Capítulo 26

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LAUREN

Miraba la puerta blanca de la habitación como si fuese la octava maravilla del mundo o una obra de arte dispuesta en un museo. Pero era una simple puerta que en ese momento parecía ser tan grande como el muro de Berlín y tan larga como la muralla China.

¿Por qué ese rectángulo de madera de no más dos metros de alto y uno cincuenta de ancho se sentía tan grande y a la vez tan poderosa? La respuesta era simple: porque detrás de ella estaba la habitación de Camila. La misma a la que no me habían dejado entrar.

El caso era este: la policía llamó a mi padre, porque entre los documentos de mi camioneta él se encontraba como persona de contacto en caso de emergencia y le informaron que habían encontrado mi auto en una carretera de Kenosha, a pocas horas de Milwaukee, y que se había visto involucrado en un accidente. Dejando como resultado a una joven inconsciente adentro, el vidrio delantero quebrado y algunos daños en el parachoques y la puerta del conductor.

Al parecer, uno de los curiosos que se acercaron reconoció a Camila y luego de que encontraron su identificación confirmaron que se trataba de ella.

Había sido traslada hasta el hospital más cercano, en Racine, y junto a su familia, Dinah y yo, condujimos tan rápido como pudimos. No me habían querido dar muchos detalles, y cada vez que preguntaba algo sobre Camila me decían que solo podían proporcionar información sobre su estado a sus familiares directos y sus padres estaban hablando con la policía y arreglando el papeleo de su ingreso.

Lo único que sabía es que estaba viva y el accidente había sido leve. Y que ahora estaba sedada. Pero después de pasar semanas preocupada por ella y por su paradero, me sentía desesperada por tener al menos una noticia más concreta sobre su estado.

— Disculpe— le dije a una enferma que acababa de salir de la habitación de mi novia—. ¿Podría decirme como esta ella?

— ¿Que parentesco tiene con la paciente?

— Soy su hermana— mentí, tentando a mi suerte.

La enferma se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia su estación, ignorándome por completo. Sentía mi sangre hervir por la falta de educación con el personal del hospital, ¿tanto les costaba ser amables, o educados siquiera?

— En dos horas cambian el turno— escuché que me dijo Dinah. Levanté las cejas, pidiéndole una mejor explicación—. Cuando cambien te metes a la habitación y yo te cubro.

— No creo que...

— Si no entras tú lo hago yo— me interrumpió—. Es mi mejor amiga y estoy tan preocupada por ella como tú lo estás.

Asentí y volví a mi puesto en la dura silla de metal. Revisé mis redes sociales, para distraerme un poco y sentí un poco de alegría cuando vi la noticia de que mi padre había ganado las elecciones. Ahora él era el alcalde de Milwaukee y me sentía orgullosa de que estuviese logrando una de sus más grandes metas, la razón principal por la que nos mudamos a esta ciudad y por la que todo esto comenzó.

Lo llamé y lo felicité, disculpándome por no estar con él para celebrar, pero él se disculpó por no estar para apoyarme.

Las dos horas pasaron más lento de lo que esperaba y para el momento en que las enfermeras cambiaron de turno, yo ya me había aprendido todos los detalles de la maldita puerta blanca.

— Tienes que ir rápido— susurró Dinah, dándome un golpecito en el hombro.

— Dos minutos. Creo que es suficiente— le aseguré. Aunque las dos sabíamos que ni dos siglos serían suficientes para lo mucho que había extrañado a Camila.

gone; camrenWhere stories live. Discover now