8. Una estrella fugaz.

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—Creo que ya estás listo para la prueba —le comenté a Dante, orgullosa de su progreso.

Él suspiro y se acostó en la alfombra de la sala de mi casa, cubriéndose los ojos con un brazo como si estuviera dispuesto a dormirse. Se veía tan cómodo que me levanté y me tendí a su lado.

—Oye, ¿jugamos verdad o reto? —preguntó con voz casi inaudible. No tenía idea de por qué habló así. Suri y mi madre estaban viendo una película en el segundo piso.

—No quiero, conociéndote, tus retos serán muy vergonzosos.

—Claro que no, el más ligero será que vayas a decirle a tu madre que estás embarazada o algo así.

Si ese era el ligero, no quiero ni imaginarme el más difícil.

—No soy una bacteria para reproducirme sola —declaré con ironía y se me ocurrió la posible respuesta de Dante por lo que añadí—. Y si dices que te ofreces a ser el padre, te mataré.

—No iba a sugerir eso —negó al mismo instante que rodaba los ojos. Sus mentiras eran fáciles de detectar una vez que te acostumbrabas.

—Prefiero jugar verdad o verdad. La única regla es que, si no revelas algo, recibirás un castigo —propuse pensativa.

—Está bien. ¿Puede ser cualquier castigo? —volteé a verlo, tenía los ojos abiertos y se mordía los labios de manera extraña.

—Maldito pervertido —espeté mientras lo golpeaba en el hombro.

—Tú eres la pervertida. Pensaba que te obligaría a cocinarme algo.

Resoplé. Podría caer en malentendidos, pero Dante Moretti no es un sujeto que se pudiera malentender. Él habla muy en serio y evitaba los dobles sentidos.

—Acepto, empieza tú. Nada lascivo, ¿eh?

—Bueno, bueno —asintió y pensó lo que diría a continuación—. No sé, ¿te gusta alguien?

—No —respondí contundente. Creía que esas preguntas se hacían entre niños de primaria.

—¿Eres asexual? —preguntó entre risas.

—En primera, solamente te toca una pregunta. En segunda, ninguna pregunta de índole sexual y, por último, no. Me identifico como heterosexual solamente.

—No me mates por preguntar. Continúa.

—Quiero que me hables de Italia, es tu país de origen, ¿no?

—Esatto, tesoro (Exacto, querida). Mi idioma natal es el italiano y aprendí este idioma cuando llegué aquí. No recuerdo mucho de mi país, me mudé cuando tenía tres años. Lo único que conservo como recuerdo son fotografías tomadas allá. Ni siquiera tengo acento, lo cual odio, sería más popular con las chicas.

—Veamos, esto es muy tonto, pero veo muchas películas. ¿Tu padre no pertenece a una mafia italiana? Me refiero a tu padre biológico. Dios, sonó horrible, olvídalo.

—Son dos preguntas —advirtió—, pero la contestaré. No tengo idea, mi padre abandonó a mi madre cuando yo estaba en pañales. A él no lo conozco ni me interesa hacerlo en el futuro. El único que puedo considerar como mi padre es Étienne, padre de An —contó entre susurros.

Se veía tan relajado, hasta podría decirse que somnoliento. Hablar de cosas privadas no lo hacía inmutarse en lo más mínimo, envidiaba ese rasgo del italiano.

—Por fin es mi turno —dijo mientras se levantaba y se sentaba cruzando las piernas—. Dime tres adjetivos que deba tener «el amor de tu vida».

—Nunca había pensado en eso —razoné al momento que me sentaba igual que él.

—Dilo o te pondré a correr desnuda por la calle —amenazó con el rostro inexpresivo.

—Bien, bien. Pues... ¿inteligente? —hice una gran pausa ya que no se me ocurría nada.

—¿Y ya? ¿Qué tal si es inteligente, pero también alguien prepotente? —interrogó, levantando una ceja.

—Alguien inteligente y honesto, supongo. Que conozca el significado de lealtad.

—¿Quieres a alguien leal para que siempre esté a tu lado?

—Quiero a alguien que, cuando prometa estar junto a ti, no te abandone de manera repentina. Que sea lo suficientemente honesto e inteligente para no hacerlo.

Me alegra que no indagara acerca del por qué tengo tanto miedo a la traición. Era un tema que prefiero olvidar.

—Supongo que una persona así... sería como una estrella fugaz entre un mar de estrellas.

—Claro, sobretodo por la palabra «fugaz» —carraspeé y me apresuré a cambiar el rumbo de la conversación—. Mi turno, veamos, ¿cuál es tu mayor miedo?

—Soy claustrofóbico, espero nunca lo uses en mi contra —rio, mirándome fijamente—. Tengo curiosidad acerca del físico de tu amor imaginario. El inteligente, honesto y leal, ¿cómo es su aspecto?

—En definitiva, como Dante...

—¿Cómo yo? —inquirió ruborizándose y quedando cual tomate. Podría jurar que casi le dio un infarto.

—No. Como Dante del videojuego «Devil may cry». Siempre he tenido un fetiche por los personajes de cabello blanco.

—Qué mala eres. Me sorprendí mucho, lo tenías planeado, ¿no?

Solo me limité a reírme. Empezaba a conocerme mejor.

—Soy tan mala que quiero que me cuentes sobre tu primer beso. Te ves lindo cuando estás rojo —dije en son de broma.

—No te diré sobre eso. Ponme el castigo, en definitiva, no hablaré de ello —sentenció bastante serio.

—Vaya, creo que ese relato es tan explícito que no quieres contarlo. Está bien, te reto a que vayas con mis vecinas y consigas el número de alguna. La mayor tiene veintitrés y su hermana menor tiene diecinueve. Ve y demuéstrame que puedes coquetear con quien sea.

—No es explícito —negó con la cabeza. Su rubor se acentuó ligeramente y desapareció por completo cuando se puso en pie—. Este reto será como quitarle un dulce a un bebé.

Dante se dirigió a la salida y cerró la puerta detrás de sí. Se veía muy confiado. Un total narcisista. Pasaron menos de diez minutos cuando lo escuché entrar.

Cruzó el umbral con una media sonrisa y levantó su mano derecha con la que sostenía un papel que contenía los números de ambas hermanas. En el rostro del chico se vislumbraban marcas de besos provenientes de un labial rojo. En su mano restante había un dulce que podría apostar recibió de mis vecinas. Tal como dijo sería como quitarle un dulce a un bebé, salvo que se lo hizo a dos hermanas a las que les pareció atractivo.

—Reto cumplido —anunció, extendiéndome el papel—. Puedes comprobar si quieres.

—No hace falta. ¿Cómo lo hiciste?

—No me esforcé, pensé que tendría que utilizar mi arma secreta. No fue necesario, me dieron sus números luego de que se los pedí amablemente.

—¿En serio? Felicidades, supongo.

—Ya no me obligues a usar mi físico. Se aprovecharán de mí y prefiero proteger mi castidad.

—Claro, claro, no lo vuelvo a hacer.

Convivir con Dante Moretti en un principio era insoportable, pero ahora pienso que tenemos cosas en común. A pesar que me agrada mucho, no quiero considerarlo un amigo. La vida me ha enseñado que la amistad no es lo mío y que en algún momento dejarán de ser una estrella fugaz para convertirse en una de las tantas estrellas en el cielo. No quiero ser decepcionada de nuevo, estoy segura que no lo soportaría.

FIN CAPÍTULO 8.

















Otra comedia romántica absurda [OCRA #1]Where stories live. Discover now