cincuenta y siete

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{Vale aclarar que este capítulo contiene lemon, so, queda en ustedes seguir leyendo}

- Hazme tuyo -dijo Ciel, e inmediatamente el color carmín subió hasta sus mejillas.

El azabache tumbó con delicadeza al menor en el medio de la cama, posicionándose sobre él. Sus piernas y brazos a cada costado de su amante.

Sus miradas de cruzaron, y no parecían querer despegarse.

Las bocas de ambos se sellaron, iniciando un nuevo beso.

Sebastian recorrió lentamente el labio inferior de su acompañante, pidiendo acceso a su boca. Acceso que fue inmediatamente permitido, dando paso a el incesante jugueteo de sus lenguas.

La ansiedad comenzaba a acumularse en sus vientres, una ligera electricidad desparramándose por sus cuerpos.

En ese momento, lo único que podían percibir era el calor de sus cuerpos, moviéndose a la par del otro.

La ropa estaba de más, y ambos lo notaban.

El mayor deslizó lentamente las prendas del ojiazul por su tersa y blanca piel, dejando a la vista su esbelta figura.

Bastó con una mirada, para temblar de gusto, de impotencia, de deseo.

- Eres mucho más hermoso cuando estás desnudo -le coqueteó el de ojos rubíes.

Prosiguió con su vestimenta, sin importarle que al tirarlas a un lado, estuviera esparciéndolas por toda la habitación.

Volvieron a besarse, sintiendo como sus cálidas respiraciones, quemaban en sus bocas.

El ojicarmín se apartó, mirando a los ojos a su pareja, la picardía era evidente en su sonrisa.

Pasó su lengua por un costado de su cuello, besándolo después, causando escalofríos a su amante. Las pequeñas marcas rojas no faltaron, acompañadas de unos jadeos; que sólo los encendían más.

Llevó una mano a la masculinidad del menor, por sobre la molesta tela de su ropa interior. Ocasionó una serie gemidos, los más dulces que podrían salir de su boca.

Lo único que les quedaba de ropa no tardó en desaparecer, terminando en algún lugar de la habitación.

Estando desnudos, se admiraban mutuamente.

Ciel pasó la yema de sus temblorosos dedos por el pecho y abdomen del más alto, causando un cosquilleo en su entrepierna.

Y es que se sentía tan anonado, enviciado, al dejarse seducir por el roce de su piel afrodisíaca.

- Lámelos, de esta forma dolerá menos -dijo el mayor, extendiéndole tres de sus dedos al más pequeño.

Él tomó su muñeca, pasando su lengua de una manera provocativa por ellos, haciendo pequeños círculos y ensalivándolos.

Cuando el otro pensó que era suficiente, los paseó por el vientre de Ciel, quien separó sus piernas, dejando que se colocara entre ellas.

Sebastian introdujo el primer dedo, arrancándole un gemido de dolor al menor.

- D-duele -se quejó, atrapando las blancas sábanas entre sus manos.

- Prometo que se pondrá mejor, tú sólo relájate.

Asintió y siguió su consejo, cerrando los ojos y dejándose llevar por las sensaciones que aprisionaba su cuerpo.

Su pequeño falo fue atrapado por la mano del azabache, quien comenzó a masturbarlo, con el fin de causarle placer.

En cuanto los sonidos que salían de su boca lo indicaban, el segundo intruso se hizo presente en su interior.

Era una sensación rara, nueva, aunque agradable. Pero, bastante dolorosa.

El tercer dedo entró, y el ojiazul elevó sus caderas, enrollando los dedos de sus pies.

Se movían de forma circular, entraban y salían. Y eso, acompañando los movimientos de su mano, lo hacían tocar el cielo.

- ¿Estás listo? -preguntó, quitando sus dedos, ganándose un ligero regaño por parte del menor, debido a que sentía una sensación de vacío.

- S-sólo hazlo -musitó Ciel, ladeando su cabeza, lo que enterneció al mayor.

- No comas ansias, mi amor -se burló.

Levantó las níveas piernas del ojiazul, posándolas arriba de sus hombros, sosteniéndose con sus manos y rodillas.

Lo embistió con suma lentitud y suavidad, besuqueando sus labios.

Con la vista nublada por las lágrimas, el más pequeño pidió que no se detenga.

Sebastian repartió besos por toda su cara, desde su frente, pasando por sus mejillas, mentón y nariz; terminando nuevamente en su boca. Distrayéndolo del dolor.

- Puedes... p-puedes c-comenzar a moverte -indicó, con la voz entrecortada.

El ojicarmín lo hizo, moviendo sus caderas contra las del menor.

Los gemidos de placer, por parte de ambos, comenzaban a inundar la habitación, además del sonido de sus pieles al chocar.

Las pequeñas manos de Ciel fueron a parar en la nuca del mayor, quien con las suyas recorría las curvas de su silueta, perdiéndose en el aroma de su ser excitante, palpitante y deseoso de más.

- ¡Sebastian! -gritaba el menor de vez en cuando, deleitando a quien nombraba.

Sus respiraciones se tornaban cada vez más densas, sus músculos reaccionaban más rápido por inercia, los soplidos y jadeos llenaban el aire; que parecía faltar en aquel cuarto.

Entrelazaron sus dedos, y con ello los latidos de sus corazones.

Las piernas de Ciel presionaron en las caderas del azabache, quien estampó sus bocas en un fogoso y apresurado beso.

E inevitablemente una peculiar sensación trepó por sus estómagos, llevándolos a la cúspide del éxtasis.

El orgasmo llegó primero para el ojiazul, sintiendo espasmos por todo su cuerpo.

Tras unas embestidas más, Sebastian derramó su semilla dentro de su amante, llenándolo por completo.

Otro beso, pecaminoso, porque era de aquellos que tendían a robar el alma, demostrando el deseo, el amor, que les detuvo la respiración y volvió todo blanco por un momento.

Con un abrazo por debajo de las sábanas, aquel erótico acto terminaba. Y con una sonrisa, hacían del momento, uno eterno.

- Te quiero, te quiero tanto -se decían por lo bajo, sin siquiera querer que las paredes escucharan, siendo el secreto que tenían en común.

Porque, tal vez, habían encontrado el lugar donde sus almas residían y querían morir, inhalando un último aliento que contenga la esencia del otro, y haga saber que todo valió la pena.

Maratón 12/12!!

Él ✧ sebacielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora