13. Rostros conocidos

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Una carga se había aligerado en su cuerpo.

El dolor lo había abandonado para siempre y por primera vez en mucho tiempo, había tenido el sueño más pacífico y reparador, sin malos recuerdos, sin Albus, sin nada que temer, sin nada que perder ni nada que anhelar más allá de una vida tranquila y toda la felicidad del mundo para la única persona a la que amaba más que a ninguna otra cosa, su pequeña Daphne. Y Scorpius estaba en paz, por lo menos en esta nueva versión del mundo que intentaba ser perfecta y eso estaba bien, se sentía bien...

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Lo despertaron un par de saltos sobre el colchón y risillas silenciosas; Scorpius abrió los ojos y se encontró con su rostro cálido, pecoso y hermoso, su pequeña con la misma energía de siempre. —¡Hoy hay escuela! ¡Hoy hay escuela!—gritaba la rubia alzando sus bracitos y Scorpius reía, al verla tan contenta. Eran esos momentos donde se afirmaba a sí mismo que permitirle a Ellie tener una experiencia muggle aparte de su vida mágica, había sido una buena elección. Scorpius la tomó por sorpresa y le propinó un ataque de cosquillas con el que la rubia rio a carcajadas, su risa era la melodía favorita de Scorpius y su presencia el motor que hacía falta en su vida.

—Bien mon, tienes exactamente... diez minutos para estar lista, ¡corriendo, corriendo! —le indicó Scorpius y la pequeña se levantó corriendo hacia su habitación, con el cabello enmarañado como cada mañana y arrastrando las pantuflas sobre el suelo.

Scorpius sabía que tenían más que eso, pero les gustaba tener esa carrera contra el tiempo como una especie de ritual matutino para comenzar el día. Scorpius observó el armario y tomó una camisa que no recordaba haber comprado antes o que simplemente habría olvidado como muchas de las que su madre o el mismo Draco le habían regalado en innumerables ocasiones y que terminaban rezagadas entre el polvo o un cajón.

Se ajustó el cabello, las gafas y uso su colonia favorita. Por un minuto se sintió extraño y observó su habitación de pies a cabeza, le daba la sensación de que ese día en particular algo parecía perdido aunque no supiese qué. En el pecho sentía una ligera opresión que no entendía y no le fastidiaba, no se sentía como una enfermedad sino... como si estuviese olvidando algo, algo que debía estar ahí, en esa habitación, en ese momento, con Ellie, consigo mismo. Movió la cabeza negativamente y se ajustó los botones de la camisa antes de dirigirse a la cocina y preparar el almuerzo de ambos. —¡Sorpresa!—gritó la rubia saliendo detrás de la barra. Scorpius pegó un brincó y estalló en risas.

Ellie se había arreglado a tiempo, aunque su cabello aún estaba hecho un nido. La rubia le entregó un cepillo, su bote de liguillas y prendedores con figuras y Scorpius suspiró tomándola en brazos y colocándola sobre la barra. —Bien mon, veremos qué hacer con esa maraña—la rubia asintió y entrecerró sus ojos orgullosa. Había algo que le encantaba y eso era que su padre la peinara cada mañana, aunque a veces Scorpius se equivocara o terminaran más retrasados de lo normal.

Scorpius tomó el cepillo y comenzó a deslizarlo por su larga cabellera rubia y rizada, al tiempo que con sus manos lo acomodaba en una cola y le daba una vuelta para enrollarlo lo más perfecto que pudiese, lo sujetó con liguillas y algunos pasadores y finalizó con un prendedor de mariposa color verde que combinaba con sus risueños ojos esmeralda. Ellie dio un salto al suelo y movió la cabeza afirmativamente. —Gracias papi—Scorpius asintió y acarició su cabeza. Avanzó hasta la cocina y comenzó a preparar el desayuno mientras la pequeña esperaba sentada en un banquito.

La casa se llenó en segundos con un exquisito aroma a chocolate caliente y canela, a panqueques y miel y en pocos minutos todo estuvo listo. Scorpius guardó un almuerzo extra en una maletita y se lo entregó a Ellie antes de partir hacia el colegio.

Mil cartas y un regaloWhere stories live. Discover now