pensamientos de Sebastian

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{Cada vez que ponga ésta letra (cursiva), son los recuerdos de Sebastian. Vale aclarar que algunos de ellos, no están precisamente ubicados en la línea de tiempo de la historia.}

La campanilla de la puerta sonó, como lo hacía al menos cien veces en el día. Y ese simple sonido, estremeció cada uno de sus nervios.

Por un momento consideró la idea de pedir «lo de siempre», como si no hubiesen pasado años desde que no frecuentaba ese lugar.

Ocupó la última mesa del lugar, esa que estaba junto a la gran ventana.

Aunque era la misma cafetería de antes, era diferente. Los manteles habían cambiado, el color de las paredes y también los empleados.

Incluso el paisaje, que estaba más allá de aquel cristal. Ya no podía ver personas preocupadas, caminando con sus paraguas protegiéndose de la lluvia. Sólo divisaba el fantasma de Ciel, entre cada gota de agua, bailando alegremente en medio de la tormenta.

Sabía que no tardaría mucho, en estar allí con él. Y volverían a darse un beso, bajo la lluvia, como el primero.

Una camarera se acercó, con una pequeña libreta usada entre las manos. Pidió su orden.

— Un café con leche y una porción de pastel de chocolate, por favor.

La muchacha lo miró detenidamente, como si buscara algo en el rostro de Sebastian. 

¿Lo había reconocido? Ni siquiera le importaba. 

— Enseguida —dijo, y se alejó. 

Qué ironía, ¿no? Terminar todo, en el mismo lugar que empezó.

Y es que, ¿cuántos recuerdos estaban gravados en las paredes de este lugar, en su apartamento, en el parque, en esta ciudad, en el libro gordo que traía Ciel cada mañana?

Eran tantos, que no podía mencionados todos. Pero, ¿qué tenía de malo torturarse un poco?

Podría empezar, por la vez en la que Ciel conoció a sus padres.

Era una tarde como cualquier otra, en la que disfrutaban el simple hecho de amarse.

De la mejor manera, vale aclarar. En la habitación de su apartamento, sobre la cama y debajo de las sábanas.

Ambos, acalorados y totalmente excitados, se movían cada vez más rápido.

Ciel no podía dejar de gritar cosas obscenas, con un tono tan erótico que obligaba al azabache a apresurarse aún más por acabar.

«Santo Dios, Sebastian. Más rápido. ¡Ah, vuelve a tocar ahí! Sigue, ¡no pares!», eran sus constantes palabras.

El sonido de sus pieles al chocar y sus sonoros gemidos, era lo único que se podía escuchar en el cuarto.

— ¿De quién eres, Ciel? —preguntó Sebastian, como cada vez que lo hacían.

Quizás, por lo placentero que le resultaba el escuchar la respuesta del ojiazul.

— Tuyo, tuyo y de nadie más —pronunciaba a duras penas, jadeando, mientras arqueaba la espalda.

Y esas eran las últimas palabras que decían, antes de dejar que el orgasmo consumara el acto de entrega mutua.

Luego de algunos "te amo", sonrisas cómplices y caricias traviesas, estuvieron dispuestos a repetirlo una vez más.

Si no fuese porque el timbre sonó, y exaltó a ambos.

Él ✧ sebacielWhere stories live. Discover now