*Extra*

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La vida es así de extraña; puede cambiar de un momento a otro, sin siquiera esperarlo. Puedes pasar un fin de semana de absoluta perfección y cuando vuelves al mundo real, resulta que ha seguido girando sin ti y han ocurrido cosas. Muchas cosas. La vida no se detiene a esperarnos. Los accidentes están ahí. Ocurren todo el tiempo, en cualquier parte del mundo, y hay que saber vivir con ellos. Hay que saber encontrar el equilibrio. Los últimos tres días en el lago, han sido maravillosos y reales. Absolutamente reales. Honestamente, nunca en mi vida había sido tan feliz, y dado que ahora me encuentro conduciendo rumbo a un hospital, podría pensar que esos días, que esa magia, no fue más que un sueño. Pero no. No lo fue. Fue tan real como esta catástrofe que me encontré al volver. Así que, tal vez la vida consista en eso; en llenarte de esos momentos mágicos. Luchar por vivirlos una y otra vez, el mayor número de veces posibles. Porque al final del día, cuando ocurra algo que te haga estar triste, será precisamente el recuerdo de esos momentos, los que te den una chispa de esperanza. Una sonrisa en medio de las lágrimas. Un motivo para seguir adelante. Todos tenemos momentos felices en nuestra memoria. Y todos tenemos el deber de luchar incansablemente, por seguir coleccionando instantes de felicidad.

Detengo el auto y me encamino a toda prisa hacia el interior del hospital. Pero un ladrido de White me tiene, haciéndome voltear para mirarlo. Lo veo ahí, al otro lado de la ventanilla ligeramente abierta y me acerco. Introduzco mis dedos en el interior para acariciarlo, y no tardo en sentir la humedad de sus lametones por toda mi mano. Suspiro.

─Te prometo que no tardaré ─le susurro recibiendo otro ladrido.

Él ni siquiera lo sabe, pero es el que siempre consigue que me detenga, que respire, que logre encontrar un segundo de calma en medio de cualquier tempestad. Él, con su ladrido, consigue que me pare a mirarlo, a acariciarlo y que sepa, que pase lo que pase, siempre está aquí. En los mejores momentos y también en los peores.

Cuando siento que me ha dado la fuerza suficiente y que además, entendió que volveré en un momento para llevarlo a casa, me encamino directamente hacia el hospital de la pequeña ciudad donde vive mi familia.

No tardo ni tres segundos en ver a Daniel, sentado en una de las sillas de la sala de espera de urgencias, con su teléfono móvil en la mano y aparentemente escribiendo algo en él. Se percata de mi presencia antes incluso de llegar a su altura. Alza la vista y se pone en pie para recibirme con un abrazo.

─Por fin... ─susurra mientras me envuelve entre sus brazos.

─¿Cómo está papá?

─Fuera de peligro ─respondió, trayendo consigo un respiro automático a mi corazón ─Mamá continúa con él, pero en un momento tendrá que salir porque están a punto de operarlo.

─¡¿Operarlo?! ─pregunté asustada ─¿Del corazón?

─Apendicitis ─corrigió mi hermano, con una sonrisa de incredulidad ─Resulta que estaba sufriendo agudos dolores en el abdomen por la inflamación del apéndice, pero no había dicho nada. Y su corazón no soportó tanto revuelo. Así que, anoche casi le da un infarto. Pero por suerte, sólo quedó en amago. Los médicos lo descubrieron y ahora hay que operarlo para extraerle el apéndice.

─No me lo puedo creer...

─Mamá casi lo mata. ¿Cómo se le ocurre no quejarse del dolor?

─Ya lo conoces. Siempre ha sido igual.

─Igual que tú. ─añadió provocando que lo mirara con el ceño fruncido ─¿Cómo estás?

─Bien. Más tranquila ahora que estoy aquí y sé lo que ocurre.

La Luz De Tu MiradaWhere stories live. Discover now