XII

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Miré mi celular por tercera vez. Llevaba más de veinte minutos esperando.

Me mordía el labio, ansioso y nervioso. Aunque no quisiera mi mente me decía que Elena me había dejado plantado. ¿Es eso posible?

Por supuesto que si.

Los lentes de sol negros cuadrados, oscurecían el cálido ambiente, que con el pasar de los días comenzaba a cambiar.

Las hojas caían de los árboles y el sol algunas veces se dignaba a aparecer entre las nubes.

Bloqueé el móvil guardándolo en uno de mis bolsillos del jeans, para luego elevar mi vista y encontrarme con la castaña corriendo hacia mi con una sonrisa en su rostro.

Venía agitada, el cabello un tanto desordenado y la ropa mal puesta. Una pequeña mochila colgaba en su hombro izquierdo.

Cuando se acercó, besó mis labios con brusquedad y se separó en seguida. Tomó una gran bocanada de aire y fijó sus ojos en el suelo.

-¿Qué ocurrió? - pregunté entre risas.

-En la mañana cuando volví a mi casa, mi mamá me obligó a hacer todo el aseo. Y como vez, no me dio tiempo para arreglarme - rió.

-Te ves hermosa - dije honesto, mirando esos cortos cabellos que se soltaban de su desarmado moño.

-¡No digas eso! - exclamó - Me haces sonrojar.

Y tal cual como lo dijo, sus gordas mejillas se tiñeron de un hermoso rosado. La tomé por la cintura y besé sus labios, sintiéndome en el séptimo cielo.

-¿A dónde iremos? - preguntó una vez ya separados, caminando hacia el interior del mall.

-A tomar helado, y luego... - pensé unos segundos, en realidad no tenía nada pensando.

-Yo sé que podemos hacer luego - guiñó un ojo.

entramos de lleno al centro comercial. Aquella gigantesca masa de concreto, escandaloso, saturado de personas caminando en distintas direcciones, chocando unas con otras mientras cargan pesadas bolsas con productos que probablemente no usen en toda su vida.
Elena parecía sumergida en su propio mundo, mirando a las familias, parejas, niños y ancianos que caminaban a su lado, y por mi parte, yo solo podía pensar en lo desagradable que me resultaban los centros comerciales los fines de semana. ¿Por qué no la invité al parque? Muy tarde para lamentarse.

Subimos por las escaleras mecánicas hasta llegar a una heladería entre varias tiendas deportivas. No había demasiada gente. Nos sentamos en la mesa que daba a la ventana, brindándonos una hermosa imagen panorámica del océano a la lejanía.

Una mujer bastante mayor se acerco con ímpetu para pedir nuestra orden, que consistía en dos copas de tres sabores.

A decir verdad, su apetito me sorprendió. Nunca antes había visto a una chica que comiera tanto y con tanta felicidad, sin detenerse a pensar que engordaría o algo por el estilo. Se reía cuando se echaba mucho a la boca y la lengua se le congelaba. Saboreaba cada bocado como si fuera la primera vez que lo hacía, deleitándose por completo. Me sumergí en su belleza y en sus distintas expresiones, desde arrugar su nariz, sus ojos volverse pequeños cuando sonríe, las delgadas cejas elevarse cuando algo le parece incorrecto, y como su mirada brilla y se alegra cada vez que de mi boca sale alguna palabra bonita.

Después de cerca de una hora, pagué y nos dirigimos al lugar secreto a que Elena tenía tantas ganas de ir.

La seguía por las calles totalmente desorientado, preguntándome si alguna vez mis pies habían vagado por aquellos lugares. Cada vez nos alejábamos más del centro de la ciudad y nos adentrábamos a la playa.

Elena •n.h• TERMINADAWhere stories live. Discover now