*Extra*

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Abrí la puerta del despacho de Marta, como si mi refugio se encontrara en ese lugar. La cerré al pasar y apoyé mi espalda en ella, echando la cabeza hacia atrás. Ni siquiera sé si mi amiga estaba observándome, ni siquiera sé si se pregunta qué demonios me impulsó a entrar así en su despacho. Siento como una lágrima moja mi mejilla en su descenso. Después de esa, otra... y así, una sucesión de gotas de agua salada, que no son más que la expresión del dolor que en este momento siento. Incorporo mi rostro y puedo observar la silueta de Marta a unos metros, algo borrosa a causa de las lágrimas. Está en completo silencio, observándome, esperándome.

─Ya lo entiendo... ─hablé por fin, mientras ella continuaba mirándome en silencio, esperando que prosiguiera. ─Su dolor, es mi dolor. Su sufrimiento, es mi sufrimiento. Y su felicidad, es mi felicidad. Pero si ella cae, yo la levanto. Si tropieza, la sostengo. Si quiere hablar, la escucharé y si quiere callar, simplemente la abrazaré. Quizás no sea una maldita "super heroína", quizás no pueda salvarle la vida. Pero hay algo que sí puedo hacer; enseñarla a amarse a sí misma. Porque no creo que exista otra forma. No creo en la posibilidad de que esa mujer se mire al espejo y no sea capaz de ver lo que yo veo. Si se viera a través de mí, Marta. Si logro que se vea a través de mis ojos, no podrá hacer otra cosa más que amarse. ¿Y sabes qué? Ni siquiera sé cómo lo voy a lograr. Pero voy a conseguir que Anahí conozca una vida a la que también pueda amar. No sé si suspenderé el proyecto, si me despedirán, si tiraré por la borda cuatro años de carrera o si me volveré completamente loca en el intento. Pero nada me importa ya. Ahora entiendo que la vida me trajo a este lugar por ella, que el Universo quería hacerme conocer mis límites. Y si se trata de ella, no tengo límites. Creo en esa niña como jamás he creído en nadie y sé que su corazón está ahí, esperando impaciente un motivo para volver a latir. Así que, yo me encargaré de darle un nuevo motivo... cada día.

Marta permaneció en absoluto silencio, observándome incluso segundos después de haber terminado de hablar. Quizás ya no tenía nada que decir, o quizás simplemente prefería ahorrarse su opinión.

─Estoy segura de que cuando se dé cuenta de lo afortunada que es ─comentó ─su existencia no le resultará tan insignificante.

─¿A qué te refieres?

─A que son escasas las veces, que amamos realmente en la vida. Y son aún más escasas, las veces que alguien nos ama sin condiciones... Y Anahí, por muy mediocre que le pueda resultar su existencia, está siendo amada por una de las mejores personas que he conocido jamás. Y te aseguro que he conocido a muchas personas, Dulce.

─Yo no he dicho que...

─No importa ─interrumpió ─Eso no importa. Tienes razón en algo, y es algo que admiro de ti desde que te conozco; no tienes ningún tipo de miedo a las consecuencias. El proyecto, tu carrera, incluso lo que todo el mundo pueda pensar, te da absolutamente igual. Tu deseo de ayudarla a ella, siempre ha estado por encima de todo y nunca te has siquiera planteado otra opción. Eres rebelde, cabezota y tremendamente imprudente. Pero te dejas guiar por tu corazón y eso te hace fuerte.

─No creo que sea una característica de psicólogo, dejarse guiar por su corazón ─sonreí con ironía.

─No. Es una característica de Ser Humano. Y lo que estudias, no define lo que eres.

Estaba en lo cierto. Lo que estudias, no define lo que eres. Si en algún momento consigo acabar mi proyecto y finalizar la carrera, no seré psicóloga, me dedicaré a la psicología. Dos conceptos muy diferentes y que en ocasiones confundimos.

─Marta... ─comencé a decir en tono de súplica ─Déjame llevármela el fin de semana.

─Oh, no. Ahí sí que no voy a poder ayudarte. ─sentenció ella, dirigiéndose hacia su asiento.

La Luz De Tu MiradaWhere stories live. Discover now