XIII

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Todo estaba completamente listo para comenzar el fin de semana. Estacioné mi coche, como cada mañana, frente a la puerta del centro, pero esta vez, dejé la ventana medio abierta y me dispuse a entrar en su busca. Esperaba no tardar demasiado. Pues lo cierto es que estoy bastante impaciente por comenzar esta pequeña aventura. Saludé a la secretaria con una sonrisa y una vez en el ascensor, en vez de pulsar el botón del primer piso, como habitualmente, fui directamente al tercero. Hoy, mi destino eran las habitaciones.

Llegué al cuarto de Anahí. Me detuve frente a la puerta y respiré hondo unas cuantas veces. No sabía por qué pero estaba nerviosa.

Después de unos minutos, me decidí a llamar por fin.

─Adelante ─escuché como me daba paso.

Abrí la puerta de inmediato y la encontré sentada en la cama, con un libro entre sus manos y un pequeño bolso ya cerrado a su lado.

Y... además, me encuentro en plenas facultades de asegurar, que esta mañana, está especialmente hermosa. Su cabello no estaba húmedo como habitualmente, ni recogido. Caía ondulado sobre sus hombros, demostrando que era considerablemente largo. Vestía con ropa de calle. Comúnmente, aunque nunca la había visto con el pijama del hospital, solía llevar ropa más informal, deportiva o más cómoda. Pero hoy, tenia puesto unos jeans ajustados a su cuerpo y una camiseta celeste, que resaltaba enormemente el color de sus ojos. Su rostro, estaba ligeramente maquillado. No había rastro de ojeras, y la línea de sus ojos, estaba marcada de forma que estos, parecieran más intensos y rasgados. Creo que me quedé absolutamente hipnotizada desde que la vi, porque no fue hasta que llegué a su mirada, que me di cuenta de que esta vez no había continuado con su lectura, como hizo ayer. Esta vez, su vista estaba puesta en mí, y en la cara de absoluta estúpida que seguramente debo tener.

Una vez más, mi vocabulario parece haber desaparecido. 

Tic-tac... tic-tac... ¡Despierta, Dulce!

─¿Lista? ─sonreí por fin.

─Para lo que venga  ─aseguró respondiendo a la sonrisa.

─Eso me gusta. Entonces vamos.  Aún tengo que ir al despacho de la Doctora Andoni para firmar los documentos y como tardemos demasiado, alguien terminará calcinado en mi coche.

─Espera, espera.  ─me detuvo ─¿Cómo que alguien? ¿Acaso no vamos solas?

─¡Claro que no! ─exclamé mostrando excesiva felicidad  ─Nos acompaña el amor de mi vida.

Esa información pareció no agradarle demasiado, ya que cruzó los brazos sobre su pecho y me observó con el ceño fruncido, en una expresión realmente graciosa. No voy a negar que me estoy aprovechando del momento.

─Yo no voy a ningún sitio, lo siento.

─Claro que vendrás. Es parte de tu terapia. No tienes elección.

─Me importa un pimiento mi terapia. Tú me dijiste que íbamos solas, en ningún momento mencionaste a ningún amor de tu vida.

Su repentino cambio de humor me estaba ocasionando tanta gracia y ternura, que no pude hacer más que acercarme a ella lo máximo posible. Y en un acto casi involuntario, agarré sus mejillas, observando cómo me desafiaba con su mirada.

─Vamos... ─le susurré a modo de petición ─Sé que él te caerá bien. Solo dale una oportunidad.

─¡¿Él?! ─exclamó apartando mis manos y mirándome aun más confundida  ─¿Pero tú no eras... no eres...?

La Luz De Tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora