XXIII

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De un momento a otro, al sentir que alguien aparta su cuerpo de mis brazos, recupero la conciencia de dónde estoy. No sé cuánto tiempo a transcurrido. No he sido capaz de hacer otra cosa más que observarla, inconsciente entre mis brazos, su rostro empapándose con mis lágrimas y sin poder hacer algo más que llorar. Resulta curioso descubrir, cómo un acontecimiento puede paralizar tu cuerpo de tal forma, que ya no eres dueña de él. Sabes lo que está ocurriendo, ves a la persona que amas desfallecida entre tus brazos, notas la humedad de las lágrimas al caer por tus mejillas, sientes el nudo que de un momento a otro se formó en tu garganta. Pero eres absolutamente incapaz de articular una palabra o de mover un solo músculo, perdiendo incluso la noción del tiempo. Hasta que llega alguien, que automáticamente te hace volver al mundo real. Ese en el que te encuentras rodeada de extraños, que gritan a tu alrededor cosas sin sentido, cosas que tu no entiendes. Y es entonces cuando lo escucho:

─¡¡Parada cardiaca!!

Ese grito, esa frase. Me hace sentir exactamente igual, que si dos manos estuvieran estrujando mi corazón. El dolor en mi pecho es insoportable. No puedo respirar. Siento unos brazos rodeándome desde algún lado, mientras observo fijamente como una de las personas agolpadas sobre el cuerpo de Anahí, utiliza un aparato que produce descargas en su cuerpo. Sintiendo a la vez, como en cada uno de esos brincos sin reacción, una parte de mí, muere lentamente.

─No te vayas... ─suplico en un susurro ─Por favor, mi amor, no te vayas...

El médico decide abandonar las placas metálicas y coloca ambas manos en su pecho, ejerciendo presión sobre el lugar exacto en el que debe encontrarse su corazón. Presiona numerosas veces, dejando caer el peso de todo su cuerpo sobre sus brazos, tratando de que esas manos, vuelvan a poner en marcha su corazón. Él no desiste. No se rinde.

─Doctor...

Una voz femenina trata de interrumpirlo, pero él no hace caso. Continúa, continúa presionando su pecho sin parar. En ese momento, mi cuerpo reacciona, haciendo que me suelte de los brazos que han estado sosteniéndome. Me arrodillo junto a su rostro pálido e inmóvil, deseando con todo mi corazón, estar viendo en este momento sus ojos azules y no sus párpados cerrados. Apoyo mis labios en su frente y cierro los ojos, siendo completamente consciente de que mis lágrimas están empapando su rostro.

─Vuelve... ─susurro ─vuelve, vuelve, vuelve... ─es lo único que soy capaz de decir, de suplicar continuamente, como si en mi vocabulario sólo existiera esa palabra ─vuelve, vuelve, vuelve... Por favor, vuelve.

De pronto, su cuerpo deja de moverse, haciéndome entender que el médico cesó en la presión que estaba haciendo sobre su pecho. Mi respiración se detiene, mi cuerpo tiembla y el sonido de mi corazón acelerado, es lo único que invade mis oídos.

─Hay latido... ─escucho en un susurro ─¡Hay latido! ─exclama un poco más fuerte, consiguiendo que alce la vista para mirarlo. Él también me mira y asiente, consiguiendo que en ese momento, la respiración regrese a mi cuerpo. ─Bien hecho, muchacha. Bien hecho... ─le susurra esta vez a ella ─¡Vamos a trasladarla al hospital, enseguida!

Sus compañeros reciben las órdenes y se disponen a recoger todo el material que sin yo darme cuenta, habían traído. Poco a poco voy sintiendo como mi cuerpo recupera movilidad y consciencia.

─¿Alguien va a acompañarnos en la ambulancia? ─pregunta el doctor, clavando su mirada en mí.

Entonces, siento unas manos sostener mis mejillas y de un momento a otro, me encuentro con los ojos de Marta, mirándome directamente.

La Luz De Tu MiradaWhere stories live. Discover now