XXII

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Nunca, el trayecto de la casa de mis padres hasta la ciudad, me había resultado tan horrorosamente largo. En un momento dado, incluso llegó a parecerme que la carretera no tenía fin, volviéndose eterna con cada kilómetro. Apuesto lo que sea, a que White pensaba de la misma forma. De vez en cuando, lo observo a través del espejo retrovisor y lo descubro inquieto, moviéndose de un lado a otro del sillón trasero, hasta donde la correa le permite.

─Tranquilo pequeño, ya estamos llegando.

Lo único que intento hacer al hablarle, es tranquilizarlo con mi voz, o quizá tranquilizarme a mí. En momentos como este, me pregunto si alguna parte de él sabe lo que está ocurriendo y realmente está igual de preocupado que yo, o sin embargo, es mi propio estado de nerviosismo, el que le fue contagiado y a eso se debe su inquietud.

─A veces desearía que pudieras hablar. Algo me dice, que tendrías las palabras exactas para calmarme en este momento.

En ocasiones, compruebo la veracidad de ese mito que dice que los perros se parecen a los dueños. White, en cierta forma, es muy parecido a mí. Es un perro tranquilo, paciente, observador. Nunca expresa su alegría de una forma alborotada, como otros muchos cachorros de su edad. Y sobre todo, nunca te hace sentir sola, basta mirarlo, para saber que está presente, que te escucha, aunque probablemente no entienda ni una sola de las palabras que le dices. No es un "Super perro", ni mucho menos. Es algo más que eso... Es mi cachorro. Siempre será mi cachorro.

Y si realmente pudiera entenderme, le agradecería todo lo que sin saber, hace por mí a diario. Él siempre está conmigo, aguanta mis días malos y también los buenos. Me acompaña a cada lugar con alegría y disposición. Cuando lo necesito, no tengo más que descender la vista y ahí está, junto a mis pies, con su lengua fuera, como si eternamente sonriera. Y todo eso, a cambio de un plato de comida y unas caricias de vez en cuando.

Supongo, que cualquier ser humano quiere a su perro como parte de su familia, pero la conexión que yo tengo con White, es mucho más que eso. Él me eligió siendo apenas un cachorro y desde entonces ha estado siempre a mi lado. Es por eso, que a pesar de la insistencia de Daniel y de mis padres para que lo dejara en casa y volviera tranquila a arreglar mis asuntos, no pude hacerlo. No porque crea que va a estar mal cuidado, ni mucho menos. Sino porque él, con sus pequeños ladridos o su mirada inocente, me da la fuerza que en ocasiones me falta para enfrentarme a algunas situaciones. Y él, también sabe, que en todo lo que tenga que ver con Anahí, necesito un extra de fuerza y valentía, pues jamás nada me ha hecho sentir tan vulnerable como ella.

Detengo el coche justo en la puerta de mi pequeño apartamento. Me doy la vuelta y lo encuentro de pie sobre el sillón, jadeando y esperando impaciente que lo libere de la correa.

─Ya llegamos a casa ─comento, más para darme unos segundos de relajación a mí misma, que para informarle a él sobre una situación que ya conoce.

Sin querer retrasar mucho más el momento, bajo del coche, abro la puerta trasera y lo libero, dirigiéndonos a continuación hacia nuestro hogar.

Al abrir la puerta, él se adentra husmeando todo a su paso, reconociendo cada rincón de su casa, y yo permanezco en la puerta, observándolo, hasta que pasados unos minutos, vuelve a mi encuentro y me arrodillo para acariciarlo.

─Eres el mejor amigo que alguien podría tener ─Él ladra, como si hubiera entendido perfectamente la frase y empuja su cabeza contra mi cuerpo de un modo cariñoso. ─Todo va a salir bien, ¿verdad? ─vuelve a ladrar y yo sonrío, dándole un beso en su pequeña cabeza. ─volveré en unas horas.

La Luz De Tu MiradaWhere stories live. Discover now