Epílogo.

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Me giré en el sillón, mirando a un lado de éste el enorme cuerpo del rubio, tirado en el suelo debido al repentino empujón que le había dado. Éste respiraba fuertemente mientras se frotaba frustrado el rostro con ambas manos, mientras que en sus pantalones se apreciaba una grande erección, que me hacía sentirme mil veces más avergonzado de lo que me sentía ya.

Estaba dispuesto a disculparme, pero en el momento en el que abrí la boca para comenzar con las disculpas, su dedo acusador me señalaba, a la vez que se incorporaba rápidamente, sentándose en el frío suelo de baldosa.

-Ni se te ocurra decirlo - gruñó, levantándose y buscando con la mirada su camiseta, que por cierto no tenía una idea de donde podía haber acabado, yo ni siquiera se la había quitado.

-Pero yo... - intenté disculparme nuevamente, pero fue inútil, y a la vez me arrepentí. Se giró con sus ojos negros cuales pozos y me miró amenazante.

-Estoy cansado de ti, Guillermo. ¿Cuantos años llevo tras de ti? No eres más que un niñato inmaduro e inseguro. Un calientapollas que solo espera que su príncipe azul vuelva por él. - dijo, poniéndose su camisa, la cual había encontrado tras la televisión -. Asúmelo, Guillermo, Samuel no va a regresar, el te quería para lo mismo que te queremos todos, para echarte un polvo y fuera.

-Pues para solo querer un polvo ya llevas demasiado intentándolo, ¿no crees? - contraataqué a sus palabras hirientes, levantándome del sillón de un salto.

- Bueno, siempre me gustaron los retos. - para éstas alturas él ya estaba a punto de salir por la puerta, pero exploté, sabiendo lo mucho que mis palabras le herirían, y arrepintiéndome apenas unos segundos después.

- No eres mas que una replica barata de tu hermano, Martín. Asume tu eso también.

Se giró, rugiendo fuertemente mientras mostraba todos sus dientes, sobresaliendo sus enormes y blancos colmillos.

Un fuerte llanto inundó la habitación, provocando que me volteara rápidamente, para encontrarme a Samantha llorando fuertemente y tapándose los ojitos, haciendo puchero.

La pequeña, con apariencia de unos seis años, rubia y con el pelo revuelto, se lanzó a mis brazos en el momento en el que vió que me agaché a su altura. Estaba dispuesto a girarme con la intención de regañar a Martín por lo ocurrido pero el sonido de la puerta cerrándose me avisó de que ya se había marchado.

Caminé hacia la cocina aún con la pequeña en brazos, acariciando su espalda mientras la calmaba, susurrándola palabras tranquilizadoras, para después sentarla en la encimera.
En ese momento me di cuenta de que pegado a su pecho sostenía una hoja que estaba levemente arrugada por haberla sostenido en brazos.

-¿Que es esto, Sammy? - dije con voz calmada, cogiendo lentamente el papel.

-Fe-feliz cumpleaños, papi - murmuró, frotándose los ojos eliminando todo rastro de lágrimas. - Pero mi regalo se ha esro.. estropeado - hizo puchero, pero antes de que rompiera en llanto nuevamente la calmé.

-Pero si está precioso - aseguré, estirándole sobre la encimera, intentando borrar los rastros de arrugas

Sobre el papel, dibujados todo lo bien que pueden estar por una niña, dos muñecos, el mayor, con un triangulo en la cabeza, lo que supuse que era un intento por hacer la cresta con la que acostumbraba a peinarme, yo, mi nombre escrito debajo, y mi mano agarrada a la de otro muñequito más pequeño, con un alboroto de rayas amarillas su cabeza, y una sonrisa exagerada dibujada en su rostro, Samantha. Sonreí apreciando todos los corazones que rodeaban ambos muñeco, y leyendo -difícilmente- las palabras 'te quiero papa'.

-. ¿Que te parece  si lo pegamos al frigorífico, para que todo el mundo lo vea? - pregunté, acariciando su cabeza.

-Bien - murmuró tímida.

Atrévete a dominarme {Wigetta} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora