XXI

1.8K 94 19
                                    



Dos semanas. 

14 días. 

400 horas para ser exactos. 

Ese es el tiempo que llevo viendo las cuatro paredes de esta habitación de hospital. Con mi ordenador portátil sobre las rodillas, cómo en este mismo instante, haciendo lo único que puedo hacer para sentirme un poco útil profesionalmente, redactar mi proyecto. Eso es lo único productivo que hago desde que llegué al pueblo de mis padres. Además, claro está, de cuidar a mi padre prácticamente las 24 horas del día. Lo cierto es que son escasos los momentos en los que estoy sola. Ninguno de los tres ha querido abandonar el hospital por demasiado tiempo en las últimas dos semanas. Quizás Daniel es el que más va y viene, ya que, aún tiene que asistir a algunas clases de la universidad. Pero restando eso y los momentos en los que lleva a nuestra madre hasta la casa, para que descanse, se bañe o simplemente realice sus pendientes, el resto del tiempo está aquí con nosotras.

Realmente, tanta dedicación no es del todo necesaria. Mi padre ya está en un proceso avanzado de recuperación. El susto no fue más allá de un amago de infarto y una apendicectomía, pero aun así, los médicos han decidido mantenerlo ingresado para realizarle diversas pruebas que creen necesarias y para controlar un poco su proceso de recuperación tras la operación. Y yo, con la insistencia de Marta, decidí quedarme hasta que le den el alta médica. Aunque ya no hay demasiado peligro, este estrés diario es demasiado para que mi madre y mi hermano lo afronten solos. Ella se niega a que su marido permanezca solo en esta habitación ni un segundo. Y en el fondo, esa dedicación y amor repentino hacia él, me resulta graciosa e incluso entrañable. Probablemente, esta sea la primera vez en la que nos siento como una verdadera familia. Y eso me gusta.

No obstante, a pesar de estar a kilómetros de distancia, contacto diariamente con Marta por correo electrónico para seguir con mi proceso de prácticas. Ella se encarga de enviarme expedientes y casos, solicitando mi opinión o punto de vista, y después de estudiarlo a fondo, redacto un informe con alguna conclusión que la mayoría de las veces coincide con la suya. En realidad, sólo lo hace para que no me sienta tan culpable por haber abandonado mi trabajo durante tanto tiempo, y lo que es peor, en el último periodo del mismo. Además de eso, cada dos días hago una llamada telefónica al centro, para que ella misma me ponga al tanto de las novedades e intentar hablar con Anahí. Pero esa segunda parte, todavía no ha sido posible en ninguna ocasión.

El primer día, un poco entrada la tarde, lo intenté. Llamé al centro y pedí que me comunicaran con su habitación. Pero al igual que pasó en la mañana cuando hablé con Marta, Anahí no se encontraba, y poner al personal a buscarla por todo el centro para una llamada personal, no me parecía demasiado profesional por mi parte. Así que, simplemente le pedí a Carla que le hiciera saber que había llamado. Por una cosa o por otra, así ha ido sucediendo cada día de las últimas dos semanas. Y aunque trato de no pensar demasiado en ello, me resulta extraño, muy extraño que en ninguna ocasión haya podido comunicarme con ella. Como si de alguna forma estuviera huyendo de mí, evitando mis llamadas. Y aunque me muera por escuchar su voz, por saber cómo se encuentra o por decirle cuanto la extraño a cada minuto, no puedo insistir demasiado. No puedo olvidar, que ese es mi trabajo, ella es mi paciente y Marta, antes que mi amiga, es mi jefa. A todo ello, le debo un respeto que trato de guardar lo máximo posible, a pesar de los acontecimientos, de mis sentimientos y de cualquier cosa. Además, me tranquiliza la idea de saber, que si algo grave estuviera ocurriendo, Marta no sería capaz de ocultármelo. O al menos, ese es el pensamiento que me hace racionalizar con la cabeza, continuar aquí y no dejarme llevar por el impulso de salir corriendo a buscarla, aunque me esté muriendo por abrazarla a cada segundo.

La Luz De Tu MiradaWhere stories live. Discover now