? - repitió.

Mi mente se negaba a admitir lo que realmente iba a suceder. Mi cuerpo estaba comenzando a temblar lentamente, aferrándome con mis manos a la vieja manta de mi madre que cubría el sofá, sintiendo mi corazón martillear.

Atrévete a dominarme {Wigetta} Where stories live. Discover now