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- ¡No! Así no - le grito a Aiden.

Estamos sentados delante de un piano. Exactamente del mismo piano al que siempre recurro cuando me siento encerrada en mi casa o cuando simplemente necesito desconectar.

- No puedes poner la mano como te de la gana - le repito frustrada. - Es como si cogieses el tenedor del revés, no tiene sentido.

- ¿Y entonces como? - pregunta él confundido.

- Tienes que imaginar que al mismo tiempo que presionas las teclas tienes una pelota de tenis en la mano. Como si la estuvieses agarrando, mira. - Pongo mis manos en el teclado mostrándole como lo tiene que hacer.

- ¡Pero es imposible!

- ¡No es imposible! - Hago una pausa. - Bueno igual para los cavernícolas unineuronales como .

Nada más escucharme se queja y me da un pequeño empujón por lo que yo me río.

De repente ya no estamos en el conservatorio sino en una piscina. Al parecer es de noche y si no me equivoco es la piscina de mi casa.

- Tranquilizate niña de mamá, no te va a pasar nada - me dice Aiden mientras se acerca lentamente a .

- No me llames así, tú no sabes nada de mí - le contesto a la defensiva.

- Sé que eres increíble y eso me vale. - Cada vez está más cerca, demasiado cerca.

Vida Perfectamente ImperfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora