XXVII

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No hay nada que me guste más que retroceder en el tiempo y darme cuenta que todos estos años no han pasado en vano y que las cosas cada vez parecen mejor.

Llevaba cinco años de relación con Emma cuando se me ocurrió la mejor idea que cambiaría para siempre el rumbo de nuestras vidas. No estaba del todo seguro si las cosas saldrían como en mi cabeza las había planeado. Si serían diferentes o seguirían su curso normal.

Cada día que pasaba junto a aquella mujer de cabellos dorados eran lejos los mejores de toda mi existencia. Me sentía completo y dichoso. Un ser superior capaz de derribar cualquier obstáculo.

Mis padres la adoran, incluso Tyler admitió que le causaba un poco de envidia saber que había conseguido una novia tan hermosa antes que él.

El día en que conocí a sus padres estaba terriblemente nervioso. Mis manos sudaban y mis piernas temblaban a tal grado que en cualquier momento caería, pero con el pasar de las horas me relajé y logré encariñarme con ellos, tanto así, que muchas veces junto a su padre nos hemos quedado hasta altas horas de la noche bebiendo una fría cerveza y contando anécdotas pasadas.

Emma lo era todo para mi. Podía sentir como mi corazón se aceleraba cuando la tenía centímetros de mi, o como latía lento sintiendo el pésame de su partida. Definitivamente me había hecho cambiar y ver las cosas de una forma distinta.

Hoy sería un día especial. Organicé una cita en el pequeño departamento que con tanto esfuerzo logramos arrendar y comprar todos los muebles necesarios. De a poco todas las cosas comenzaban a tener un orden y mi casa era el principio, aun tenía miles de planes por concretar.

Aproveché que mi querida futura prometida no estaba en casa para preparar lo que sería la mejor propuesta de matrimonio. Sería lo más sencilla posible, a la luz de las velas, tocaría la guitarra y prepararía su cena favorita, para finalmente culminar la velada con la inesperada propuesta, aquella que cambiaría el rumbo de nuestras vidas.

Miré el reloj ansioso. Faltaban exactamente dos horas para que Emma llegara, por lo que me puse manos a la obra en la cocina para preparar lasaña de espinaca, su plato favorito.

Luego de aproximadamente una hora de constante batalla con los ingredientes, logré ponerla al horno. Ahora solo debía esperar a que estuviera listo, y me dediqué a arreglar la mesa y a ordenar un poco la cocina y el living que en mi afán de hacer todo perfecto, se habían vuelto un verdadero desastre.

Cuando prendí la última vela, el timbre de la casa sonó. Fruncí el ceño confundido, ¿quién podría ser a estas horas? Era casi imposible que Emma fuera quien llamara a la puerta, ella siempre andaba con llaves, o...

Me apresuré a llegar a la puerta y ahí colgando estaban sus llaves. Era ella.

El timbre volvió a sonar y arreglé mi chaleco antes de abrir la puerta.

La casa se encontraba solamente iluminada únicamente por las deliciosas velas aromáticas, dándole al ambiente un toque romántico. Abrí la puerta y enseguida mi rubia favorita me recibió con una sonrisa.

-Olvidé mis llames - dijo riendo, para luego pasar sus brazos alrededor de mi cuello y besar mis labios con fervor. Cuando se separó no pudo ocultar su cara de sorpresa, entrecerró los ojos interrogativa y luego de entrar, cerrar la puerta a sus espaldas y dejar el montón de bolsas que tenía en sus brazos, habló - ¿Qué es esto? - una sonrisa al adentrarse en nuestro hogar hizo presencia, dejando atrás su desconcierto.

Me moví hasta la mesa en el medio y saqué la silla de su lugar para invitándola a sentarse. Emma a pasos lento se acercó, besó mis labios y se sentó.

Elena •n.h• TERMINADAWo Geschichten leben. Entdecke jetzt