III

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Después de un día bastante extenso entre pruebas, interrogaciones y trabajos, llegó la hora de entrenamiento.

Dejé mi mochila en las galerías y me acerqué a donde se encontraba Jones con el resto de los atletas. Entre ellos estaba Elena, la velocista estrella de la escuela.

Le sonreí y me paré a su lado para escuchar las indicaciones que el entrenador estaba dando.

-Como todos los años, las diferentes escuelas de Los Ángeles se reúnen en una semana competitiva en distintas disciplinas, desde deportes hasta matemáticas. Este año el atletismo estará más presente que nunca, por lo que los quiero a cada uno de ustedes concentrados y comprometidos con la escuela, ¿entendido? Quiero que lleven el azul y el blanco como su lema.

Peter Jones se paseaba de lado a lado con su silbato colgando en su pecho. No pasaba los 40 años, pero su aspecto serio y solemne lo hacía ver mucho más maduro.

Cuando se trataba de torneos, sacaba a relucir su instinto competitivo, en donde solo importaba ganar. O sea ganas o ganas, no tienes otra alternativa.

Este es mi último año, por lo que definitivamente en este torneo voy más en serio. Quiero antes de irme dejar una copa a mi escuela y una medalla como último logro escolar.

El entrenador Peter Jones comenzó con el entrenamiento. Primero son cinco vueltas a la pista, como forma de calentamiento.

Comencé a trotar lentamente, viendo como todos los otros corrían desesperadamente, menos Elena, que se quedó a mi lado durante las cinco vueltas.

La segunda etapa fue subir corriendo las escaleras más de veinte veces. Muchos terminaron al borde del colapso, totalmente fatigados.

Luego de un descanso que no duró más que diez minutos, iniciamos con las carreras de 100 metros, donde la velocidad lo es todo.

A pesar que las mujeres y los hombres compiten por separada, Jones insiste que somos todos iguales, por lo que nos hace competir entre nosotros, obligando a los más lentos a correr más rápido, sin importar como terminen.

Nos reunió en grupos de 5, y cada vez que hacía sonar el silbato ponía en marcha el cronómetro y cada estudiante salía disparado en linea recta como una bala a través de la pista atlética. 

Me dejaron al final, al igual que Elena. Nos pusimos en posiciones, con las manos en la tierra, los rodillas flectadas, la espalda alzada y la vista al frente, listos para correr. Susurré un suerte al aire y la morena solo río, segura de que me ganaría, pero no lo haría, lo evitaría a toda costa.

Segundos más tarde, el molesto silbato sonó indicando la partida. Me levanté de golpe y comencé a correr tan rápido como mis piernas me lo permitieron. Elena iba justo a mi lado, dando largas zancadas, respirando de forma rápido, moviendo sus brazos como si de una nadadora se tratara.

El viento golpeaba con violencia mi cuerpo. Era una tarde agradable de primavera, el sol se estaba poniendo y los pájaros se empeñaban en seguir con su cantar.

Faltaban tan solo unos metros, en los que la castaña no demoró en tomar ventaja. Realmente es muy veloz.

Aceleré a mi punto máximo, sintiendo mis piernas como grandes rocas y el corazón tan acelerado que podía jurar que se saldría en cualquier momento.

Todo pasó en fracción de segundos. Llegamos al mismo tiempo. Nuestras piernas y brazos se sincronizaron a la perfección. El cronómetro se detuvo indicando 23 segundos.

Puse mis manos en mis caderas y comencé a caminar. Respiré dando grandes bocanadas, intentando que el aire inundará por completo mis pulmones.

Elena se encontraba de la misma manera, aunque para decir la verdad estaba en mejor estado que yo.

Elena •n.h• TERMINADAWhere stories live. Discover now