XXV

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Ya han pasado dos semanas desde que Anahí ingresó en el hospital. Gracias al seguimiento obligatorio y a los aportes médicos, su estado de salud ha mejorado considerablemente. Así como, también lo ha hecho su aspecto físico y ha disminuido su debilidad.

En cuanto a mí, seguramente haya ocurrido todo lo contrario. Llevo el mismo tiempo, sin prácticamente apartarme de su lado. Duermo cada noche en el hospital, a primera hora de la mañana, voy a mi apartamento para bañarme y arreglar todo lo referente a White. Después me dirijo a La Cascada para trabajar y una vez termina mi turno, vuelvo al hospital. Esa rutina se repite cada día y lo cierto es que no me supone ningún esfuerzo llevarla a cabo. Hacerle compañía y los momentos que compartimos, es suficiente recompensa para el desgaste físico que también conlleva. A veces nos pasamos la tarde hablando, le cuento absolutamente todas las anécdotas que suceden en el centro, que no son pocas. Nos reímos juntas de todo tipo de tonterías, descargo alguna película para entretenernos, y en las noches, ya se ha convertido en costumbre, hacer una maratón de nuestra serie favorita. Podemos pasarnos horas y horas, capítulo tras capítulo. Bueno, lo cierto es que, ella se pasa horas y horas, yo suelo quedarme dormida diez minutos después de apoyar la cabeza en su pecho. Me siento tan relajada y el peso del día pierde tanto sentido cuando estoy ahí, siendo abrazada por ella, con su mano acariciándome, escuchando su corazón, que me es inevitable caer en el sueño más profundo. No he vuelto a despertarme sobresaltada en medio de la noche. Supongo que mi cuerpo asimiló que duerme cada día junto a mí y eso me ha dado la tranquilidad necesaria para descansar. En ocasiones, me quedo sentada en la silla de las visitas durante horas, con mi ordenador portátil sobre las rodillas, tecleando sin parar, concentrada en el desarrollo de mi proyecto mientras ella lee algún libro. Muchas veces he levantado la vista para descansar y me la encuentro ahí, mirándome atentamente, como si mover mis dedos a toda velocidad sobre el teclado, fuera algo muy interesante. Entonces le sonrío y ella también me sonríe, justo antes de volver su vista a la lectura. Otras veces, soy yo quien me paso la tarde leyéndole el libro que comenzamos juntas el primer día. Realmente, hemos estado llevando una vida cotidianamente perfecta durante estas dos semanas. Repleta de cosas sencillas compartidas, que me han llenado por completo, que me han unido a ella, mucho más de lo que ya estaba. Hay momentos, en los que simplemente me pide que me siente a su lado en la cama y se refugia en mis brazos como la primera noche. Entonces, dejamos que el silencio sea dueño de la situación. Me dedico a sentir su abrazo, su cuerpo, el calor de su piel haciendo temblar cada órgano, como si fuera la primera vez. Es curioso, pues en dos semanas no ha habido ni un solo beso en los labios, ni una sola muestra que sobrepase el abrazo intenso o las miradas en silencio. He tenido tiempo suficiente para aprender y comprobar, que lo que yo siento por ella, va más allá de lo sexual. Y aunque en ocasiones me muera por besarla, por volver a sentir sus labios, es en la calidez de sus brazos donde encuentro calma. He conseguido sentirme tan cerca de ella, como jamás me he sentido con nadie. Y me sorprende saber, que la mayoría de las veces, son las cosas más sencillas las que te unen a una persona.

─No puedo creer que hoy sea tu último día de prácticas ─interrumpió Marta al entrar en su propio despacho, sacándome de mis pensamientos.

Me di la vuelta para mirarla, ofreciéndole una sonrisa. Llevo algunos minutos observando a través de la ventana, ese banco en el que tantas tardes compartimos Anahí y yo. Ese mismo, que fue testigo de nuestros más absolutos silencios y de nuestros primeros momentos de unión.

─Ha pasado muy rápido el tiempo ─sonreí con nostalgia. ─Aunque en realidad, parece como si llevara aquí toda la vida.

─Es que han sucedido muchas cosas desde que llegaste. Muchos cambios.

La Luz De Tu MiradaWhere stories live. Discover now