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Llegué a la casa tan cansado que no creí ser capaz ni siquiera de saludar a mi madre, o de subir las escaleras para recostarme en mi cama. Decidí entrar a la cocina, dejando las llaves sobre el pequeño mueble pegado a la pared justo en la entrada.

Mi mamá, Elizabeth se encontraba lavando la pila de platos amontonados en la mesa. Me puse por atrás y besé su mejilla. Sonrió y cerró la llave.

-¿Cómo te fue? - preguntó limpiándose las manos con un paño.

-Bien, estoy muy cansado - dije apoyándome en uno de los mesones - ¿Y a ti cómo te fue?

-Bien, no fue un mal día. Pero no quiero hablar de mi trabajo. Dime, ¿cómo van los entrenamientos?

Su sonrisa se expandió y dejó de lavar para concentrarse por completo en mi. Soy su hijo menor y su gran orgullo, según ella. No crean que mi hermano mayor, Tyler no lo es; es solo que ambos destacábamos en diferentes actividades. Por ejemplo yo soy parte del equipo de atletismo de la escuela, mientras que Tyler lo fue del de básquetbol. Y ahora él se encuentra al otro lado del país en Yale estudiando leyes, y yo sigo aquí atrapado en mi último año sin tener muy claro que es lo que quiero hacer con mi futuro.

Y bueno, como el grande y fortachón de mi hermano no está aquí, no me queda de otra que ser el orgullo de mi mamá, el que puede sacar en cada conversación con sus amigas.

-Bastante duros, pero el entrenador Jones insiste en que debemos ganar - rodé los ojos. Me molestaba que solo pensara en ganar.

-Ustedes son muy buenos, una de las mejores escuelas en Los Ángeles. De seguro ganaran - animó mi madre.

-Eso espero - le sonreí y agarré una manzana en la fuente sobre la mesa en el centro de la cocina - Estaré en mi cuarto. Cualquier cosa que necesites me avisas.

Y con este último mensaje corrí de dos en dos por la escalera hasta llegar al segundo piso. La puerta de mi habitación era la última en el fondo del pasillo atestado por fotos familiares, y al final de un balcón que daba hacia la calle. Para mi suerte, mi cuarto quedaba al frente del baño, por lo que en las mañanas era el primero en utilizarlo.

Mi pequeño refugio tenía pegado diferentes tipos de posters sobre las paredes color celeste. Mi cama se encontraba justo en el medio, al lado un pequeño velador y al frente el closet.

Cerré la puerta y me tiré sobre la cama. No estaba hecha, y de seguro si mi mamá entraba me retaría, pero no me importaba, estaba muy cansado. Mis piernas dolían y pedían a gritos un poco de relajación. Me saqué la polera y me volví a recostar.

Mi mirada se posó sobre el techo que alguna vez fue blanco, y ahora se encontraba con fotos de momentos importantes, frases, dibujos y un montón de basura que junto a Louis y Josh hemos colocado a lo largo de los años.

Cerré los ojos y me dejé llevar por la música que había en la sala de estar.

Necesitaba este momento, tranquilidad, descanso. Todo lo que no he tenido en estos días por las pruebas y los entrenamientos.

Pero para mi pésame la paz que tanto anhelaba se vio interrumpida con el golpe de la puerta principal y la fuerte voz de mi mamá hablando con alguien.

Me paré rápidamente de la cama y bajé por las escaleras para ver de quien se trataba, mientras intentaba colocarme la polera, que finalmente estuvo en su lugar cuando mis pies tocaron la fría cerámica del primer piso.

La mujer que me dio la vida se sobresaltó al verme parado junto a ella, llevó una mano a su pecho y comenzó a reír. Murmuré un "lo siento" y mi mirada se desvió hacia la puerta, en donde se encontraba Elena con una cara de disculpa en su rostro.

Elena •n.h• TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora